Uno de mis artículos en este diario fue leído por una persona que nació hace ya muchos años en Torreón y que por cuestiones laborales tuvo que trasladarse en 1964 a la Ciudad de México, su lectura hizo aflorar en el lector un sentimiento de añoranza por su niñez y su entorno arquitectónico, pues su familia vivió en la calle Acuña.
Para él, que conoció al Torreón de su niñez, afirma que el actual se encuentra dañado arquitectónicamente y en muchos casos en forma irreparable, lo que seguramente debe causarnos inquietud y a algunos remordimiento, especialmente a los que permitieron ese daño. Nuestro lector, habitante de la Ciudad de México y avecindado en la colonia Lomas de Chapultepec, nos deja su testimonio al afirmar:
?En mis tiempos era la Ciudad de París la tienda más elegante y completa que existía en Torreón, conocí el local en donde antes estuvo en Lerdo, frente a la plaza de armas. El tener alguna prenda de esa tienda, era portar algo de categoría y no se diga de su departamento de perfumería, que tenía lo mejor, así como el de juguetería que nos hacía felices en las épocas de la Navidad. Recuerdo que en el segundo piso vivía el señor Reynoard. El Puerto de Liverpool que era donde nos compraban ropa, era también muy buena, pero su ramo era más limitado.
Toda la avenida Hidalgo parecía una calle de cualquier ciudad europea, desafortunadamente, y en aras del desarrollo comercial y la modernidad, fueron cayendo los más bellos edificios que constituían el centro de Torreón, hasta dejar esa zona como un pueblo chico. Primero fue el edificio que ocupó el antiguo correo, en donde surgió el edificio Karmel. Luego, en 1952, al que hasta la fecha le lloro porque sin duda era el más bello de Torreón y que ocupó el Banco de México, en la esquina de Hidalgo y Valdés Carrillo, fue derribado para construir una tienda de ropa y telas; años después, cayó el que fuera el hotel Laffitte en la Zaragoza, junto a la Suiza, y posteriormente, la ferretería Casa Lack y el histórico hotel Iberia, para dar paso a un supermercado.
Otras valiosas fincas desaparecidas fueron La Vizcaína que fue residencia de los señores Bandrés, paisanos y muy amigos de mi papá, propietarios también de La Bilbaína que ocupaba media manzana, de la Rodríguez a la Cepeda por la Morelos, en donde aún queda un pequeño trozo de esa gran finca; La Vizcaína estaba ubicada en la Juan Antonio de la Fuente, entre Matamoros y Morelos, a un paso de otra que también pereció: los baños de las Delicias.
Creo que ya no existe tampoco el edificio que ocupó la famosa papelería e imprenta Casa Dingler, ni el hotel Barcelona, por la Hidalgo, con pena vi, también, que cayeron famosas casas como el chalet de los Farías que fue ocupado muchos años por la familia Zurita y junto a éste, el que construyó el licenciado David Garza Farías y que habitó la familia Cofiño por largos años.
Otro bello edificio era el Andalucía en donde estuvo La Universal, tienda de don Manuel Sordo y que luego fue derrumbada para construir un almacén, lo mismo que en el que se ubicaba el club social Novedades que dio paso a los Almacenes García.
Lo más valioso ya cayó y sólo permanecen algunos edificios como el Málaga, en Juárez y Zaragoza y, enfrente de éste, lo que fue la zapatería Francesa, los dos están casi en el abandono, cubierta su cantera original con colores chillantes y pintura de aceite o vinílica.
En mi última visita a la ciudad, desde lo alto, contemplé mi ciudad, pues estuve hospedado en el hotel Palacio Real; me pareció como si hubiera sido bombardeada o arrasada por un terremoto. Observé a la famosa plaza de armas con un horrendo kiosko pueblerino y recordé la gran variedad de especies de árboles que tenía, hasta granados en flor tenía por el lado de la Valdés Carrillo, los que le daban tanta categoría y encanto; ahora vino a quedar sólo con laureles de la india, tipo rancho; el teatro Princesa convertido en un muladar, al igual que el que fuera el famoso restaurante Apolo Palacio. Fue una visión que me dejó destrozado el corazón, los actuales habitantes tendrán ahora preciosas colonias, con elegantes residencias, pero ahí no llega el grueso de la gente que arriba a la ciudad?.
Los que aquí vivimos no notamos esos cambios porque la labor de zapa es lenta, pero efectiva, ¿en cuántos años más cree usted estimado lector que desaparecerán los vestigios arquitectónicos construidos en los siglos XIX y XX? ¿Diez o veinte años? ¿Nuestros nietos sólo los conocerán en fotografía? Quite usted de la visión cotidiana los edificios como La Casa del Cerro, El Arocena, El hotel Salvador, El Casino de La Laguna, El Banco de México, El Banco Chino, el de México y el de La Laguna, El Teatro Martínez, El Edificio Eléctrico, La Casa Morisca y otros más. ¿Qué nos queda? Casi nada.
Celo, mucho celo ciudadano debe prevalecer para señalar y fustigar a quienes cometan delitos contra el patrimonio cultural de los torreonenses.
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