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Radicalismo ciudadano/Sobreaviso

René Delgado

La palabra “radicalismo” está mal vista en estos días. No es para menos, los radicales de derecha e izquierda juegan a imponer su idea de país y, curiosamente, ignoran a la ciudadanía en cuyo nombre amparan y justifican su actuación.

Nada mal está acotar esos extremismos que, en su visión sesgada y exagerada de la nación, amenazan de una u otra forma con descarrilar procesos o lastimar instituciones que, en principio, deben llevar al país a un estadio superior. Los radicales de derecha quieren maniatar al próximo Gobierno, obligándolo a adoptar como únicos sus postulados; los radicales de izquierda pretenden impedir la instalación de ese Gobierno porque, a su parecer, no ganó legal y legítimamente la elección. Ahí, es cierto, es menester frenar esos radicalismos. El país no se resume ni en uno ni en otro extremo.

Donde, quizá, haya que alentar la radicalización es en la condición ciudadana. El país requiere un radicalismo ciudadano para que, a partir del pleno ejercicio de esa condición, la propia ciudadanía deje de ser víctima de la rapacidad de una clase política ansiosa por conservar el monopolio del poder y para lograr que el país deje de dar tumbos al ritmo del capricho y la impunidad de esa clase política.

Si la ciudadanía no se radicaliza y entiende que la condición ciudadana es mucho más que acudir una vez cada tres años a la urna, el país no podrá resolver su presente y mucho menos diseñar su porvenir.

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La incapacidad de asumirse y reconocerse como ciudadano las 24 horas del día, todos los días, complicó en cierto modo la pasada elección.

Se dejó a los candidatos, a los partidos, al presidente de la República y a sus respectivos fans, así como a las autoridades electorales, expropiar el proceso electoral y, luego, lo que se vino a poner en duda fue el comportamiento de los ciudadanos y no el de esos actores políticos. Si la ciudadanía hubiera sido mucho más exigente con el árbitro de la contienda electoral (los consejeros del IFE), si hubiera exigido al jefe del Ejecutivo conducirse como un jefe de Estado y no como un jefe de campaña, si se hubiera sometido con mucho más fuerza a los candidatos al escrutinio del electorado, probablemente, el final de la contienda electoral no habría sido tan infeliz.

No se quiere con este comentario avivar las porras y las rechiflas de los fans de los entonces candidatos como tampoco poner en juego el “hubiera” que a nada conduce, sino reparar en la urgente necesidad de radicalizar la condición ciudadana de los mexicanos para impedir, en serio, que el país se tropiece de nuevo con la piedra del desencuentro nacional que reiteradamente frustra la posibilidad de darle perspectiva al país.

Sin esa radicalización ciudadana, más rápida que inmediatamente vendrá la desilusión que hace de cada sexenio el sueño que, al final, se transforma en pesadilla.

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Tener problemas no es problema. Frecuentemente un nuevo problema es producto de haber superado el anterior. El país, sin embargo, no tiene nuevos problemas. Tiene los de siempre que, en su expresión reiterada, revelan la incapacidad de resolverlos. Se buscan salidas, no solución a los problemas. Eso es lo que desespera, patinar y patinar en el mismo lugar con el mismo problema. Ejemplos de esa circunstancia los hay de sobra. No está de más asomarse a ellos. Vamos por partes.

Hace apenas unos días, el presidente electo, Felipe Calderón, convocó a pensar el país en grande, teniendo como horizonte el año 2030. La pregunta es si se puede imaginar el futuro nacional, cuando ni siquiera se resuelve el presente y, en muchos casos, se ignora el pasado. La idea de Calderón indudablemente es buena pero la liquida el presente. Imaginar México 2030, cuando ni siquiera se sabe si los niños de Oaxaca tendrán clases el lunes es francamente absurdo. No se puede dar certidumbre futura al país, cuando hoy gobierna la incertidumbre en infinidad de materias.

Qué más se quisiera que, en verdad, sentarse a pensar el país en serio pero en el ánimo y la condición de realizarlo. Pero no, nomás se piensa el país sin realizarlo. En el fondo, convocar a un nuevo foro para proyectar al país es un ejercicio que, de repetido, cansa.

Si se mira con atención, la propuesta de Felipe Calderón nada tiene de nuevo. Apenas un día antes de esa convocatoria, el Centro de Investigación para el Desarrollo, A. C. -que encabeza con todo su prestigio Luis Rubio- presentó un libro: México 2025: el futuro se construye hoy. Se trata del mismo ejercicio, pero abordado con el rigor académico que caracteriza los trabajos del CIDAC. Y eso no es todo, el coordinador de la idea del presidente electo es el ex senador Carlos Medina Plascencia, quien dos años atrás integró otro grupo que pensó el país proyectándolo hasta 2020. Y, así, sin quebrarse mucho la cabeza en las veces que se ha proyectado al país, se encontraría el libro México: 2030. Nuevo siglo, nuevo país que coordinaron Julio A. Millán y Antonio Alonso Concheiro y que publicó, en 2000, el Fondo de Cultura Económica.

Mucho otro material bibliográfico se podría encontrar al respecto. El punto es que infinidad de veces se ha pensado y proyectado el país, pero nunca se ha realizado. Diagnósticos y análisis sobran, faltan los resultados y antes de éstos los acuerdos necesarios para pasar del pensamiento a la realización de ese país que sigue siendo una quimera.

Desde esa perspectiva, convocar a proyectar al país al 2030 sin tener amarrados los instrumentos de su realización hace pensar que se insiste en repetir un ensayo que nunca culmina en una obra. Habría que radicalizar la exigencia para que los foros convocados no fueran la repetición de una liturgia sexenal que sólo deja por resultado una gaveta para guardar Planes de Desarrollo sin consecuencia.

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Pensar el futuro exige resolver el presente. Y no es posible que la ciudadanía no se conmueva frente a lo que está ocurriendo en varios frentes.

La ciudadanía tendría que radicalizar su postura frente a Oaxaca, el capricho de Ulises Ruiz por permanecer en el puesto de gobernador que no ocupa no puede tener el precio de una entidad lastimada. No tendría que tolerar el chantaje político que pretende aplicar el PRI, para conservar esa posición política; ahí está, con elocuente ejemplo del chantaje, el coordinador de los diputados tricolores, Emilio Gamboa: “Si Ulises se va por presión, ¿quién sigue? El presidente en turno y después el presidente electo, no hay la menor duda”. Descaros de esa índole no tienen por qué mirarse con indiferencia.

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En muchos otros problemas, la ciudadanía tendría que radicalizar su postura como tal. Ahí está la inseguridad pública, la desfachatez del secretario del Trabajo que de cada problema sindical hace un conflicto, la necesidad de relevar a los consejeros electorales del IFE, el cinismo de Mario Marín que muy probablemente será el próximo gobernador en apuros...

Si los mexicanos no asumen, con sus derechos y obligaciones, esa condición permanente, el país seguirá dando tumbos, incapaz de remontar problemas para aventurarse a tener otros que, en su expresión, revelen un avance. Incapaz de diseñar y realizar un mejor futuro porque no puede resolver su presente.

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