Querida Olga:
Lamento no haber estado presente en el evento del miércoles pasado en que te entregaron la medalla al mérito empresarial y periodístico. Me hubiera gustado darte un fuerte abrazo y demostrarte así mi reconocimiento a tu trayectoria.
Claudia me dijo que la ceremonia resultó profundamente emotiva y estaban ahí muchas personas que te quieren y te quieren bien.
Es bueno reconocer los méritos de nuestras personalidades laguneras cuando están con nosotros. No desdeño los homenajes a destiempo, pero acaban por ser poco oportunos. Como diría Emma Godoy, los reconocimientos, el decirle y hacerle sentir a la gente que amamos que son importantes para nosotros, debe hacerse en vida, hermano en vida.
Me dicen que, como era de esperarse, mi querida Sonia Salum estuvo espléndida en su intervención. Y sabes, coincido con ella cuando destaca por sobre todas tus virtudes las de la amistad y generosidad.
Tú llegaste a nosotros vinculada ya con esta tierra que a muchos nos vio nacer. Y la amaste como la más ferviente de sus hijas, por los lazos paternos que te unen con ella.
Decían los antiguos que en realidad sólo se puede amar lo que se conoce. Tú has llegado a conocer muy bien nuestra Comarca y por eso la amas y luchas por ella.
Te comprometes con sus grandes anhelos. Haces tuyas sus aspiraciones. Defiendes sus causas más nobles; y como consecuencia de todo ello has hecho amigos.
Yo tengo el privilegio de contarme entre esas amistades que tú has forjado a lo largo de todos estos años de convivencia con los laguneros, y para mí ello es sin lugar a dudas un motivo de orgullo bien entendido.
Por eso me atrevo a ponderar la amistad, tu amistad, con nosotros. Porque creo fervientemente que la amistad es uno de los sentimientos más grandes y generosos dentro de todos los que Dios nos ha regalado.
Lo es, porque la virtud es el basamento de toda amistad.
Sólo un ser virtuoso, como tú lo eres, puede hacer que germine en otra alma la semilla de la amistad.
De la amistad, deriva la generosidad y tú has prodigado ambas entre quienes te rodeamos.
Y aún más, porque es sabido que tu mano generosa se extiende a todo aquel que recurre en tu auxilio.
Un simple abrazo o una palabra de aliento a veces basta para refrendar una amistad. Tú siempre nos los has regalado como lo hacen los amigos de verdad.
En forma sencilla, pero sincera. De manera generosa. Siempre interesada en las cosas y las personas que forman parte de nuestras vidas.
Se afirma que todo lo que nace, primero fue sembrado. Y tú sembraste entre nosotros la semilla de la amistad, que es uno de los lazos más sólidos que pueden unir a dos seres humanos, a dos almas.
De ahí nació también el respeto y la admiración que te tenemos.
Tú que en tu vida has luchado incontables batallas, te das tiempo para acompañarnos en otras. En las nuestras. Y aún más, destinas parte de tu tiempo para remendar almas.
¿Qué es la amistad sino la ayuda mutua? Porque en la felicidad del amigo está la propia felicidad. Pero también ante las flaquezas del amigo y las debilidades de su alma está presta la aguja para hacer los remiendos necesarios para seguir adelante. Para levantarlo y asegurarnos que continuará su camino junto a nosotros.
Eres costurera de almas rotas. De almas afligidas por el dolor y la incomprensión de los otros. De aquellos que no entienden de valores ni saben de verdaderas amistades. De los que hieren. De los que desgarran sin piedad.
Pero frente a ellos, se alzan tu virtud y entereza. Tu solidaridad y generosidad. Tu alma de mujer fuerte y amorosa.
Has echado profundas raíces entre nosotros. Por ello, nos perteneces como las flores del desierto. Como el cielo límpido que cubre nuestra tierra. Como la lluvia generosa que nos reconforta y vivifica.
Eres heredera de una estirpe que igualmente hundió sus raíces en esta tierra y dio frutos generosos. Y por ello, quienes te conocemos y gozamos de tu amistad, nos sentimos agradecidos de poderte llamar, a ti, Olga de Juambelz y Horcasitas: AMIGA.
