Los líderes de la comunidad hispana debieron irse a la cama el lunes por la noche con una amplia sensación de felicidad ante la apabullante demostración de unidad y fuerza.
Al fin se cumplió en Estados Unidos el viejo anhelo de hacer realidad un boicot comercial y laboral en la histórica jornada llamada “Un día sin inmigrantes”.
Pero horas después los mismos líderes de miles de organizaciones despertaron con la ansiedad de un futuro todavía incierto para doce de millones de indocumentados que viven, trabajan y desean quedarse con sus familias en territorio norteamericano.
Fue en diciembre cuando una iniciativa de Ly racista y medieval llegó a la Cámara de Representantes bajo el brazo de un tal James Sensenbrener. Entre otras cosas proponía convertir en criminales federales a los indocumentados y penalizar a las organizaciones que les brindaran ayuda.
En forma inaudita tal proyecto fue aprobado casi en forma unánime. Nadie imaginó que el radicalismo manifestado en las fronteras por los “cazamigrantes” ya había penetrado al Capitolio.
Tres meses después, el domingo 25 de marzo, un nuevo capítulo en la historia de los derechos humanos comenzó a escribirse en Estados Unidos.
Movidos por dos populares conductores de radio “El Piolín” y “El Cucuy”, más de medio millón de hispanos tomaron las calles de Los Ángeles en lo que fue la primera gran marcha que precedió a este movimiento en pro de una reforma migratoria digna y humana.
De ahí siguieron las protestas estudiantiles que espontáneamente surgieron a lo largo y ancho de la Unión Americana, especialmente en los estados de alta presencia latina como California, Texas, Florida y Nueva York.
En ciudades como San Diego las protestas juveniles se extendieron por cuatro días hasta que las autoridades decidieron cerrar plantes y tomar medidas correctivas en contra de los estudiantes faltistas.
Desde entonces la fuerza y el orgullo latino despertaron para expresar abiertamente su malestar a tantos años de abusos y discriminación por parte de un sistema político y una sociedad que no entienden la importancia económica y cultural de los inmigrantes.
El boicot del pasado primero de mayo vino a coronar este movimiento. Fue impresionante ver una vez más las protestas -todas pacíficas- en Los Ángeles, San Diego, Chicago, Nueva York, y la solidaridad de comerciantes de muchas razas que cerraron sus negocios para sumarse a la causa.
Pero la lucha no concluye y existen amplias divergencias sobre el camino que tomarán las negociaciones de la reforma migratoria.
De ahí que los líderes del movimiento hispano, la mayoría de ellos gente sencilla y sin poses, están preocupados porque las esperanzas de los doce millones de indocumentados de tener una oportunidad para legalizar su status se multiplicaron en forma dramática.
¿Cómo decirles ahora a ellos y a sus hijos que tendrán que regresar a sus países o que deben permanecer ocultos durante cinco o diez años más?
Una posición práctica de algunos líderes sugiere que el Congreso apruebe pronto una reforma que sin ser la ideal logre avanzar en la solución de esta problemática.
Quienes defienden esta postura señalan que al prolongarse las negociaciones surgirá la contraofensiva de grupos anti-inmigrantes lo que echaría por la borda lo ya ganado.
Otros dirigentes más agresivos proponen no descansar hasta lograr una legalización para todos los indocumentados, excepto los delincuentes y los de reciente ingreso.
Sostienen que sería un error aceptar una reforma parcial porque a ella seguirá la persecución en contra de quienes no alcancen la amnistía.
La mayoría de los norteamericanos simpatiza con el movimiento hispano, pero no con una amnistía total. Por ello los tiempos más duros están por venir, pero es bueno saber que los inmigrantes muestran ya una nueva cara que irradia libertad, dignidad y orgullo.
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