La nacionalización de los servicios tiene una gotera abierta por donde se filtran la falta de estímulos
laborales y la indolencia de los trabajadores por los ínfimos salarios que reciben.
EL UNIVERSAL
LA HABANA, Cuba.- Desde que en 1968 los vendedores callejeros de hot dogs fueron acusados de contrarrevolucionarios por su probado contubernio con el lumpen habanero, la actividad comercial en Cuba tiene un único dueño: el Estado. La Gran Ofensiva Revolucionaria lanzada ese año por Fidel Castro acabó con los 58 mil negocios privados que aún quedaban en la isla, y el régimen de partido único pasó a ocuparse de todo, desde la venta de helados a la reparación de las suelas de los zapatos.
En un discurso memorable pronunciado en la Universidad de La Habana el 31 marzo de 1968, el líder cubano, tras denunciar que el 95.1 de los vendedores de ?perros calientes? no se había integrado a la Revolución, instauró la propiedad socialista absoluta con una de esas preguntas retóricas tan de su gusto: ?¿Vamos a construir el socialismo, o vamos a construir puestos de venta al aire libre??.
Cuatro décadas más tarde, la nacionalización de los servicios tiene una gotera abierta por donde se filtran la falta de estímulos laborales, la escasa productividad y la indolencia de los trabajadores por los ínfimos salarios que reciben. Para paliar su mermado poder adquisitivo, muchos de ellos infringen las normas alterando los precios o apropiándose de bienes públicos. Es un robo ?hormiga?, a pequeña escala, pero que se ha extendido por toda la isla como una seña de identidad del descontento social.
Taxistas que ofrecen sus servicios sin taxímetro, camareros que venden ron ?por fuera?, cajeras de supermercados que cuentan ?mal? el vuelto, peluqueros que cobran de más, panaderos con la pesa trucada, farmacéuticos, relojeros, obreros de la construcción? Todos ?resuelven? a su manera. El salario medio en Cuba ronda los 300 pesos cubanos mensuales (unos 12 dólares), una cantidad con la que nadie puede vivir en un país donde la mayoría de los productos se pagan en pesos convertibles (CUC), la moneda fuerte del país, equivalente a 25 pesos cubanos y heredera del dólar.
DISTORSIÓN ONETARIA
La distorsión generada por la circulación de las dos monedas afecta sensiblemente a la población asalariada del sector servicios, escaparate del malestar social. Es el caso de una popular cadena de cafeterías, El Rápido. Irónicamente, en sus locales todo parece suceder a cámara lenta. Displicentes hasta con su sombra, los dependientes encaran al cliente como si se tratara de un intruso, chivo expiatorio de su desesperación.
Recientemente, el diario habanero Juventud Rebelde denunció en una serie de tres reportajes, titulada ?La vieja gran estafa?, las corruptelas que se perpetran en los centros de trabajo, como los 222 pesos (unos nueve dólares) que se embolsan cada día las camareras de una cafetería por echar en la jarra menos cerveza de la estipulada. Según datos oficiales, la mitad de los centros laborales examinados en La Habana hasta agosto de este año presentaron irregularidades.
?La gran estafa es la miseria de salario que nos paga el Estado. En los años ochenta el peso tenía un valor, pero ahora no alcanza para nada. Nos obligan a robar?, se lamenta un vecino del barrio de Centro Habana.
REAJUSTE EN LOS SERVICIOS
En el último artículo de la serie, el oficialista Juventud Rebelde cede la palabra a un grupo de investigadores que van a examinar en un proyecto las causas de la ineficiencia en la prestación de servicios, y los ajustes que el Estado debería afrontar ante ?las amenazas externas e internas de la propiedad socialista?. Uno de los integrantes del proyecto, Luis Marcelo Yera, del Instituto Nacional de Investigaciones Económicas, considera fundamental que la centralización de la producción no abarque todo tipo de decisiones. ?Debemos trasladar más decisiones al colectivo de trabajadores?, apunta.
Algunos analistas cubanos sostienen que las anomalías en la prestación de servicios no se enmendarán hasta que algunas actividades pasen a manos privadas. En la década de los noventa hubo una tímida apertura y el régimen otorgó licencias a trabajadores por cuenta propia, pero la iniciativa se fue desmontando en los últimos años.
El debate sobre un reajuste de la propiedad socialista en Cuba está todavía en una etapa embrionaria. Raúl Castro (presidente en funciones desde que hace tres meses su hermano Fidel le cediera el poder por problemas de salud) es visto por muchos observadores como el hombre que podría encauzar a medio plazo una apertura económica en la que el Estado mantuviera el control de los medios de producción estratégicos.
Pero de momento, los hot dogs los sigue vendiendo la Revolución.