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Regocijo

Adela Celorio

Sin la mujer, el hombre sería rudo, grosero,

solitario y carecería de la gracia que es el sonreír del amor. Francois R. Chateaubriand

Cuando yo nací, ser niña y ser fea eran agravantes. Fue niña, decían mis abuelos y para justificar el error añadían: -pero está bonita. ¡Menos mal!

Cuando nuestro Jaime Sabines dijo que “no se puede vivir como si la belleza no existiera” no estaba descubriendo el hilo negro, porque aún en este tercer milenio de mujeres preparadas y sorprendentes, el mundo está de rodillas ante la juventud y la belleza, y ante esa realidad, tuvimos que aprender a capitalizar ambas. “Por supuesto que preferimos a los hombres exitosos y con la cartera bien gorda”.

¿Acaso ellos no prefieren a las jóvenes y bonitas? Pues vaya una cosa por la otra” -comentó mi amiga Cotilla quien sabe lo que dice pues tiene en su currículo tres exposos (sic) y está trabajando el cuarto.

Felizmente las cosas han cambiado y hoy, mejor equipadas para la vida, nuestras opciones se multiplican. Además, a mí nadie me quita de la cabeza que las interminables horas que los hombres pasan apantallados frente a la tele, nos allanan el camino.

Unicable como suelen ser, ellos pueden permanecer muchas horas diarias frente al aparato mientras nosotras, con varios cables que funcionan simultáneamente, miramos la tele pero al mismo tiempo cocinamos, cuidamos de los niños, supervisamos las tareas y ponemos la ropa en la lavadora; todo esto cuando volvemos del trabajo fuera de casa ¡claro!

Dejemos pues que le tele siga haciendo su magnífica labor de entretenerlos mientras nosotras, en un movimiento perpetuo que nos mantiene ágiles y flexibles para adaptarnos a los cambios y aprovecharlos; vamos tramitando las asignaturas pendientes de mayor urgencia como por ejemplo: abatir las diferencias salariales, combatir la violencia intrafamiliar y cumplir con la responsabilidad de que la pertinaz misoginia de los “gober preciosos” que tanto abundan en nuestro país y que son responsables de la pobreza, el abuso de poder -casos como el de la periodista Lidia Cacho son más frecuentes de lo que imaginamos- no tenga ningún otro final que la pura y dura cárcel.

Mientras tanto no bajemos la guardia. Que los territorios conquistados sirvan para seguir luchando porque ya está muy claro que si esperamos que los hombres pongan un poco de orden en nuestro país, tal vez tendríamos que esperar hasta que apaguen la tele; y francamente no veo para cuándo.

Considerando que mis afectos, mis ideas y las decisiones fundamentales de mi vida estuvieron sometidas a la voluntad de mi padre, permítaseme regocijarme por las nuevas formas en que mis congéneres enfrentan hoy la vida. Las admiro y las abrazo en este Día Internacional de la Mujer.

adelace@prodigy.net.mx

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