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Pobreza en Chile/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“La pobreza no viene por la disminución

de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos”.

Platón

Si algún país nos demuestra claramente que no es lo mismo combatir la pobreza que la desigualdad, ése es Chile.

Este país sudamericano, que apenas el domingo pasado, 15 de enero, eligió a la socialista Michelle Bachelet para suceder en la Presidencia a su correligionario Ricardo Lagos, ha logrado en las últimas décadas la mayor disminución en la pobreza de cualquier país latinoamericano.

En 1987, cuando el país todavía era gobernado por el dictador Augusto Pinochet, el 45.1 por ciento de la población vivía en la pobreza. En 2003 esta cifra había caído a 18.8 por ciento. La indigencia o pobreza extrema (que en México ahora llamamos “alimentaria”) tuvo una caída todavía mayor, al pasar del 17.4 por ciento al 4.5 por ciento de la población (véase el Anuario Estadístico de la CEPAL, 2004).

Esta caída de la pobreza es muy superior a la de cualquier otro país de América Latina en un periodo similar. En México las personas que viven en la pobreza pasaron de 42.5 por ciento de la población en 1984 a 39.4 en 2002. La indigencia entre los mexicanos, mientras tanto, se redujo de 15.4 a 12.6 por ciento, según la CEPAL.

Para una izquierda radical latinoamericana que en México sigue siendo muy fuerte, sin embargo, este logro espectacular tiene poco sentido, ya que Chile no ha logrado mejorar la distribución de la riqueza. Efectivamente, a pesar del avance ante la pobreza, Chile es uno de los países con mayor concentración de la riqueza en una región ya de por sí inequitativa.

Así, en 2003, el diez por ciento más pobre de los hogares urbanos chilenos tenía el 1.8 por ciento del ingreso, lo cual contrastaba incluso con el 3.1 por ciento que registraba México en 2002. El diez por ciento más rico de Chile, mientras tanto, tenía 39.1 por ciento del ingreso urbano en 2003, en comparación con el 31.2 por ciento en el México de 2002. Chile, como vemos, es un país más desigual que México, a pesar de ser ya un país mucho menos pobre que el nuestro.

La desigualdad en el ingreso ha generado muchos sentimientos de culpabilidad en Chile, especialmente en la alianza política entre socialistas y democratacristianos, la Concertación, que ha gobernado el país desde 1990 y que lo seguirá haciendo ahora con Michelle Bachelet como presidenta. Los gobernantes del país, sin embargo, se han abstenido de modificar un modelo económico que se ha convertido en el más exitoso de toda América Latina en las últimas décadas y que, de continuar, convertirá a Chile en unos cuantos años más en el primer país desarrollado de la región.

Nadie puede acusar a los gobiernos de la democracia chilena, que comenzó en 1990, de no haber hecho un esfuerzo intenso por mejorar el nivel de vida de los más pobres del país. El número de hogares urbanos con agua potable pasó de 97.3 a 99 por ciento del total entre 1990 y 2003. Los que cuentan con drenaje subieron de 83.9 a 91.7 por ciento. Aquellos con luz eléctrica aumentaron de 98.8 a 99.6 por ciento.

Los índices de mortalidad materna e infantil en Chile se encuentran entre los más bajos de América Latina y son comparables a los de los países desarrollados. México, con su mayor igualdad, tiene cifras mucho más negativas en ambos indicadores cruciales de la pobreza. Por otra parte, Chile ha subido su esperanza de vida al nacer de 74.3 años en 1990-1995 a 77.7 en 2000-2005. El chileno promedio tiene hoy una esperanza de vida más larga que la de los cubanos, que hoy registran un índice de 76.7 años y que a principios de los noventa tenían una esperanza mayor que los chilenos.

Sin embargo, debido a que el ingreso de la clase media y de los más ricos ha subido con mayor rapidez que el de los pobres, la concentración de la riqueza en Chile ha aumentado. Algunos izquierdistas radicales afirman que esto es prueba del fracaso del modelo chileno. Pero los ciudadanos chilenos, que han optado por refrendar el Gobierno democratacristiano-socialista, parecen satisfechos con un modelo que les ha permitido dejar atrás la pobreza, aun cuando no haya mejorado la distribución del ingreso.

En un momento en que nosotros los mexicanos nos aprestamos también a elegir a un nuevo presidente, y en que los discursos políticos se vuelven cada vez más populistas, quizá como consecuencia del éxito electoral de Evo Morales y Hugo Chávez, deberíamos meditar muy bien sobre nuestro modelo económico. ¿Queremos un sistema que genere mayor riqueza y dé un mejor nivel de vida a los más pobres, como ha ocurrido en Chile, o queremos distribuir la riqueza aunque destruyamos una parte?

Los chilenos, incluso los socialistas, han entendido que es mejor rescatar a los pobres de la pobreza que insistir en una mayor igualdad. ¿Lo entenderán también nuestros políticos?

POLÍTICAS SOCIALES

A veces las llamadas políticas sociales perpetúan la desigualdad. Chile, por ejemplo, tiene una legislación laboral rígida que hace que sólo un 14.7 por ciento de las mujeres trabajen menos de 30 horas a la semana contra 25.6 por ciento en México o 40.8 por ciento en Estados Unidos. Un salario mínimo muy alto en Chile, por otra parte, limita las posibilidades de contratación de quienes tienen menor preparación o experiencia. Una reforma laboral ayudaría a lograr una mayor igualdad.

Correo electrónico:

sergiosarmiento@todito.com

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