En una mañana soleada y templada de noviembre de 1982, más doce periodistas estadounidenses se sentaron alrededor de una gran mesa en el Palacio Republicano de Bagdad, esperando una audiencia con Saddam Hussein.
El líder de 45 años llevaba tres años en el poder. La guerra con Irán, entrada en su tercer año, no marchaba bien. Saddam necesitaba todo el apoyo internacional posible.
Invitar a una delegación de periodistas a visitar Irak fue parte de la estrategia para llegar a Washington, que estaba alarmado por la posibilidad de que los iraníes, bajo el comando del ayatolá Ruhola Jomeini, pudieran derrotar a los iraquíes y ocupar una posición dominante en Oriente Medio, una región rica en petróleo.
Después de casi una hora de espera, Saddam y sus consejeros ingresaron a la sala.
Hussein, vestido con uniforme militar, se dirigió hacia su silla, sacó una pistola nueve milímetros del estuche y la colocó sobre la mesa antes de sentarse.
Fue una demostración de autoridad. Como el mundo supo en las décadas posteriores, Saddam Hussein era un maestro de la intimidación. Y le gustaba tener el control de la situación.
Sin rodeos, Saddam miró a los reporteros y lanzó la primera pregunta: ?¿Qué piensan de mi país??
Era más que un comentario frívolo. Después de algunos momentos de silencio total, reiteró la pregunta. Nadie respondía.
?Si ustedes no responden a las preguntas de Saddam, tal vez él no responda a las de ustedes?, gruñó a través de un intérprete.
Así, obtuvo una pregunta tibia sobre presuntas violaciones de derechos humanos. Hussein se enfadó y exigió que se le dieran los nombres de personas que hubiesen sido objeto de abusos.
Alguien mencionó al ministro de Salud, Riyad Ibrahim Hussein. Existían rumores de que había sido ejecutado, tal vez por el mismo Saddam, debido a que había supervisado la importación de medicinas defectuosas que causaron la muerte de algunos soldados.
?Si matas, así morirás?, respondió Saddam, parafraseando un versículo del Corán. Fin de la discusión. En el Irak de Saddam Hussein era mejor no preguntar demasiado. Y la verdad era aquella que el régimen presentaba.