De niños jugábamos a los policías y ladrones y veíamos cómo finalmente el malo del juego tenía que pagar por todos sus delitos. Siempre se aplicaba la Ley con una rectitud tal, que era impensable que el ladrón pudiera dar una “mordida” al policía para ser liberado o que el uniformado fuera cómplice directo de los malhechores. Por desgracia, la realidad es muy distinta a los juegos infantiles, al grado que es muy difícil distinguir ya entre un agente policial y un delincuente.
Por definición un policía debe ser alguien que se encargue de hacer respetar las normas vigentes. La Policía tiene dos funciones principales: evitar las transgresiones de la Ley y detener a los transgresores. En resumen, la Policía se encarga de proteger las vidas y la propiedad de los ciudadanos, de asegurar el orden público y evitar que se produzca su alteración, así como de regular el tránsito y cooperar en el bienestar y seguridad del pueblo.
Pero los policías laguneros son muy distintos a los que solemos ver en las teleseries. Ellos aprovechan cualquier transgresión de la Ley para incrementar sus ingresos mensuales por medio de un amable donativo que suele hacer el infractor.
Es increíble la capacidad que tienen algunos policías para ejercer varios trabajos a la vez. Por un lado son agentes de tránsito, por el otro revendedores de boletos del Santos y hasta se dan el tiempo para alquilar espacios de estacionamiento.
Esta necesidad de los policías de contar con nuevos ingresos nos hace pensar en muchas cosas. En primer lugar, que el sueldo que reciben es tan bajo que difícilmente luchan por velar por la seguridad de los ciudadanos; y en segundo lugar, que al no tener el suficiente dinero, tienen que buscar fuentes alternas de ingresos y por eso nos enteramos de policías corruptos que aprovechan el poder que les confiere su placa para obtener otras ganancias.
Es lamentable que tengamos unos policías que lejos de buscar la seguridad en la región, incurran en prácticas delictivas para poder mantener a sus familias. Sé que es mucho pedirle a un policía que ponga orden en la sociedad, por eso lo único que me resta es suplicar que con sus diarios actos no pongan más desorden del que hay.
Algunos policías de Torreón se encargan de poner en peligro la vida de los ciudadanos. Hay ocasiones que al conducir sus patrullas, quieren imitar a Fitipaldi y utilizan las calles de la ciudad como una pista en la que tratan de demostrar su pericia como conductores. El resultado de esto es un estado lamentable de las patrullas que quedan y, en consecuencia, una menor vigilancia en la ciudad.
Seguramente usted conoce a alguien que haya sido multado por haber circulado a exceso de velocidad, o por no respetar las señales de tránsito. Pero ¿quién sanciona a los policías cuando sin justificación alguna ignoran una luz roja o violan los límites de velocidad?
Hace un par de días Alfredo Castellanos Castro, titular de Seguridad Pública, presentó el Programa de Modernización al Sistema Policial Municipal, cuya finalidad es la de mejorar la calidad de vida del policía preventivo, cambiar su imagen y fomentar la participación de la sociedad en la prevención de los delitos.
El funcionario municipal parece haber dado en el clavo: para mejorar el desempeño policiaco, hay que mejorar primero su calidad de vida. Si un agente está conforme con su sueldo y con sus prestaciones, entonces encontrará una mayor motivación para realizar su trabajo.
Pero una cosa es prometer, y otra cumplir. Por tal motivo, todos debemos estar alerta para que las palabras de Alfredo Castellanos y de José Ángel Pérez no queden en el olvido.
El problema de la inseguridad es grave, y mientras los policías contribuyan a que esta problemática continúe, pensar que un día conoceremos lo que significa la paz es una utopía.
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