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Reflexiones de Atardecer / ALGO DE? NUESTRO MÉXICO

Manuel Muñoz Olivares

Cada día es más fuerte el clamor callado del pueblo que se queja y se lamenta, pero que es incapaz de elevar sus protestas ruidosas, por la marcada inflación y el cada día más difícil, modo de subsistir.

Ya ha transcurrido bastante tiempo que sucedió el relato que ahora quiero contarles. Pues desde ese día, fue que principié a tomar conciencio de la realidad y descubrir por mí mismo, la verdad en que vivimos y que no somos capaces de aceptar y que en veces negamos. A mí me hicieron ver esta realidad dolorosa fuera de mi Patria.

En el año de 1976, viajamos mi esposa y yo, por varios países de Europa. Quisimos que nuestro regreso a América, lo fuera desde Portugal, ya estando en París, viajamos a Madrid, con la idea de visitar a varios amigos muy queridos que tienen su residencia en la capital española. Teníamos varios días gozando de la hospitalidad madrileña, cuando una tarde después de la comida nos encaminamos por el rumbo de la Plaza Mayor, en el viejo Madrid. Caminábamos absortos en las viejas construcciones sin reparar en los transeúntes, cuando de pronto escuchamos a nuestras espaldas, una voz que llamaba a mi esposa.

-¿Señora Muñoz?? ¡Señora Muñoz!

La sorpresa fue agradable a la vez que increíble. Era el matrimonio Collera. Nuestros vecinos españoles que por casi ocho años, solamente dividió nuestras casas un simple muro de escaso medio metro de espesor, allá en la Villa de Cortés, de la Capital de México.

Los abrazos y las muestras cariñosas de afecto, se sucedieron en nuestro casual encuentro. Nos contaron que comían en un restaurante, cerca de la Puerta del Sol. Que nos descubrió la señora cuando pasábamos por la acera de enfrente y que de inmediato incrédulos se apresuraron a liquidar lo consumido y salieron a darnos alcance. Dos cuadras adelante, fue nuestro encuentro.

Nuestros amigos, también andaban de vacaciones. Sus mayores, son de la región de Vizcaya; apenas unos 100 kilómetros distantes de las cuevas de Altamira.

Hace años, cuando conocí estas cuevas, me propuse que a Irene, llegara aquí a conocer las primeras expresiones artísticas del ser humano, que nos legó en sus dibujos y pinturas rupestres y nos dejó constancia de la huella de su paso por este mundo. Así que cuando nuestros antiguos vecinos nos invitaron a la finca de sus familiares, de inmediato aceptamos.

Al atardecer, llegamos a San Francisco de Carranza, después de visitar las famosas cuevas.

Como sucede en cualquier pequeño poblado de este mundo; siempre que llega de visita un desconocido, de inmediato, la noticia se esparce y de pronto principian a llegar los amigos de casa, con el propósito de conocer y saludar a los visitantes.

Ese atardecer, conocí a un viejecito simpático que llegó a casa con la señalada curiosidad de conocer a los mexicanos. Durante la charla, nos hizo saber que había vivido 20 años en México y que había regresado a España en el año de 1940. Cuando le pregunté, con la natural curiosidad, en qué parte de mi patria había vivido, con cierto dejo de añoranza, me dijo que había sido en una región muy apartada del norte. Que no era ni tan siquiera un pueblito, sino una ranchería, que se llamó La Pinta.

Cuando le dije que si por casualidad ese rancho estaba por el rumbo de Ampueros, de Covadonga y cerca de Santa María y de la Niña de Municipio de San Pedro de las Colonias. Casi se le desorbitaron los ojos por la sorpresa, pues efectivamente, ésa era la región donde él había vivido en México.

Con marcada insistencia, don Perico, que así le llamaban, nos condujo a su ?finca? a fin de que sus familiares nos conocieran y a contarles que nosotros conocíamos el lugar en donde él había vivido los primeros años de su juventud.

