La ?consolidación de la estabilidad macroeconómica? como pieza fundamental del decálogo económico del nuevo Gobierno (véase EL UNIVERSAL, 15/XII/06), así como su anclaje en la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria, eran de esperarse con el nombramiento de Agustín Carstens como secretario de Hacienda.
Hace poco más de un año, siendo subdirector gerente del FMI, Carstens señaló: ?Hoy más que nunca es necesario que México ?ancle? su política fiscal por medio de la Ley de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria que se discute en el Congreso, pues la incertidumbre de la inversión nacional y extranjera, reflejada en bajas tasas de crecimiento, pudiera afectar a la macroeconomía en los próximos dos o tres años? (El Financiero, 20/IX/05).
La incertidumbre, agregó, ?está relacionada con la disciplina fiscal y su permanencia en el tiempo?; por eso ?los mexicanos nos sentiríamos más tranquilos si tuviéramos un acuerdo en materia de Ley de Presupuesto que dé cierto ?anclaje? a la política de equilibrio en el mediano plazo?.
Ciertamente, esta Ley ?aprobada por el Congreso en marzo de 2006? constituye un ancla formidable para la ortodoxia del presupuesto equilibrado. Pero precisamente por eso, no es la panacea, sino al contrario. En su artículo 21 establece: ?En caso de que durante el ejercicio fiscal disminuyan los ingresos previstos en la Ley de Ingresos, el Ejecutivo federal, por conducto de la Secretaría [de Hacienda], podrá aplicar las siguientes normas de disciplina presupuestaria?. Podrá compensar la disminución de algunos rubros del ingreso con los incrementos que se observen en otros rubros; o compensar la disminución de los ingresos petroleros con recursos del Fondo de Estabilización de los Ingresos Petroleros; y la disminución de la recaudación Federal participable con recursos del Fondo de Estabilización de los Ingresos de las Entidades Federativas. Pero si tales compensaciones no cubren las disminuciones de ingresos, entonces se compensarán ?con la reducción de los montos aprobados en los presupuestos de las dependencias, entidades, fondos y programas?.
Ahora bien, independientemente del comportamiento de los ingresos petroleros ?cuya evolución depende primordialmente de factores externos?, cuando una economía entra en recesión caen los ingresos de las empresas y personas físicas y, en consecuencia, cae la recaudación fiscal.
En consecuencia, si una recesión ocurre al principio del ejercicio presupuestal, como sucedió en México durante 2001 y podría ocurrir nuevamente en 2007, entonces el gasto público tendría que recortarse automáticamente. En consecuencia, la Ley de Presupuesto no sólo cancela la opción de una acción oportuna en materia de política fiscal contracíclica ?aumentando la inversión y el gasto públicos, o por lo menos manteniéndolos en el nivel programado?, sino que obliga a recortar el gasto, profundizando la recesión, ergo actuando de manera procíclica.
Es exactamente lo contrario de lo que hacen las economías exitosas. Hoy día, los países avanzados conservan la capacidad de combatir eficazmente las recesiones no sólo mediante políticas monetarias expansivas, sino también con déficits presupuestales más altos: si la actividad económica se contrae, el incremento de la inversión y el gasto público ?o bien la reducción de impuestos? impulsan su reactivación. Por eso, en un artículo puntillosamente titulado ?Do what we did, not what we say? (Project Syndicate, Oct/03), el profesor Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001, señaló: ?Las economías en desarrollo deberían analizar con cuidado no lo que Estados Unidos les dice que hagan, sino lo que hizo en los años en que surgió como potencia industrial y lo que hace ahora?. Los hechos recientes son estos: para sacar a su economía de la desaceleración ?que se inició en el último trimestre de 2000? y evitar que ésta se convirtiera en recesión (o que ésta se prolongara), Estados Unidos recurrió a políticas macroeconómicas (monetaria y fiscal) expansivas, al grado de reducir sus tasas de interés primarias desde 6.5 por ciento anual hasta uno por ciento anual, y de pasar de un superávit fiscal del Gobierno general de 1.3 por ciento del PIB en 2000, a un déficit fiscal de 0.7 por ciento del PIB en 2001 y de cuatro por ciento en 2002. Gracias a estas políticas contracíclicas, Estados Unidos logró esquivar la recesión y reanudar su crecimiento económico.
Lo mismo hicieron otros países industrializados para combatir la desaceleración de sus economías al inicio del nuevo milenio. Francia y Alemania, por ejemplo, rompieron incluso el techo de déficit fiscal de 3% del PIB acordado como máximo en la Unión Europea. Y algo similar hicieron importantes países asiáticos para reactivar sus economías después de la crisis desencadenada por la macrodevaluación tailandesa. Como señaló la UNCTAD: ?Estas economías sólo repuntaron cuando abandonaron las políticas de austeridad [fiscal] y las autoridades monetarias pudieron jugar un papel más positivo?.
La moraleja es obvia: para lograr el crecimiento económico sostenido, las naciones en desarrollo deben desechar el dogma del presupuesto equilibrado como señal de santidad y de pasaporte seguro a la prosperidad.