Además de la que con altos costos, si bien con resultados visibles en las encuestas, pagan directamente, el PAN y su candidato Felipe Calderón cuentan con propaganda adicional. Una permanente es la que, en doble banda protagoniza el presidente Fox. Y una coyuntural es la que emitió el ex presidente del Gobierno español, José María Aznar. Los mensajes de estos propagandistas, por la naturaleza de sus contenidos, y por la personalidad y la trayectoria de los propagandistas, son ambivalentes; pueden contribuir a una mejoría en la posición actual del aspirante presidencial panista y en la votación a su favor el dos de julio, o puede tener el efecto contrario.
Sin rubor alguno, olvidadizo de cuánto protestó por el activismo de Zedillo hace seis años, Fox está en campaña, como si fuera candidato, pero utilizando recursos públicos para apoyar las aspiraciones de su partido. Lo hace de un modo obvio (“si seguimos por este camino...”, sugiere como propuesta de continuidad) y más empecinadamente a trasmano, cuando en sus funciones presidenciales descalifica a los adversarios del candidato de su partido que no era el suyo propio.
Desde agosto pasado, entonces como preparación para su Quinto Informe, Fox no ha cesado de cantar excelencias a su Gobierno a través de una campaña de mensajes breves donde subraya sus logros, casi siempre con inexactitudes o exageraciones. Se trata de propaganda personalizada, semejante a la de los Gobiernos autoritarios en que el gobernante es la única fuente del bien público.
Llegó al extremo de afirmar, faltando a la verdad, que personalmente se encargaría de revisar que los migrantes mexicanos que vuelven a su país con motivo del fin de año (época en que tomó vacaciones) recibieran trato adecuado. La frecuencia de los mensajes, especialmente en los últimos días (aunque ha tenido otros momentos de notable intensidad) es abrumadora y supone un alto costo, pues lo tienen también para el fisco los que se transmiten en los tiempos oficiales, de cuyo ejercicio disfruta el presidente con desmedro del aprovechamiento que de ellos hacen los otros poderes.
Pero el presidente no hace publicidad obvia, solamente. Infatigable, recorre el país de aquí para allá, participa en toda suerte de reuniones, no sólo inaugura sino que en la mejor tradición priista supervisa “avances de obras” y en todas partes aprovecha la cauda de informadores que lo siguen para hacer discursos, siempre orientados a exponer los defectos reales o imaginarios de las propuestas políticas de sus adversarios.
Si bien se ha avisado en Los Pinos que el presidente atenderá el llamado a la neutralidad política emitido el domingo por el IFE, que deberá evitar que se emitan mensajes oficiales con móviles proselitistas, también se anunció que el Ejecutivo continuará con sus giras y se convertirá de ese modo en emisor privilegiado, único, de mensajes políticos emanados de fuentes gubernamentales. Puesto que Fox fue mejor candidato que presidente, su conducta reminiscente puede favorecer a Calderón, si se pasa por alto el hecho de que el público aprecia más los rasgos personales del presidente que sus obras.
Siempre que las encuestas miden la popularidad del presidente, que se mantiene alta gracias entre otros factores a su omnipresencia televisiva y radial, ponen de manifiesto también las insuficiencias y fallas de sus diversas políticas. De cualquier modo, si la simpatía es transmisible deberá preverse que la atenúe el caudal de yerros que produce el activismo presidencial.
Por sólo poner un ejemplo, su referencia a las lavadoras (además de contener la mentira monumental de que el 75 por ciento de los hogares mexicanos cuenta con una) y la animalización de las mujeres pobres, las que sobre sus “dos patas” realizan el lavado doméstico, con remuneración o sin ella, será costosa para el PAN.
Pero quizá lo sea en mayor medida la propaganda que a favor de Calderón vino a hacer Aznar, cuyo partido fue derrotado en marzo de 2004 porque él mintió y engañó respecto de los atentados contra estaciones ferroviarias que provocaron cerca de 200 muertes. Por un lado, el sector más o menos amplio de panistas que se pretenden habitantes del centro y no de la derecha ha quedado defraudado por la asociación de su partido al líder del neofranquismo, impulsor de una internacional disfrazada de centrista que tiene en su seno al actual fascismo italiano.
Aznar es viejo amigo de la familia. El azar o la férrea voluntad de la contrayente lo convirtieron en una suerte de padrino de la boda de Fox y su vocera el dos de julio de 2001. Aznar llegaba a México en visita oficial y se encontró con la sorpresa nupcial. Tiempo más tarde volvió, en su calidad de peón de estribo del presidente Bush, a quien se asoció en la todavía trágica y sangrienta aventura de Irak, para ver si convencía a Fox de no mostrarse renuente a ese lance (renuencia que, hay que recordarlo y en sentido contrario al mito generado a ese respecto, jamás se manifestó en votación alguna en el consejo de seguridad de la ONU).
Cercano ideológicamente a la dirección del PAN, que lo invitó al foro La fuerza de las ideas y el futuro de América, en que se exorcizó al populismo (de un modo tan infantil como el conjuro que reza: ¡cruz, cruz, cruz, que se vaya el diablo y que venga el Niño Jesús!), Aznar deseó que “por el bien de los mexicanos” Calderón sea el próximo presidente de la República. A su vez muchos desearán que la boca se le haga chicharrón.