Deseo expresar mi
solidaridad y afecto a la familia Anaya Aguirre; quiero también sumarme a los que no logran
entender el porqué
suceden estas desdichas.
Encuentro en la información y el seguimiento puntual de la misma, la posibilidad de comprender mejor el presente. Estar al tanto del acontecer diario es deseo para muchos y responsabilidad inalienable para los que nos hemos formado en los medios, y a través de imagen, voz o pluma manifestamos diversos sentimientos: tanto el personal como el colectivo. Si en alguno de nosotros naciese el atrevimiento de vislumbrar o predecir un porvenir ya de por sí incierto, entonces será mayor el compromiso de prepararnos. Por preparación entiéndase, no sólo los merecimientos académicos de ayer o los éxitos de antaño: aquél en busca de certidumbre también la encontrará en los libros; desde el pensamiento filosófico de la Grecia clásica hasta la literatura hispanoamericana del siglo veinte. En México cada uno de nosotros leemos, en promedio, menos de un libro por año…Ahí está el detalle.
La perorata anterior nace a partir de una vieja declaración de Vicente Fox. Si bien nunca concebí al presidente como un “devorador de libros”, jamás imaginé que nuestro mandatario iría tan lejos como para recomendarle a una simpatizante, (Fox tenía conocimiento de que sus palabras serían transmitidas por red nacional) el no abrir los periódicos “pues nomás nos amargan a todos el día”. Después de tan certera recomendación ya no me sorprendió la tan sonada frase de “que aquí todo marcha de maravilla”. Muy a pesar del cambio, se percibe en el presidente síntomas claros de un cuadro patológico agudo, del cual, en su tiempo, todos sus antecesores fueron víctimas: pérdida de contacto con la realidad y aislamiento.
No hagamos nosotros lo mismo. Entiendo cuán desconcertante resulta encontrarnos frente a unos comicios electorales que a veces se asemejan más a un pleito de burdel, que a una contienda cívica en pos de un clima democrático que garantice continuidad. Creo no ser el único mexicano confundido, harto y por qué no decirlo, preocupado, ante lo que nos pueda deparar el dos de julio. Propuestas las hay, opciones existen, pero lo estéril termina por contaminar aquello rescatable. Todos -y conste que digo todos- los candidatos presidenciales han tenido momentos radiantes, y si en este momento se me preguntara en qué sentido se está inclinando mi voto, respondería que aún no lo tengo decidido y que existe la posibilidad de que justo al llegar a la casilla nazca la certeza en mí . Bueno, que si de certezas hablamos, los lectores se podrán imaginar que por ahí hay un señor por el cual ni con una botella de mezcal encima me inclinaría; nunca.
Mi generación va bien. En no más de una década muchos estarán ocupando puestos clave dentro de los ámbitos público y privado, si no es que ya lo hacen. Aunque la política no agrade a algunos, debemos entender que las decisiones que a corto, mediano y largo plazo tomen aquéllos en pos de una silla o una curul, necesariamente, para bien o para mal, tendrán repercusión directa sobre nuestras vidas y aspiraciones. Si elegimos a equis o ye, cabe la posibilidad de error, pero también la de acertar. Sería muy poco ético frente a nosotros mismos y más aún frente a nuestro entorno el no participar y no atender lo que nuestro país nos exige. Muchos de los males, o resabios generacionales obedecen a una pasividad vergonzosa que no tiene ya cabida dentro de un país que busca consolidar la democracia y aspira a dejar de ser llamado tercermundista. Por ello elijo leer e instruirme, elijo participar en los próximos comicios. Prefiero la cruda de una decisión equivocada que saberme parte de una camada que por inercia o flojera ha venido nadando de muertito toda su vida y atribuye sus males a terceros. El éxito implica riesgo y estimo que por lo general sólo lo alcanzan aquellos que con inteligencia, primero ponderan y analizan, y después arriesgan.
El impulso a la cultura brilló por su ausencia durante este sexenio y claro, con Sari Bermúdez al frente, peor tantito. La educación empieza dentro del núcleo familiar y sigue su curso en las aulas. Nunca se deja de aprender y es quizá el paso de los años lo que verdaderamente nos hace más sabios. En lo personal puedo disculpar a un indígena de la sierra o a una persona con hambre, pues cuando se padecen carencias, en lo último que se piensa es en encontrar la última edición del Ulises de Joyce o en seguir las encuestas. Lamentable en un adulto o joven con posibilidades de instruirse, la desidia. Los pobres callan pues parece que nadie escucha. En cambio, tú o yo, que nacimos dentro de un hogar con techo, comida y sustento somos los que generalmente nos quejamos por lo mal que nos va y por las transas de muchos.
¿Que si me pongo de ejemplo? No, perdidos estaríamos. ¿Que si trato de enseñar? No, aquí nadie es apóstol. ¿Que te quedó bien el saco? ¡Entonces lee, infórmate y vota para así ganarte el derecho de vociferar!