Hace doce años se levantó el EZLN. Hace doce años entró en vigor el TLC. Dos formas de leer la vida iniciaron su camino en el mismo instante histórico. Los ojos del mundo cayeron sobre Chiapas. Los reflectores cada vez más sobre Marcos. La miseria y el olvido indígenas sacudieron la conciencia de millones. El apoyo al zapatismo fue enorme, auténticamente global. Por fin se miraría por los más pobres de los pobres. En ese momento la simple denuncia bastaba. Lo demás era confuso. En contraste los vaticinios sobre el TLC eran muy claros, de catástrofe nacional: la industria mexicana arrasada, México vendido a EU, el país como anexo de la potencia, la soberanía pisoteada. Del TLC se esperaba lo peor. Del EZLN lo mejor.
Marcos inundó al mundo con palabras. Sus largos y farragosos escritos eran seguidos como sagrada escritura. La denuncia del hábil líder no podía recibir argumentos en contrario. Poco importaba la vaga propuesta de cómo salir de allí. El desfile de personalidades mundiales parecía no tener fin. Se tomaban la foto con el subcomandante, hacían alguna declaración tronadora contra el Gobierno mexicano y regresaban a seguirse doliendo. Los apoyos de las organizaciones no gubernamentales se multiplicaron. La opinión pública santificó vía fast track a Marcos y al obispo Samuel Ruiz. La figura de Satán comenzó a perseguir al impulsor central del TLC: Salinas de Gortari. La furia retórica de Marcos no dejaba títere con cabeza. El PRI y el “sistema” como origen de todos los males. Los partidos políticos una farsa. La Oposición comparsa. La democracia irrelevante. Los medios vendidos. Los ciudadanos ignorantes de la sabiduría indígena. Él como exegeta único. El discurso era bastante confuso e irritante, pero la causa indígena solventaba todo. Hubo quien propuso que los mexicanos hablaran obligatoriamente alguna lengua indígena. De los efectos del TLC poco se sabía.
Manuel Camacho fue a negociar. Hizo lo que pudo. Colosio cayó muerto. Los mexicanos se volcaron a las urnas: fue la elección más copiosa que hemos tenido. Zedillo ganó con más del 50 por ciento. Los manifiestos desde la Selva Lacandona siguieron imparables. La popularidad de Marcos andaba por los cielos. Llegó la crisis económica, la primera de la globalidad. Alfileres o no alfileres 95 y 96 fueron una pesadilla. Se los dije, lanzaba con soberbia el subcomandante. La modernidad prometida es un gran engaño. Los coqueteos y apoyos francos al EZ de las fuerzas de izquierda en el mundo arrinconaban al Gobierno mexicano. Derechos humanos, educación, salud pública, arrojaban una lectura vergonzosa del mundo indígena.
Se produce la pax-zapatista: siguen armados pero el Ejército se detiene. Surgen los territorios autónomos. La discusión nacional se vuelve agria: la vida indígena no podía ser cuestionada sin ser llevado al cadalso. Lo políticamente correcto era aceptar en paquete la insostenible propuesta zapatista. La crisis económica queda atrás con rapidez. Zedillo, el frío “tecnócrata”, opta por el sentido común: incentivar la obra pública en Chiapas y en particular en el área. A la par el zapatismo ha ahuyentado a inversionistas. La miseria se incrementa. Del otro lado, por el TLC, las inversiones incrementan. Se crean miles de empleos. Las exportaciones crecen. Salinas está en el infierno. Las corruptelas de los gobiernos chiapanecos parecieran no tener fin. Policías asesinos, guardias blancos, Acteal como punto de inflexión en la vergüenza. Marcos engarza en la ruidosa Oposición pese a la globalidad. Pero, además de denunciar, ¿qué propone Marcos? ¿O busca preservar?
El zapatismo cansa a la opinión pública. Chiapas desciende en las prioridades de los mexicanos. Marcos llama a no votar en las elecciones, justo en la creciente de la fiebre democrática. Chiapas sigue atrapado en sí mismo. Del otro lado el intercambio comercial con EU se dispara al cielo. Zedillo consigue el TLC con Europa y entrega al país creciendo al siete por ciento.
Fox llega al poder e impone la negociación con el EZ como prioridad. Marcos marcha a la capital. De nuevo los reflectores. El Legislativo le abre las puertas al zapatismo. Ramona habla. De la voluntad de Fox por lograr una salida no hay duda. Se cocina una nueva Ley que recoja las demandas. Nada es suficiente. Hay palabras clave en las que no ceden: autonomía, territorio, soberanía. Fox y la democracia mexicana son para Marcos la misma farsa. La opinión pública se pregunta, por fin, ¿qué quiere? No se le entiende. El 11/9 nos recuerda la importancia del TLC para México. La mayoría de los nuevos empleos, cientos de miles, los mejor remunerados son consecuencia del increíble intercambio comercial. El ascenso en el monto global comerciado es asombroso: de 15 mil a 150 mil en una década. Con el TLC llegan presiones modernizadoras reales en justicia, derechos humanos, ecología, comunicaciones y por supuesto democracia. Fox cumple con la Ley. Marcos se refugia en el silencio condenador. Apertura y cambio o ensimismamiento, esa es la diferencia de fondo.
Por fin el EZ depone las armas. Pero la diatriba generalizada no cesa. Se sabe de la deserción de los cuadros zapatistas, del brutal desempleo, de la huida de los capitales de la zona, de la miseria crecida. Montado en su motocicleta Marcos busca los reflectores. De nuevo contra Fox, AMLO, contra todos. Hoy los beneficios concretos del TLC alcanzan a millones por empleo y decenas de millones de consumidores. El comercio mundial galopa. Por algo será. Por fortuna México se abrió. Doce años después la pregunta sigue allí: además de los reflectores ¿qué propone, qué quiere?