EFE
Madrid.- Es curioso, pero la rima tiene, en gastronomía, mucha más importancia de lo que parece... aunque, en general, sólo dé lugar a obviedades y tonterías del calibre del dicho castellano -del Siglo de Oro- "del mar el mero y de la tierra el carnero", en el que el mero, que en el XVII no llegaba fresco a la Corte, aparece porque rima con carnero.
De todos modos, la mayor de esas obviedades es la tan repetida de que "uvas con queso saben a beso". Toma: y cualquier cosa con queso, que rima en consonante perfectamente con beso. Ya ven que no sólo nos la dan con queso a la hora de vendernos vinos, sino -es el colmo- a la hora de besarnos.
Porque si "uvas con queso saben a beso" nadie me podrá discutir que "berenjenas con queso saben a beso" igualmente. O "piña con queso", qué sé yo. ahora vamos a quedarnos con los "besos"' en cuya composición entran las berenjenas. Conste que las berenjenas con queso son plato arraigado en la cocina española, más concretamente en la andaluza.
Allá a finales del siglo XVI, Baltasar del Alcázar, poeta conocido sobre todo por su "Cena jocosa", escribió otro poema en el que afirma: "tres cosas me tienen preso / de amores el corazón: / la bella Inés, el jamón / y berenjenas con queso". La verdad es que al poeta hay que reconocerle coherencia, o constancia, ya que su interlocutor en la "Cena jocosa" es, también, Inés.
Bueno, unas berenjenas con queso, mejor con varios quesos, apoyadas en algo que le va tan bien como el tomate, y con un toquecito de frutos secos, son una magnífica idea para una entrada, o para un aperitivo; que sean una cosa u otra dependerá de la cantidad que se sirva. Doy fe, porque acabamos de tomarlas en casa, de que son un "sabor a beso" de lo más recomendable. Vamos con ellas.
Lo primero, lavar un par de hermosas berenjenas y cortarlas en rodajas de unos tres centímetros de grosor. Luego tendrán que hacer a cada rodaja una incisión profunda a media altura, pero sin llegar a cortarlas del todo; sólo lo necesario para poder rellenar cómodamente esas rebanadas. Rocíen las berenjenas con unas arenas de sal y déjenlas un rato sobre una tabla, para que pierdan parte de su amargor. Vuelvan a lavarlas, y séquenlas.
Es el momento de los quesos. Vamos a poner en el corte hecho en cada rodaja un poco de queso de oveja, no muy curado, y un poco de queso azul, un Roquefort o un Gorgonzola. Así las cosas, hacemos esas berenjenas un par de minutos por cada lado en una sartén antiadherente, con unas gotas de aceite de oliva.
Hechas y escurridas, pongan sobre cada rodaja de berenjena otra de tomate, sin piel, a poder ser del mismo diámetro, pero de la mitad de grosor. Coronen con una loncha de queso de vaca.
Finalmente, distribuyan sobre cada conjunto unos cuantos piñones y algunos anacardos, picaditos, además de espolvorear un poco de albahaca fresca y rociar con un hilo de aceite virgen. Hecho todo esto, al horno, mejor dicho, al gratinador, hasta que se funda el queso.
Sirvan estos "milhojas" recién gratinados... y, tras la correspondiente degustación, ya me dirán si lo de "saber a beso" puede seguir siendo privilegio exclusivo de las uvas con queso. Claro que no. O, por lo menos, convendrán conmigo en que no hay por qué limitar las clases de "besos" que tenemos a nuestra disposición.