Uno de los mitos más antiguos es el de que los regímenes de los países convergen en el tiempo hacia un sistema mundial único. También se ha repetido hasta el agobio que la libertad del comercio mundial, de los flujos de capital y de la tecnología tendería a equiparar, a igualar, los ingresos de las naciones y a limar las disparidades mundiales extremas entre riqueza y pobreza.
En los hechos, los países no tienden a formas únicas de organización o cultura; tampoco los estándares de vida de la población del mundo tienden a unificarse, ni el comercio necesariamente suprime la violencia. La diversidad está presente: Europa toma el camino de formar un Estado federal o comunitario con una mezcla de democracia social en lo político y un régimen liberal en lo económico.
Estados Unidos quiere afirmar y afirmarse en un régimen neoliberal en lo económico y en lo político, que, además, promueven a escala universal, sin dejar de coquetear con el proteccionismo.
La Unión Soviética suprimió la planeación central y privatizó sus empresas, pero recayó en el autoritarismo político. China mezcla la planificación económica con la apertura de algunos mercados vinculados al comercio exterior, mientras mantiene regulaciones políticas y económicas que se rechazarían en los regímenes occidentales.
Corea y Taiwán, mantienen el intervencionismo y la producción estatal directa, contrariando la letra del “Consenso de Washington”. En América Latina, la reducción de los ritmos de desarrollo y la pobreza hacen ganar electoralmente a muchos candidatos progresistas, anunciando el regreso del péndulo neoliberal. Tampoco parece haber convergencia en las prácticas de las empresas transnacionales, y mucho menos en la evolución del ingreso de los países en desarrollo. América Latina se rezaga lastimosamente, mientras China y la India prosperan con rapidez y se convierten en potencias mundiales.
El peso demográfico de esos países y su innegable prosperidad, contrae las cifras de la pobreza mundial. En contraste, la miseria y las desigualdades distributivas se afirman, con pocas excepciones, como enfermedades crónicas de los países latinoamericanos.
El mundo transita con tropiezos en la adaptación de los sistemas sociales, a los mercados sin fronteras y a la ideología dominante. Sin embargo, más que uniformidad, subsiste la diversidad de soluciones y la hibridación recíproca con resultados positivos o negativos, según el aporte de ingredientes innovadores, autónomos, de los países y de su congruencia con su historia e instituciones.
En términos netos, los costos de la instauración del nuevo orden político-económico internacional se reflejan nítidamente en la reducción del 50 por ciento del ritmo de crecimiento del ingreso per cápita del mundo entre los periodos 1950-1973 y 1973-2001, tendencias de las que no escapa México.
Por lo general, los tropiezos han sido mayores en los países que han asumido dogmáticamente los dictados ideológicos del neoliberalismo, o en las zonas más sumisas a los paradigmas de las potencias dominantes. En efecto, ahí se encuentran países que intentaron desmantelar rápidamente las instituciones del socialismo o las que pasan abruptamente del proteccionismo a la libertad irrestricta de los mercados. En particular, México está urgido de una política macrosocial que comience a resanar desigualdades extremas, forme capital humano e incorpore genuinamente a la población excluida a la vida democrática. Asimismo es notoria la ausencia de una política industrial que cuide a los productores nacionales, aproveche los mercados internacionales y reanime la inversión propia.
En contraste, muchas naciones exitosas supieron incorporar ingredientes propios a sus políticas públicas, defender sus productores y ciudadanos, aprovechar innovativamente las oportunidades de los mercados liberados, sin destruir innecesariamente sus instituciones ni descuidar los intereses nacionales.
Ojalá nuestros políticos aprendieran de las buenas experiencias y se convencieran que mercados ayunos del respaldo de políticas públicas convenidas, deliberadas, y del apoyo mayoritario de la sociedad -no sólo de las élites-, apenas podrían ofrecer la prolongación del cuasi estancamiento crónico del último cuarto de siglo.