Cuentan que a Saint Simon lo despertaban con música y las edificantes palabras, señor es hora de levantarse, tiene usted cosas muy importantes que hacer. Para engrandecer el espíritu, el alma, ninguna fórmula debe parecernos extraña -ni los melodramáticos monólogos de Churchill ni los, por momentos, dulzones discursos de Roosvelt. Todo se vale cuando se trata de inyectar altura de miras a nuestras vidas y romper los barrotes de la pequeñez. Esa pequeñez, esa mezquindad se ha apoderado de la vida pública y con ella nos estamos hundiendo.
México está ante una excelente oportunidad histórica de generar una nueva etapa de prosperidad que alcance a decenas de millones de compatriotas. Por fin las tan vilipendiadas variables macroeconómicas están estables. Los créditos se reavivan, los horizontes familiares se amplían. Nuestra tasa de crecimiento demográfico ha descendido sensiblemente; la proporción entre trabajadores y dependientes será favorable por un cuarto de siglo. La sociedad mexicana podrá ahorrar en las próximas décadas como nunca antes lo había podido hacer. Además, y gracias a la incorporación de la mujer al aparato educativo, los mexicanos llevarán dos salarios a la mayoría de los hogares, lo cual es una novedad cuyos beneficios no conocemos. Si diseñamos un sistema de pensiones adecuado el ahorro interno de México podría duplicarse o más en las próximas décadas.
Por supuesto que hay situaciones vergonzosas, como la pérdida de connacionales que tienen que salir a buscar trabajo. Pero observemos con frialdad las posibilidades de su sacrificio. Estamos recibiendo más de 20 mil millones de dólares al año por remesas (aunque también se discute que podría haber desviaciones de otro tipo). Son dineros que con frecuencia terminan en hogares de extrema pobreza. Bien encauzados esos dineros sin duda pueden ser un peldaño para muchas familias. Así ocurrió en Irlanda y Portugal, con una diferencia no menor: allí se crearon programas estatales para arraigar la inversión o ese ahorro que de otra manera se desperdiga. Hernando de Soto lo ha trabajado para el caso mexicano: podríamos estar sentados sobre una cifra superior a los 300 mil millones de dólares de ahorro de las familias más pobres, ahorros que, por estar fuera del mercado, en la ilegalidad, simplemente se esterilizan. ¡Esta es la historia de un país que castraba los ahorros de los más pobres!
En las próximas décadas México tendrá que invertir en infraestructura -sobre todo energética y urbana- para dotar a los alrededor de 130 millones que seremos, de sitios que les permitan un asentamiento razonable y una buena calidad de vida. Se puede, tan se puede que basta con revisar los casos como Colima, Aguascalientes, Querétaro y otras entidades en donde, a pesar de todas las carencias, las nuevas familias viven mejor que las generaciones que les antecedieron. La movilidad social en México continuará como un fenómeno muy acentuado del cual hablamos poco. Pero que explica en buena medida esa ?revolución de expectativas? como lo ha llamado David Konzevik. Por supuesto allí el papel de la educación con una cobertura que eleve nuestro nivel general de ocho años a mínimo 13 es imprescindible.
Pero de nuevo. México enfrenta retos terrenales que han sido superados por muchas otras naciones que hoy prosperan sin remordimientos o ataduras, igual con regímenes de izquierda que de centro o derecha. Un nuevo sentido común se ha ido instalando quitando peso a las ideologías. Solucionar el problema de pensiones fue, entre otros, lo que dio vida al Gobierno de coalición en Alemania. Un sistema sano de salud pública es un logro nacional que no tiene color. Un sistema fiscal justo y progresivo será el basamento de cualquier Gobierno, del tinte que sea. ¿Qué nos sucede en México, por qué nos cuesta un trabajo brutal arribar a esas medidas de beneficio común? No es un problema técnico. Algo está contrahecho en nuestros sentimientos hacia la nación.
Lo común está allí para ser destruido: de las bancas en los parques a la empresa petrolera nacional. La idea de territorio donde todos podemos salir beneficiados goza de una total desconfianza. Allí el argumento se complica. Somos desconfiados porque siempre se han aprovechado de nosotros. Lo dramático son las consecuencias: no será sino hasta que los aprovechados desaparezcan de la faz de la tierra que los mexicanos accederán a una socialización de metas y objetivos. Antes imperará la Ley de la selva: todos contra todos. Ese es nuestro verdadero retraso. Creímos que con el juego democrático podríamos enterrar esa ?idiosincrasia? de autodestrucción, de odio hacia los otros. Hoy nos damos cuenta de que pesa más esa intoxicación contra nosotros mismos que cualquier acuerdo democrático. Plantones, ciudades sitiadas, carreteras cerradas, aeropuertos secuestrados; justificaciones políticas puede haber muchas pero los primeros perjudicados han sido los propios ciudadanos. Allí nuestra enfermedad. Ahora resulta que lo progresista es tirar mercancías en los supermercados, claro en espera de que algún trabajador de establecimiento las recoja. Lo democrático es impedir que el presidente electo dialogue con intelectuales en el FCE. ¡Bravo, con medidas así de visionarias vamos a ir muy lejos!
¿Cómo pensar en los retos de la gran nación que puede ser México, cómo llegar a acuerdos que beneficien a los más necesitados si aquí cada quien piensa sólo en su pequeño y mezquino mundo? Ya lo cuestionaba don Edmundo O?Gorman, ¿espirituales, generosos? El enemigo lo llevamos dentro. Somos prisioneros de nosotros mismos.