Ese atardecer, fue de fiesta en casa de nuestro casual amigo y de la cantidad de presentes, nosotros éramos los invitados de honor. Nos platicó las peripecias de su viaje y su llegada a México. Sus primeros trabajos, hasta llegar a administrador y luego, dueño de dos ranchos de la región coahuilense.

Nos contó cómo se vivía en el México del año 1917, en que llegó, hasta el año 1940, en que se regresó a España.

No sé de qué manera, llegamos en nuestra charla, hasta la época del reparto y la aparición del ejido. Fue entonces, en que de una manera casi despectiva, se refería a don Lázaro Cárdenas, llegando a culparlo de la desgracia de México, por su acción disparatada y sin plan concebido.

Nuestro amigo, debe de haber observado mi incomodidad cuando se refería a don Lázaro, pues pronto calló y me pidió disculpas por referirse a un mexicano en duras palabras, en mi presencia. Entonces me contó esto:

Yo conocí muchos países del mundo, después de mi regreso de México. Puedo asegurarles que no hay un hombre más trabajador y eficiente, que el mexicano.

Desgraciadamente, tiene arraigado muy adentro, el complejo de esclavo. En la época en que fui administrador, pude constatar el verdadero valor de su trabajo. Pero teníamos que darle diariamente una tarea que tenía que cumplir y había que enseñarle cómo debía de hacer el trabajo. También sucedía algo muy raro. Las tareas se repartían antes de la salida del sol y siempre que llegaba a repartir los trabajos, los campesinos de la hacienda, estaban listos a recibir el cometido, pero si por alguna razón yo no acudía hacer el reparto a la hora señalada y a pesar de que los trabajadores sabían el trabajo que tenían que desarrollar, no movían un dedo y los encontraba holgazaneando entretenidos en jugar o simplemente durmiendo. Descubrí que al trabajador mexicano, a muchos de ellos les falta iniciativa, que de por sí, no son capaces de hacer un trabajo si no hay quién los dirija o casi los obligue a hacerlo. También buscan cualquier pretexto para evadir el trabajo.

Descubrí además, que el campesino entre más pobre es, más arraigado tiene el vicio por el alcohol y hacia las mujeres ajenas.

Por todo esto, digo que Cárdenas, cometió el error de darles a manos llenas dinero de la Nación, esperando que por su propia iniciativa, hicieran producir el campo, cuando debería primero, formar técnicos en la materia, además de educar al trabajador inculcándole la responsabilidad que adquiría en el nuevo estado de las cosas. Regresé a España, en el año 1940, cuando me convencí, que ya jamás volvería a ser el de antes, el campo mexicano. Vi con tristeza y amargura, que las haciendas antes prósperas y que se las habían confiado a los ejidatarios, ahora estaban abandonadas y sin producir y esto sucedía apenas unos cuatro años después del reparto. Había comisariados, jefes de campo y dirigentes de los campesinos que antes había conocido de peluqueros, panaderos o mecánicos, pero que jamás habían trabajado ni conocían la labor agrícola. Y a estos vivales, se acogían los trabajadores, los verdaderos campesinos, porque necesitaban que alguien los dirigiera y les ordenara qué hacer. Pero esta plaga de ineptos vividores, tan pronto tuvieron su libertad de acción y el dinero que les confiaron para sus dirigidos, se dieron a la tarea de despilfarrar en francachelas, el dinero sagrado que les confiaron para sus compañeros a quienes abandonaron a su suerte y éstos, ya sin rienda pronto abandonaron el campo que le confiaron.

También vi a muchos verdaderos campesinos, que abandonaron sus ejidos para irse a refugiar a las pequeñas propiedades, en busca de una seguridad en el sustento de sus familias.

También he observado muy detenidamente, la política y el sistema de gobierno que tienen las naciones más poderosas y en ninguna de ellas, tienen ejidos y si ellos no tienen, creo que por algo ha de ser, por lo tanto, no son buenos para la estabilidad económica de una nación. En estas naciones, tampoco pueden proliferar, líderes vividores eternizados en el puesto, ni malos gobernantes que se enriquecen a costa de la carencia del pueblo.

