Deus Caritas est: Dios es amor, la primera encíclica de Benedicto XVI se inscribe en esa insistencia del anterior prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, manifestada también como decano del Colegio Cardenalicio al presidir las misas tanto de funeral de Juan Pablo II, como de inicio del Cónclave, en hacer ver la inmensidad del amor de Dios hacia los seres humanos, la participación de ese Amor Divino en el amor que las personas nos debemos unas a otras y el sentido de gozo inmenso que el amor, la caridad tienen en sí mismas.
El hecho que la primera encíclica de este Pontificado esté dedicada a este tema, ha desconcertado a muchos analistas vaticanos quienes pensaban que dada la formación profundamente teológica del Pontífice, y el origen alemán, cientificista y académico de Joseph Ratzinger, el tema central de su encíclica programática pudiera haber sido de honda profundidad filosófica y teológica en torno a algún tema polémico.
Sin embargo, lo cierto es que ya desde esas alocuciones referidas anteriormente, y en otros libros publicados desde su época de arzobispo de Munich, Benedicto XVI había manifestado su enorme preocupación por la vivencia a fondo de la auténtica caridad cristiana por una parte con manifestaciones entrañables de su gran sensibilidad personal y pastoral, manifestada inclusive en la ternura que muestra su semblante y su mirada, lo cual no puede ser sino la expresión externa de la enorme paz interior que debe poseer, no reñida con su enorme intelectualidad y el profundo estudio temático que ha venido haciendo de la relación entre tres palabras griegas: eros, philia y agapé de las que se deriva una muy importante distinción entre las distintas formas de amor entre las personas que se pueden dar.
Benedicto XVI con ese profundo conocimiento filosófico, antropológico y teológico que posee de la mano de su enorme preparación académico universitaria distingue perfectamente bien entre ese amor de amistad representado en el concepto griego de philia, respecto de un amor que en virtud de su trascendencia vital tiene unas connotaciones muy específicas cual es el representado en la palabra eros, la cual a decir del propio Pontífice no se puede ni se debe anatematizar sino por el contrario, otorgarle esa connotación de enorme trascendencia que en sí misma posee, pero que desgraciadamente en los ambientes contemporáneos se ha relativizado y vulgarizado dándosele una connotación exclusivamente sensualista y en ocasiones hasta pornográfica, cuando que en realidad al trascender a lo que los griegos llamaban agapé, se convierte en exaltación suprema de un amor con sentido de entrega plena y total entre quienes se aman de ese modo y que por ello convierten a esa clase de amor en un amor no compartible a diferencia del amor de amistad que no es exclusivo y puede ser compartido sin perder su esencia.
Todo ello envuelto en ese ambiente de regocijo, de gozo inmenso del que Benedicto XVI tanto ha hablado, dándole siempre un sentido de fiesta a esa relación de amor entre las personas y entre Dios y sus criaturas.