“La derrota es huérfana; en cambio, de la victoria todos quieren ser padre”, dice el refranero popular mexicano. A propósito de la estrepitosa caída del Partido Revolucionario Institucional en la reciente contienda electoral, nadie de los priistas, desde la alta jerarquía hasta el militante común, admite ser responsable del fracaso y todos -o por lo menos la gran mayoría- culpan del mismo a quien fuera el candidato presidencial de ese partido, al que le señalan sus métodos, tácticas y procedimientos antidemocráticos manifestados desde el momento mismo en que se hizo de la candidatura pasando por encima de la voluntad de la militancia, avasallando con prácticas desaseadas a quienes osaron oponérsele. Dicen, a manera de resignada justificación: qué madrazo nos dio Madrazo. Pero si hubiese triunfado, entonces alzarían sus voces grotescas los búfalos y dinosaurios oportunistas y convenencieros para gritar que a ellos, a su “trabajo político y electoral debe el candidato su victoria”. ¡Cosas veredes, mío Cid!
Pero, en realidad, ¿sólo perdió Madrazo? Pretendemos hacer un ensayo sobre las posibles causas que influyeron y en cierta medida determinaron la terrible derrota priista el dos de julio anterior, de la cual difícilmente podrá sobreponerse y si hemos de ser sinceros, hay que admitir sin cortapisas ni simulaciones que no solamente fue perdedor el candidato a la Presidencia de la Alianza por México: el derrotado incuestionable fue el PRI, pues los candidatos a gobernador en los Estados donde hubo elección para este cargo y la candidata al Gobierno del Distrito Federal postulados por dicho partido, igualmente fracasaron. Y lo mismo puede decirse de un gran número de aspirantes a senadores y diputados federales de ese organismo político que no logró convencer a la ciudadanía para obtener su preferencia electoral y algo similar sucedió en los Estados que renovaron ayuntamientos y sus congresos locales.
Entonces, es un fracaso total del PRI como organización, como partido. La limitación de espacio impide que hagamos un análisis exhaustivo de los factores que propiciaron su caída, que son muchos y muy variados. Diremos tan sólo que en colaboraciones previas publicadas en este prestigiado diario, mencionamos que en la selección de candidatos a senadores y diputados federales, el Partido Revolucionario Institucional perdió una gran oportunidad de darle transparencia y confiabilidad al procedimiento implementado; dejó escapar quizá, el último llamado para democratizar los mecanismos internos en la nominación de quienes postuló. Fueron muchos los que creyeron en una auténtica competencia al interior de su partido: democrática, equitativa, imparcial, transparente y limpia, alejada de los viejos métodos de la recomendación, de la línea. No fue así. Nuevamente aparecieron vicios que se pensaba, estaban ya superados.
También dijimos en su momento, que nunca como ahora, ni siquiera en 2000, había vivido el PRI un ambiente político-electoral tan adverso, tan difícil y complicado; este es un momento en que necesita sumar y multiplicar, poniendo en práctica la política de diálogo, de negociación, del acuerdo, del acercamiento. Inmerso en un proceso electoral nada favorecedor, con críticos y disidentes en todas las regiones del país, el objetivo principal del PRI debiera ser el de vigorizar una campaña que no levantó para cerrarla con fuerza, con eficacia y penetración social que le permita ganar la confianza y a través de ésta el voto ciudadano que lo lleve a recuperar la Presidencia de la República.
No fue así y ahí están los resultados: catástrofe electoral, suicidio político, escasísima captación de votos que le dio la tercera posición en la preferencia ciudadana. ¿Causas?: un candidato presidencial autoritario, intolerante y excluyente que secuestró al partido e impuso arbitrariamente su voluntad; deficientes y antidemocráticos procedimientos en la selección de candidatos; muchos de ellos impopulares, sin arraigo ni presencia; discurso anacrónico y obsoleto; campañas políticas sin penetración ni oferta política; falta de acercamiento con los jóvenes e incapacidad de convencimiento a los indecisos. Sólo por mencionar algunas. Usted, amable lector, seguramente podrá señalar otras.
Conclusión: en su situación y circunstancia actual, el PRI es un modelo acabado; para seguir existiendo como opción política, requiere una refundación, una transformación radical que vaya desde el nombre, colores, lema y logotipo hasta estatutos, programa de acción y declaración de principios. Pero sobre todo, cambio absoluto de métodos, procedimientos y prácticas en el discurso y en la acción que le posibilite recuperar la aceptación ciudadana. ¿Será capaz de esta hazaña?
r_munozdeleon@yahoo.com.mx