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Populismo/Diálogo

Yamil Darwich

Conforme nos acercamos a las elecciones para elegir presidente de México, el caldero político aumenta de temperatura y las declaraciones se hacen más difíciles de analizar, sobresaliendo las populistas. ¿Quién tiene la razón?; descubrirlo es el reto para los ciudadanos, siendo necesario decidirnos y votar el próximo dos de julio del presente año. No votar debe quedar eliminada como posibilidad en mente.

En los últimos años del siglo XIX, los pobres del oeste de Estados Unidos de América estaban dominados por los caciques agrícolas; les imponían precios en sus productos, controlaban el transporte, bodegas, medios de distribución y créditos bancarios; eso los orilló a crear “El Partido del Pueblo”, en 1892, casi logrando poner en la Presidencia a William Jennings Bryan; él prometía justicia social. Éste es el origen del término populista, degenerando hasta convertirse en sinónimo de timo, fraude, engaño, mentira y falsedad, aplicable a los políticos que usan la bandera de la injusticia y las promesas de mejor vida para los pobres, persiguiendo el apoyo de ellos, quienes buscan, al menos, esperanza.

Frustración, pobreza, humillación, hambre, falta de empleo o de vivienda, descuido en la salud y la educación, son síntomas y signos a reconocer por los populistas, que buscan cosechar votos a través de promesas imposibles de cumplir.

Los caudillos populistas son carismáticos y mantienen presente el principio de la retórica de la antigua Grecia que dice: “La palabra es un veneno con el cual se puede hacer todo: envenenar y embelesar”. El término ha sido utilizado, particularmente, por políticos del tercer mundo, tanto en Latinoamérica como en África, donde es eficaz ante la pobreza imperante.

Abdalá Bucaram de Ecuador se definió como el “líder de los pobres”; Carlos Saúl Menem, en Argentina prometió “justicia a los descamisados”; Alberto Fujimori, dijo defendería a “los cholitos” de Perú; Hugo Chávez, en Venezuela, declaró arrancaría al pueblo de “las cadenas del neoliberalismo e imperialismo”; Salvador Allende, en Chile, aseguró atacaría a las “élites causantes de todos los males”; y Luiz Inácio Lula da Silva, en Brasil, ofrece llevar educación gratuita a todos, estatizar la industria y la banca, además de jornadas de 40 horas a los trabajadores. Con el apoyo de las mayorías llegaron al poder, aún con la oposición de los medios de comunicación, controlados por los grupos dominantes -“imperialistas”- en sus respectivos países.

Como dato interesante: para acceder al poder tuvieron el apoyo -franco o disfrazado- de las Fuerzas Armadas y obtuvieron recursos del exterior de sus países. También hicieron promesas incumplidas y en muchos de los casos se sospechó la intriga y acuerdos secretos con representantes de EUA; quienes no lo hacen, aceptan continuar respetando los tratados comerciales, como Chávez, quien agrede verbalmente a Bush y sigue vendiéndole petróleo por dos razones fundamentales: una es la necesidad de mantener la economía interna y dos, saber que de no hacerlo, empieza una cuenta regresiva para que se le presente alguna rebelión interna.

Aún cuando los populistas son ubicados en la izquierda política mundial, es un recurso utilizado por todas las corrientes, según los momentos y necesidades; recuerde a Fox prometiendo empleo y crecimiento del siete por ciento anual, que luego disminuyó a sexenal; o a Luis Echeverría Álvarez y los muchísimos autobuses foráneos entregados a los estudiantes, además de especiales apoyos presupuestarios a las universidades, tratando de que se olvidaran los hechos de 1968. Otros, como el Dr. Simi, regalan despensas y dicen poder solucionarlo todo con vitaminas -que vende- y ejercicio, en un ejemplo demagógico de franco oportunismo abusivo de la ignorancia y la pobreza.

Ese populismo es utilizado por los candidatos a ocupar puestos de elección popular y no les tiembla la voz al decir disparates, tales como prometer resolver problemas de salud, incluido el del IMSS; garantizar seguridad pública con “cero secuestros”; acabar con el desempleo, olvidando nuestra incompetencia laboral internacional; abaratar el costo de energía eléctrica, sin decir que estamos amenazados, para dentro de pocos años, con tener apagones seriados en todo el territorio nacional; hasta disminuir el costo de los combustibles, callando intencionalmente el gravemente enfermo estado financiero de Pemex.

La realidad histórica es que, al llegar al poder, olvidan las promesas de campaña por ser imposibles de cumplir y fortalecen sus relaciones con los grupos poderosos, ante la amenaza de desequilibrio económico nacional en la precaria calidad de vida política y social.

En México, los actuales candidatos a la Presidencia, luchan por hacer olvidar al votante de graves acusaciones: Andrés Manuel López Obrador niega a René Bejarano y Gustavo Ponce Meléndez, rateros exhibidos, impunes de fondo; Felipe Calderón no quiere que recordemos su participación en el gabinetazo y trata de esconder sus relaciones de compromiso con la pareja presidencial; Roberto Madrazo, niega sus nexos con anteriores ex presidentes, sus funciones como líder partidista y hasta sus antecedentes como gobernador de Tabasco. Todos juegan al populismo como herramienta para atraer el voto de las mayorías, los pobres particularmente.

Los expertos hablan de la necesidad de atraer, al menos, a 13.5 millones de votantes, aproximadamente el 35 por ciento del censo nacional. Todos necesitan convencer a más partidarios aparentemente contabilizados como “seguros”, razón suficiente para tratar de engañar a los menos capaces de hacer análisis.

Esa es la importancia de que los mexicanos participemos en las próximas elecciones; hace que algunos justifiquen el despilfarro de alrededor de cuatro mil millones de pesos en campañas mediáticas del más bajo nivel propositivo, orientadas para atraer votantes desesperados, necesitados materialmente, incautos y hasta comprados.

Los conservadores y militantes de la ultraderecha se preocupan y finalmente, cuando ven la fuerza del neopopulista, buscan alianzas; los integrantes de las bases de trabajadores y campesinos viven la esperanza del cambio, en tanto algunos líderes y hasta intelectuales promueven el voto, según sus propias visiones políticas y sociológicas para México; no pocos somos sometidos por el embeleso. El riesgo es que todos podemos ser decepcionados y tal vez los grupos de poder logren ampliar su hegemonía, aunque sea a costa de grandes desembolsos.

Los populistas manejan temores y necesidades del pueblo con brillantez y siempre buscan aparecer con facha mesiánica, aunque de fondo sean autoritarios y hasta voluntariosos -recuerde los caprichos de anteriores presidentes-; de nuevo se puede cumplir aquello de “el valiente vive mientras el cobarde quiere”.

Lo invito a tomar el compromiso y contribuyamos a la madurez política de México; no sólo votando, también haciendo política, promoviendo la toma de conciencia a partir de la información, el estudio y la comunicación, sin olvidar a los que menos oportunidades tienen de comprender nuestra realidad; si usted puede influir en ellos, invítelos al diálogo; o mejor aún, organíceles jornadas de difusión. Así, sin duda, estaremos avanzando.

ydarwich@ual.mx

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