El campo es la salvación del mundo. Al mexicano hay que inculcarle el amor al trabajo y al progreso. Para eso es necesario hacer desaparecer esa plaga maligna a que me refiero, parásitos inservibles que son los bancos agrarios o mejor dicho todos sus empleados que en realidad son los vividores que han corrompido a los campesinos, hundiéndolos en una deuda que empezó a aparecer desde el primer día en que nació el ejido. Creo que la solución es formar cooperativas familiares, donde todos trabajen en pequeña comunidad o una especie de pequeña propiedad y sin arrastrar una deuda que crece día con día y que esta generación de ahora, no debe ni ha disfrutado y que en realidad, ni los mismos campesinos pasados, son los que disfrutaron de los dineros, sino sus dirigentes con la complicidad de algunos malos campesinos, que a cambio de unas pobres migajas, sirvieron de cómplices a los malos manejos.

Como al principio les conté, esto me lo hizo saber un viejo que vivó la realidad del campo mexicano, antes y después del ejido y que conoció dos aspectos del verdadero campesino. Al ver la realidad en cuanto a la pobre producción del campesino de hoy en día y que es el que ha contribuido a la inflación que ahora sufre el país, creo que no estaba del todo equivocado, mi casual amigo.

Pero creo que el mal de México, en realidad data de muchos años atrás. Cierto que el campo es el granero del país, pero tan importante es su petróleo, sus fábricas, sus minas, sus mares y todo lo que significa y forma su economía. Lo que verdaderamente necesita el país, es preparar técnicos en todas las materias y que ellos sean los que efectivamente, dirijan las dependencias en que son expertos, pues el México de ahora, está regido por políticos, no por técnicos.

La amarga experiencia que ahora palpamos, es el producto que hemos amasado a través de cada sexenio y por cuya torpeza al poner las dependencias en manos de políticos inexpertos que sólo han tenido la ambición de enriquecerse sin importarles el bienestar del país.

También es cierto que en México, es una desgracia y la casi muerte civil, llegar a los 40 años de edad sin contar con un empleo fijo, pues ninguna dependencia se lo proporciona, a fin de evitarse la jubilación, sin pensar que está desdeñando, la mejor mano de obra y la experiencia.

Nos hace falta efectivamente, tomar el ejemplo de los países poderosos, en que sus dirigentes, son en sus mayorías, viejos expertos y que si hicieron su revolución, tan pronto concluyo ésta, cambiaron sus armas por los implementos de trabajo y principiaron a rehacer su pueblo y su economía. Desgraciadamente, los mexicanos en su mayoría, cuando abandonaron sus armas, inmediatamente, fueron a recorrer los lugares en que lucharon y casi todos fueron con el fin de visitar a sus mujeres que dejaron en varias partes, otros tomaron la guitarra y una inseparable botella para recordar las luchas pasadas con aquello de:

-Año de mil novecientos? tantos.

Presente lo tengo yo.

Acompañamos a Villa?

Además el problema se agudiza cada vez más cada sexenio ya que el gobierno que toma las riendas, arrastra con él, el compromiso ineludible que lo obligan a tener colaboradores ignorantes de la obra de su antecesor, ya que su principal misión, es brillar con luz propia y tratar de sobresalir con obras rimbombantes y costosísimas que lo enriquecerán pero que a la postre, resultarán inútiles y equivocadas.

Pero el mayor pecado de México, lo tiene en la indiferencia del pueblo, en su apatía y la indolencia hacia los graves problemas que es lo que tiene hundido en el marasmo cegador de la impotencia. Por eso y nada más por eso simplemente, es que ha proliferado la casta divina de los rateros y políticos vividores con cuentas del dinero mexicano mal habido, en el extranjero. El pueblo es el que debería exigir o el hacer justicia con los malos servidores públicos, que son los traidores a la patria.

Hace falta un dirigente, libre de compadrazgos y de compromisos ineludibles y que en su mente, tenga fija una sola meta, el bienestar del pueblo y que si tiene que actuar con mano dura, lo haga, siempre pensando en el? BIEN DE MÉXICO.

TLALPAN, D.F. 2006.

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