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Arcadio Rico de la Cruz, mi abuelo, dejó un buen testimonio sobre los sucesos ocurridos en la epidemia de Influenza Española ocurrido en el año de 1918. Solamente tenía unas semanas que había llegado del Municipio de San Juan de los Lagos en Jalisco y empezó a trabajar en la Hacienda de San Luciano de Isaac Hulmer. Su relato nos describe la situación vivida por un campesino durante esa epidemia.
A las tres de la tarde, cuando llegué a la casa, me sentí con un dolor de cabeza muy fuerte y un desforzamiento a mi?; llegué y me tiré en la casa en una sombra y entre más pasaba el tiempo, más me dolía la cabeza? ya para amanecer todos los de la casa estaban enfermos, amaneció y llegó un hombre llamado Jesús Martínez, yerno del mayordomo, nos preguntó que cómo habíamos amanecido, todos le respondimos que mal, dijo ?qué pasaría, también en mi casa había enfermos?, y que venía a ver si nomás en mi casa había enfermos, pero veo que no, y se fue recorriendo todas las casitas, y en todas estaban encamados, hasta el mayordomo, los regadores y el que echaba a andar el motor, en fin todos, no quedó más que uno aliviado, así empezamos a saber que por todas partes había enfermos, se dijo que era una gripa general, le dije a mi hermano ? según como siga, yo me voy para mi tierra, ahora falta que nomás haya venido a morir. De todos los enfermos nomás se murió uno, pero no se murió allí (en la Hacienda de San Luciano), sino en Torreón, a los tres día me empecé a mejorar, pero en todas partes estaba la enfermedad. Me fui el domingo para Torreón para rayar los tres días que había trabajado, nadie había ido a rayar porque estaban en la cama? me subí en el burro y me fui para el centro; adelante del Mercado Villa estaba un mesón donde dejaba uno los burros, me fui para rayar, las oficinas estaban enfrente de la Parroquia de Guadalupe, entonces todas las rancherías iban allí a rayar. En todos lados había bolitas de hombres rayando, nomás rayé y me regresé, pero ya iba malo otra vez? Pasaba mucha gente en burros, iban enfermos para sus lugares de donde venían, habían venido a las bonanzas de las pizcas, iban quedando por los caminos muchos muertos, así pasamos unos días y yo con la determinación de irme a mi tierra, pero mi hermano Sotero ?¿para qué te vas, si esta enfermedad está por doquiera??. Me dieron razón unos que vinieron de mi tierra (Lagos de Moreno, Jalisco), me dijeron que esta enfermedad era grande allá también, entonces recibí una carta de mi hermano Luciano en la que me decía que había muerto mi cuñado, con estas palabras se me quitó el brete de quererme ir, dije ?aquí espero lo que Dios tenga determinado?.
El americano (Isaac Hulmer) nos mandaba muchas medicinas con el único hombre que quedó sano quien iba y venía a Torreón y la hacía de doctor dándonos las medicinas a todos. No éramos muchos peones, eran como ocho o nueve casas. En vista de que no me podía aliviar, me llevaron a Torreón con mi hermana Eulalia donde estuve enfermo varios días, ya habían muerto dos en aquella casa, fue una hermana de mi cuñado y su esposo, los sepultaron juntos, no permitían que duraran tendidos. Iba la brigada de enfermeras dando pastillas casa por casa y como al cuarto de hora, venían levantándolos en una plataforma tirada por animales sacando a los muertos. Un día como a las tres de la tarde corrió la voz en la casa ?hay viene la brigada de enfermeras?, yo tenía la cabeza amarrada y una cobija, pronto me quité la garra y la tiré la cobija, me doblé las mangas de la camisa y me paré, pero siempre recargado en la pared y empecé a querer chiflar, ?pero todo lo había hecho para que no me dieran las pastillas de la muerte, (las pastillas que daban las enfermeras, eran para que se muriera la gente) afortunadamente no entraron a la casa, se me quitó el susto? Pasaron días y yo seguía igual, y la mortandad seguía, no daban abasto de enterrar muertos en el panteón, decían que era un puro vallado (zanja profunda que tiene en sus orillas la tierra que de ella se extrajo) y allí iban llevando a los muertos.
La ranchería estaba parada, no había movimiento. Salió una brigada por los ranchos preguntándoles a los inquilinos que dijeran en qué terreno les gustaría para que los enterraran. Pero no se llevó a cabo, porque ninguno de los enfermos quería decir dónde les gustaba para que lo enterraran, así pasaron unos días y empezó a aminorar la mortandad, le llamaron gripa a esa enfermedad.
Fuente: Arcadio Rico de la Cruz; Semblanza de Un Agrarista. Pp. 55-57. Inédito.