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Repúblicas restauradas, refundadas y refundidas/Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Como parte de su discurso delirante, Lopejobradó ha venido proponiendo notables alteraciones a la estructura y organización de la República Mexicana. En unos momentos ha convocado a “restaurarla”; en otros, a “refundarla”. En todo caso, ya mandó al infierno las instituciones de la presente República “simulada”, en vista de que no se adecuan a sus gustos e intereses. Como la realidad no obedece a los designios del Rayito de la Esperanza, ¡al diablo la realidad! El problema es que los ciudadanos sí vivimos en el mundo real y tenemos que lidiar con los coletazos del delirio. Como la mayoría de los ciudadanos sí trabajamos, tenemos obligaciones y no nos podemos dar el lujo de acampar sin hacer nada productivo durante semanas, hemos de resignarnos a ver esos trastornos de lejecitos y esperar que los alucinados se moderen, se aburran o se frustren porque no se cumple su anhelo martirológico, que es lo que andan buscando desde hace rato.

Lo peor es que la inmensa mayoría de los ciudadanos empadronados (cuatro de cada cinco, 56 millones de 71) ni siquiera votó por esa opción; y según encuestas una proporción semejante está en desacuerdo con la movilización del tabasqueño y sus radicales. Y creo que el 80 por ciento de los ciudadanos califica como “pueblo”, esa entelequia que se saca a relucir con pasmoso e irresponsable desgaire.

Pero en lo que quiero centrarme es en la terminología y los adjetivos que se le enjarretan a la pobre República, un conjunto de instituciones que, como aún vemos en pleno siglo XXI, nunca han sido muy respetadas que digamos desde su nacimiento en el XIX. Y por eso nos ha ido como nos ha ido… y seguimos en las mismas que hace siglo y medio. ¡Y luego se preguntan por qué no progresa este país! ¿Es cinismo, ignorancia o desfachatez?

“Restaurar” la República implica que ésta fue anulada o dejó de funcionar. El término “República Restaurada” suele usarse para designar un periodo de la historia de México que va de 1867 a 1877, el que va del fin del Segundo Imperio al arranque del Porfiriato.

En este caso el término tiene una significación precisa: entre 1863 (cuando Puebla cae en manos francesas y Juárez empieza su Presidencia Itinerante, que lo llevaría hasta la frontera norte) y 1867 (cuando Max se rinde en Querétaro) la República, sus instituciones, su identidad misma estuvieron en jaque y no eran operantes en aquellos territorios bajo dominio del Imperio. La existencia incluso simbólica del sistema republicano se basaba en dos hechos: que el Gobierno de Juárez seguía medio-funcionando (así fuera desde un carruaje en polvoso movimiento); y que no había abandonado el territorio nacional.

Por eso Juárez no cruzó el Bravo ni para fayuquear cuando topó con los límites en Paso del Norte. En ese contexto el término “restaurada” es el adecuado: una República que había dejado de funcionar orgánicamente en buena parte del territorio volvió a operar a plenitud, luego que se le dio vuelo a esa extraña manía mexicana consistente en fusilar emperadores (llevamos dos de dos). Y también tiene sentido distinguir esa etapa de la siguiente, donde la figura de un hombre notable, Porfirio Díaz, dominaría la vida pública del país durante tres décadas.

Hablar de “refundar” es otra vaina. Cuando se habla de la “refundación” de una República estamos hablando de cambiar sus bases o funda/mentos porque los existentes no funcionan, se agotaron o les pasó lo que a los del Distribuidor Vial: fueron hechos por ineptos irresponsables. O sea que se trata de un cambio profundo, que implica la transformación, eliminación y/o creación de instituciones completas. En nuestra historia es difícil hablar de la “refundación” de la República porque ese sistema, como decíamos, ni siquiera ha funcionado como debe ser en teoría. Si a eso se refiere Lopejobradó con lo de “simulada”, es algo que discutiremos más adelante. Lo que sí es que la tentación de “refundar”, de hacer borrón y cuenta nueva, existe siempre que las cosas no parecen salir como se suponía.

