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Revivir la Semana Santa

Juan de la Borbolla

La denominamos Semana Santa, sin embargo, la materializada sociedad contemporánea que en ocasiones reacciona como si Dios no existiera, sigue conmemorando en muchos de los casos convenencieramente la también llamada semana mayor, sólo para tener un pretexto para la vacación, el descanso, la fuga frenética hacia lugares de diversión, tratando de evitar cualquier referencia a lo trascendente, a lo divino, a lo que comprometa la propia vida.

Con ello se repite no sólo teológica, sino materialmente el drama del Gólgota en el que ese Dios creador de todo lo existente incluido el ser humano: Ese Dios absolutamente respetuoso del libre albedrío con el que constituyó a la persona humana, hecha por ese motivo “a imagen y semejanza de Dios”. Ese Dios pleno de amor y bondad que al ver cómo su criatura se sublevaba por soberbia contra el Creador, no sólo no la aniquiló como hubiera podido haber sido lo lógico, sino que asumió ese Dios la naturaleza humana, en todo menos en el pecado y se encarnó como uno de nosotros, para de esa manera manifestarnos con su ejemplo de vida perfecta, el camino que cada uno de nosotros podemos seguir para alcanzar nuestro destino final de santificación.

Ese Dios hecho Hombre se entregó mansamente al terrible sufrimiento físico, pero sobre todo moral de la pasión, muriendo en la cruz, en el Gólgota en que muchos siguieron en sus cosas sin darse cuenta del momento sublime del que eran testigos: jugándose a los dados la túnica sin costuras de Jesús, o burlándose impunemente de Él, o divirtiéndose jocosamente blasfemando, o simplemente dándole la espalda para volver a sus negocios diarios, a sus diversiones, a su modo superficial de comprender la vida.

Sólo la Virgen María las santas mujeres y el discípulo adolescente, el que, sin embargo, pocas horas antes no había podido mantenerse en oración en Getsemaní, aun a pesar de las súplicas de Jesús; estuvieron al pie de la cruz participando de esas gracias infinitas de la pasión, de las que el primer recipiendario fue ese ladrón sentenciado a muerte: Dimas, en quien se operó inmediatamente el efecto omnipotente de un Dios que se entrega a la muerte para perdonar los pecados de los hombres.

Hoy en los inicios del siglo XXI Cristo vuelve a sufrir la ignominia o la agresividad de aquéllos por los que se entregó. Hoy es constatable una campaña cinematográfica y literaria de quienes desean atacar la divinidad de la naturaleza de Jesucristo y la obra material que nos legara después de su Resurrección gloriosa y su Ascensión: la Iglesia Católica.

Esta Semana Santa actualizó las blasfemias, las agresiones morales y las ignominias sufridas por Jesucristo en el Calvario, sólo que provocadas por muchos de quienes nos decimos cristianos, de ahí que el Papa Benedicto XVI pidiera al arzobispo Ángelo Comastri que el tema central del Vía Crucis que se llevó a cabo en el Coliseo romano el Viernes Santo fuera “La pérdida del sentido del pecado y sus dramáticas consecuencias para la humanidad”.

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