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Poder y pornografía/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Lydia Cacho escribió el año pasado un libro sobre “el poder que protege a la pornografía infantil”. Ahora, en una comprobación de la vastedad de ese poder, se intenta hacerle pagar su osadía. Se la procesa por difamación en Puebla. Con la absurda y manipulada acusación en su contra se busca no proteger una reputación sino castigar a la autora de Los demonios del edén por haber descubierto que un pederasta detenido hoy en Arizona es pieza clave en el comercio internacional de pornografía infantil y tráfico de menores.

Feminista que considera su maestra en tal convicción a su propia madre, Paulette Ribeiro, Lydia Cacho ejerce el periodismo en Cancún, donde también se ha significado por la defensa de los derechos humanos de las mujeres, a través de un centro especializado en atenderlas cuando son víctimas de violencia. En febrero pasado recibió graves amenazas, presumiblemente de maridos irritados porque sus víctimas habían acudido al centro dirigido por ella. Ahora tenemos motivos para suponer que el origen de los amagos era otro.

En ese febrero Lydia Cacho terminó de escribir el libro cuyo protagonista es Jean Succar Kuri. Pero no es sólo “la historia de un viejo sucio que descubre que le gusta tener sexo con niñas de incluso cinco años de edad”. Es también y sobre todo, como lo dice la propia autora, una indagación sobre “el sustento cultural de la misoginia y el intrincado tejido que une a un abusador sexual con el crimen organizado, bajo el cobijo de la impunidad y la corrupción policiaca”, en la que se percibe “cómo los poderosos extienden sus brazos allende las fronteras, para intentar acallar las voces de denuncia que develan las redes de complicidad criminal”.

Los demonios del edén fue escrito en Quintana Roo y publicado en marzo pasado por Grijalbo, en el Distrito Federal. Por entonces la Comisión Nacional de Derechos Humanos había solicitado medidas cautelares a favor de Lydia Cacho, y la Agencia Federal de Investigación le ofreció escolta que la acompaña desde entonces. Sin embargo, esa guardia no pudo impedir que el 16 de diciembre la activista fuera aprehendida (secuestrada en realidad ) por cinco agentes judiciales de Puebla llegados a Cancún en dos vehículos, que la trasladaron por carretera, a lo largo de veinte horas, a esa ciudad donde una jueza había ordenado capturarla por el delito de difamación. La periodista se recuperaba apenas de neumonía y estaba afectada de bronquitis, que empeoró durante el trayecto, en que estuvo sometida a hostigamiento psicológico y aun material, pues sólo una vez se le proporcionó agua y alimento.

En un ejemplo de cómo actúa la red de poder que protege a la pederastia y el tráfico de menores y su envilecimiento, el gobernador de Puebla Mario Marín había accedido a una solicitud del industrial José Camel Nacif Borge, que produce mezclilla en una planta situada en la capital poblana, opera allí mismo otra de procesamiento textil y controla siete maquiladoras en Tehuacán. Al servicio del empresario, el gobernador instruyó a su procuradora a que cuanto antes se realizara la averiguación previa. Y no contento con eso, cuando la periodista fue llevada ante la jueza el Ejecutivo local, formado en el covachuelismo de la dirección de Gobierno de su entidad, anticipó la sentencia. Dijo que la escritora había incurrido en difamación y debía ser castigada por ello. En sintonía con esa opinión, el 23 de diciembre la periodista fue declarada formalmente presa, si bien está libre bajo fianza. En Puebla la difamación se castiga hasta con cuatro años de cárcel.

Nacif Borge es mencionado en Los demonios del edén como protector de Succar Kuri, quien le prestó su nombre en diversas operaciones mercantiles, y también como testigo y compañero de sus andanzas delictuosas. Las menciones a ese empresario, ha explicado la autora ya sometida a proceso, “carecen de dolo, y son extraídas del propio testimonio de las víctimas del pederasta Succar Kuri que se encuentra en expedientes en la PGR. Y por lo que respecta al daño a la reputación de Nacif, fácilmente puedo comprobar que esa reputación se encontraba ya en entredicho por las numerosas notas periodísticas publicadas antes de la edición del libro, relativas a su detención por el FBI, sus relaciones con el juego y el presunto lavado de dinero en Las Vegas, los escándalos con el Fobaproa y las denuncias por acoso sexual en sus maquiladoras” (La Jornada, 29 de diciembre).

Si Nacif Borge se sintiera en realidad lastimado en su honor, lo último que hubiera hecho es acudir a la justicia para castigar a quien causara su deshonra, porque un efecto del abordamiento ministerial y judicial del caso es la más intensa difusión de la imagen que provoca desprestigio. Seguramente es menor el número de lectores de Los demonios del edén que el de quienes a través de los medios saben ahora de la relación del presunto ofendido con Succar Kuri. No es creíble, por lo tanto, que mueva a Nacif Borge la defensa de su honra, sino que acaso se propone contribuir a mejorar la suerte judicial de su amigo.

Pese a la multiplicación de denuncias en su contra, Succar Kuri pudo huir de Cancún pero fue aprehendido en febrero de 2004 en Chandler, Arizona, donde se halla en espera de que se resuelva el pedido de extradición librado por el Gobierno mexicano. Una sentencia contra la autora del libro que resume su historia criminal fortalecería la posición del pederasta. Y haría saber a Lydia Cacho cuán vigoroso es el poder que denunció.

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