Los ejemplos históricos más claros de todo ello los podemos hallar en Francia. La actual es la V República Francesa, lo que quiere decir que los irreductibles galos se han regido bajo otras cuatro formas distintas de organización republicana. Y la Primera República (1792-1804) tuvo además sus variantes: la Asamblea Legislativa, la Convención, el Directorio, el Consulado, el Consulado Vitalicio de Napoleón… ¡Uf!

El cambio más cercano ocurrió en 1958. En esos momentos Francia se hallaba al borde de la guerra civil por el conflicto en Argelia y la misma inoperancia de las instituciones de la IV República. Al rescate llegó el astuto Charles de Gaulle, quien avisó que para salvar a la patria necesitaba jugar con nuevas reglas: redactó una Constitución a su gusto, y el pueblo la aprobó en contundente votación: la V República fue hecha a la medida del narigón general. De que resultó más efectiva para lidiar con los problemas, eso que ni qué. Y claro, ido De Gaulle (desde 1969), también ha sufrido modificaciones y reformas. Aunque ha tenido sus problemillas, con ella Francia ha visto más paz y prosperidad que durante las otras cuatro.

Por supuesto que hay muchas cosas qué cambiar en el México actual: habría que acabar con el sindicalismo gangsteril y matador de empleos; terminar con el corporativismo feudal heredado del priato; finalizar con los monopolios estatales que impiden la inversión detonante del crecimiento; finiquitar los fueros de quienes no pagan impuestos como macheteros, taxistas “panteras” y ambulantes de toda laya. Ponerle lógica al sistema fiscal, uniformizando el IVA. Acabar con los privilegios de unos cuantos y alterar el sistema de pensiones antes de que nos quedemos sin IMSS. Quitar todas las trabas burocráticas que impone un Estado obeso, ineficiente y (por lo mismo) propenso al desperdicio y la corrupción.

En ese sentido, nuestra república no es “simulada”: tiene instituciones mejorables, tiene los instrumentos para mejorarlas y está lastrada por aquéllas (formales o no, constitucionales o no) creadas por el priato durante siete décadas, la mayoría de las cuales ya cumplió su ciclo y sólo son peso muerto en el Siglo XXI. Y ante las cuales la ineptitud de Fox se agachó y se fue de lado, querido amigo.

En ese sentido, querer refundar la República (para alcanzar “la pureza”, y acuérdense de Robespierre cuando alguien habla así) es un despropósito. Lo que hemos de hacer es reformar (volver a formar) lo que está torcido y no se ha querido o podido arreglar. Lo que ha de cambiarse es notorio. Otros países (católicos, latinos: España, Irlanda) nos presentan ejemplos clarísimos de cómo salir de la pobreza… y no precisamente con demagogia ni sueños guajiros de una izquierda trasnochada que se quedó atrasada medio siglo o todavía cree en el protofascismo echeverrista.

Más aún, esa refundación se supone que será realizada por una Convención (¡otra vez Robespierre!) Democrática (¿?) Nacional (¡!). Formada por todos los delegados que quepan en el Zócalo, dictará los nuevos caminos de la Patria. La pregunta es: ¿delegados de qué? ¿Quién les delegó qué cosa? ¿Quién los escogió? ¿A quién representan? ¿Por qué esos 260,000 tipos (son los que caben en el Zócalo, digan lo que digan los demagogos) van a hablar, dejen ustedes decidir, por 105 millones de mexicanos? Resulta que para ser delegado ¡basta presentar credencial para votar y firmar un papel! Ah, pues qué bonita y democrática convención nacional: para “representar” al “pueblo” basta cumplir la patriótica misión de todo cuerpo físico: ocupar un lugar en el espacio.

Y aparte de todo quieren que los tomemos en serio. Lo que hay que refundar es la perspectiva de la izquierda democrática, que debe enderezar este entuerto antes que el Mesías Tropical y su mafia de codiciosos y cínicos ex priistas (ratas que huyeron del barco naufragante) la termine de hundir… junto a la República, simulada, impecable o diamantina.

Consejo no pedido para que no lo refundan: lea el ensayo “Fango sobre la democracia” de Roger Bartra, en el número de septiembre de la revista Letras Libres. Es más, chútense toda la revista. Provecho.

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

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