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Qué pena, qué sopor y qué bochorno.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Ya he platicado a mis pocos lectores de cómo los jóvenes nacidos en 1931 soñábamos en 1950 con ser militantes activos del Partido Revolucionario Institucional. El PRI era campeón en las elecciones: las ganaba de todas, todas. Nosotros queríamos ser parte de los triunfos. El Partido Acción Nacional, al revés, cargaba en el lomo las derrotas electorales: siempre perdía. Algunos logramos hacer realidad el sueño de ser priistas, pero otros no: la vida los llevó por diferentes rumbos. Luego transcurrió el tiempo, cambió la sociedad, mudaron las formas de la política, se trasnochó el partido y se trastornaron los priistas. Así arribamos al año 2000. Léase Vicente Fox y la alternancia.

Al evocar esta experiencia, a más de 50 años vista y después de haber vivido los comicios del domingo dos de julio de este 2006, apliqué una corta encuesta entre los pocos supérstites de aquella generación que soñaba con pertenecer al PRI. A cada uno les pregunté: ¿Ahora te gustaría ser miembro activo del Partido Revolucionario Institucional? Enfáticos, los interrogados respondieron: “¡Ni en sueños!”

A esta nueva derrota y percepción popular del PRI condujo la desaforada ambición de Roberto Madrazo Pintado y la falta de sensibilidad política de sus cuadros dirigentes: se perdió la Presidencia, se perdió la mayoría de curules en la Cámara de Diputados y se perdió la mayoría de escaños en la Cámara de Senadores; se perdieron cuatro gubernaturas en sendas entidades federativas y lo más importante: muchos priistas extraviaron la fe en su partido y por el rumor de que ahora, más que nunca, es cierta, fatal e inminente la noticia de que el PRI va a desaparecer de la escena política. La tunda rotunda no estuvo para menos.

No necesitaremos mucha vida para alcanzar a testimoniar la triste contingencia y también para llorarla. El Partido Revolucionario Institucional, su ideología y su programática forman parte importante de la historia de México, han sido factores para la unidad y relativo bienestar nacional y han contribuido al desarrollo cultural, económico y social de nuestra República. Además, perder al PRI equivaldrá a descomponer el motor central de los tres que impulsan la democracia en la República.

Cuando el PRI ganaba, ganaba y ganaba sin perder una elección, la gente preguntaba cómo y por qué. Nadie decía saberlo y hubo voces que lo atribuyeron a que era un sistema democrático de gran sustento social y político; a la sensibilidad de sus dirigentes y a lo inmejorable de sus candidatos; los mismos líderes suponían esa causal antes que otras. Pero no, en la realidad el PRI triunfaba porque había sido procreado y armado para la victoria por medio del corporativismo electoral: en su organización estaban todos los miembros de todos los sindicatos, los de las asociaciones, agrupaciones, gremios, las uniones, los consejos, los institutos, los gremios y las corrientes. Hasta el Ejército Nacional fue inventariado en 1929 dentro de la lista de corporaciones priistas. Y no era cualquier baba de perico el respaldo económico de los sucesivos gobiernos.

También estaban en el PRI -tiempo pasado- todos los ciudadanos con inquietudes políticas: los que fueron incorporados desde antes del cinco de marzo de 1929, fecha de su constitución jurídica; los que se inscribieron individual o colectivamente a partir de ese día; los que creyeron en las intenciones redentoras del nuevo partido, los que estaban hartos de conflictos sangrientos entre caudillos deseosos de poder político y los que pensaban que el Partido Nacional Revolucionario, el Partido de la Revolución Mexicana y finalmente el Partido Revolucionario Institucional -tres partidos y un Gobierno verdadero- habrían de concretar las reivindicaciones sociales, políticas y económicas del pueblo de México. Lo que no pudieron hacer las revoluciones maderista y carrancista lo haría el PRI en la paz republicana y liberal de los nuevos tiempos. Y mucho se hizo, en verdad.

Muchos avances empujaría el PRI a favor de México y mucho hizo también en contra de la democracia y de la moral pública. Éste fue su pecado capital y otro más: permitió la corrupción de los últimos presidentes de la República. Prohijó el abuso contra la libre manifestación de las ideas en los años 1968 y 1971. Respaldó el gasto excesivo de los presidentes Echeverría, López Portillo y De la Madrid. Abdicó sus principios ideológicos con Salinas de Gortari. No protestó ante la quiebra financiera y monetaria de 1994 y permitió, con la pésima selección por disfrazado dedazo de Francisco Labastida bajo la dirigencia salinista del PRI, a la derrota en las elecciones del año 2000.

La debacle final ocurrió por la lucha de ambiciones entre Roberto Madrazo Pintado y Elba Esther Gordillo, sancionada con la pasividad del presidente priista Mariano Palacios Alcocer. El PRI perdió votos por la corrupción descubierta de Montiel, ex gobernador del Estado de México. Por el viejo y obsesivo conflicto personal entre los tabasqueños Madrazo y López Obrador. Y gracias a nuestra señora, doña Televisión, suprema beneficiaria de los procesos políticos y de las campañas de futbol.

Qué lástima por el PRI, gane quien gane la Presidencia de la República: Felipe Calderón, el menos peor, o Andrés Manuel López Obrador, el peor de todos. Qué pena, qué sopor y qué bochorno. Ya veremos el próximo sábado las posibles consecuencias de estos resultados en el Estado de Coahuila.

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