“Yo no creo que nadie a ninguna edad deba poder ser despedido de una empresa”.
Estudiante francesa
Madrid, España.- Dicen que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Y cada vez es más clara la verdad de esta afirmación, por lo menos en los países democráticos en los que los populismos se vuelven cada vez más comunes y llegan al poder a través del voto de los ciudadanos.
Han sido, después de todo, los propios peruanos quienes han votado al populista Ollanta Humala como uno de los dos finalistas en su elección presidencial. De la misma manera que han sido los bolivianos quienes eligieron a Evo Morales y los venezolanos quienes han apoyado a Hugo Chávez en todas sus aventuras políticas.
Han sido los franceses quienes han presionado al Gobierno de Dominique de Villepin y Jacques Chirac para retirar la nueva Ley de primer empleo, demandando que todos los franceses, desde su primer empleo, tengan garantía de permanecer en ese primer empleo toda la vida, lo cual seguramente hará que la desocupación en Francia entre los jóvenes con poca preparación, especialmente los de origen africano y árabe, siga siendo cercana al 50 por ciento.
Los italianos, es verdad, han votado por remover del Gobierno a Silvio Berlusconi, el magnate que utilizó su cargo para favorecer a sus propios intereses empresariales, pero por un margen tan pequeño y dándole además el control del Senado que casi han asegurado que ningún Gobierno podrá hacer las reformas económicas que harían que Italia deje de ser el “enfermo de Europa”.
Parte del problema en todo el mundo, me parece, es que la gente en ningún lugar del mundo no entiende realmente cómo funciona la economía. Los jóvenes franceses que lograron que el primer ministro De Villepin, echara para atrás el Contrato de Primer Empleo (CPE), el cual permitiría una mayor flexibilidad en el despido de los jóvenes de menos de 26 años y menos, están convencidos de que esta medida los beneficiará a ellos y sobre todo a los jóvenes más pobres de su país. Sienten que han defendido una política de beneficio social. No se dan cuenta que han logrado exactamente lo contrario.
No debe sorprender a nadie que Francia tenga las tasas de desempleo más altas de Europa occidental. La razón es su inflexible legislación laboral que hace virtualmente imposible despedir a nadie a pesar de la conducta o la falta de eficiencia que pueda tener.
Como suele ocurrir, esta legislación se convierte en un arma que daña a aquellos que supuestamente debía ayudar. El alto nivel de desempleo es una consecuencia directa de las enormes dificultades que la ley establece para hacer contrataciones.
La falta de trabajo entre los jóvenes árabes y africanos provocó la oleada de violencia que el año pasado afectó los suburbios de París y otras ciudades francesas. Pero sin una legislación que haga más fácil despedir a los trabajadores, las empresas francesas seguirán manteniendo una política de restringir a un máximo cualquier nueva contratación. Y los principales afectados serán aquellos que tengan menor preparación y por lo tanto sean menos necesarios en una organización laboral.
El populismo, como vemos, no es sólo un fenómeno latinoamericano. También en algunos países de Europa esta tendencia es muy clara. Los pueblos no quieren escuchar más realidades: no desean que se les diga que tienen que hacer reformas que hagan sus economías más eficientes para mantener o mejorar sus niveles de vida. Eso es lo que les ocurre a los estadounidenses, por ejemplo, que se han negado a legalizar a los trabajadores indocumentados que dentro de su país están haciendo la mayor parte de los trabajos duros que los nacidos en Estados Unidos ya no quieren hacer, por lo menos no con un sueldo que le permita al país mantenerse competitivo en el mundo.
De hecho, también en Estados Unidos existe el populismo. George W. Bush ha sido el presidente más populista de ese país desde Ronald Reagan. La manera en que ha manejado la economía, llevando el presupuesto a un déficit sin precedentes y en que ha invadido a Irak para generar apoyo político en casa son típicas políticas populistas.
El problema con el populismo, sin embargo, es que promueve falsas esperanzas en el presente pero hipotecando el futuro. Al no entender cómo funciona la economía, los populistas toman medidas que los afectan a ellos y a los más pobres con el paso del tiempo. Si echamos un vistazo a los líderes estudiantiles franceses, a los nuevos caudillos latinoamericanos y al presidente estadounidense nos daremos cuenta que todos tienen esas características.
Todos son populistas. Y los pueblos de todo el mundo parecen convencidos de que ha llegado el momento de impulsar las causas que ellos representan.
LOS NO POPULISTAS
¿Quiénes no son populistas? ¿Qué gobiernos están aplicando medidas en sus países para construir en vez de hipotecar el futuro? Están entre ellos el Gobierno socialista de España y el laborista del Reino Unido. Cabe señalar también el de Irlanda. Varios países de Europa oriental y de la región nórdica están dando pasos agigantados para edificar una economía más eficiente. Lo ha hecho también Chile en Sudamérica al igual que países de Asia como Corea del Sur y Taiwán.
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