Había tomado el poder apenas unos días antes, cuando Saddam Hussein convocó a 400 de sus más altos funcionarios para anunciar que había descubierto un complot contra su partido. Los conspiradores, dijo, estaban en esa misma habitación.
Mientras Hussein tranquilamente fumaba un cigarro, se leyeron los nombres de los conspiradores. Cada vez que se leía el nombre de alguien, la policía secreta se lo llevaba, y ejecutó a 22 de ellos. Para asegurarse de que sus conciudadanos entendieran el mensaje, Saddam grabó esas imágenes y envió copias a todo el país.
No existía tal complot. Pero en pocos y horripilantes minutos, el 22 de julio de 1979, Hussein eliminó a sus rivales en potencia y consolidó el poder que ejercería durante casi tres décadas, hasta que una coalición encabezada por Estados Unidos lo derrocó en el 2003.
La brutalidad lo ayudó a sobrevivir la guerra con Irán, la derrota en Kuwait, rebeliones de los curdos en el norte y chiítas en el sur, sanciones internacionales, además de toda clase de conspiraciones.
También fue su ruina. Confiando en pocos además de su familia, Hussein se rodeó de alcahuetes, seleccionados por su lealtad más que por su intelecto y habilidad. Cuando lo echaron, dejó un país empobrecido _ pese a su riqueza petrolera _ y sumido en tensiones sectarias y étnicas de mucho tiempo atrás.
El fallo del domingo, por sus crímenes contra la humanidad, y su sentencia a muerte en la horca, fueron lo más reciente, y tal vez una de las últimas escenas, en un drama largo y sangriento.
En sus raras apariciones públicas, las multitudes lo aclamaban y coreaban, "Sacrificamos nuestra sangre y almas por ti, Saddam". Pero gradualmente, se quedó aislado, dentro de un círculo pequeño de consejeros fiables provenientes de su familia cercana o su clan.
Terminó sacado de un agujero por soldados estadounidenses en diciembre del 2003, barbado, desaliñado y con sus brazos en el aire.
Imagen e ilusión fueron sus herramientas más importantes.
Buscó construir una imagen de campeón, totalmente sabio, totalmente fuerte, de la nación árabe. Su modelo era el guerrero del siglo XII, Saladino, quien arrebató Jerusalén a los cruzados. Sin embargo, su estilo era más parecido al de un rústico jefe de clan, repartiendo favores a cambio de fidelidad absoluta mientras daba trato inclemente a sus detractores.
Las armas de destrucción masiva de Hussein demostraron ser un engaños para mantener a raya a iraníes, sirios, israelíes y estadounidenses. Sus propios científicos no tenían el valor para decirle que sus sueños armamentistas estaban más allá de las capacidades industriales del país.
En vez de ello, despilfarró el dinero en enormes palacios.
Fue un universo lejos de la extrema pobreza en la que nació, un 28 de abril de 1937, en el poblado de Ouja cerca de Tikrit. Su padre, un pastor sin tierras, murió o desapareció antes de que él naciera. Su padrastro lo trató duramente.
El joven Hussein huyó de casa y vivió con su tío materno, una figura antibritánica, antisemita, cuya hija sería en esposa de Hussein años después.
Bajo la influencia de su tío, Saddam a la edad de 20 se unió al partido Baath, un grupo secular nacionalista árabe. Un año más tarde, huyó a El Cairo tras participar en un intento de asesinato del mandatario iraquí y fue sentenciado a muerte tras un juicio en el que no estuvo presente.
Hussein regresó cuatro años después luego que el mandatario fue derrocado por el partido Baath. Pero el liderazgo Baath fue expulsado ocho meses después y Saddam fue encarcelado. Escapó en 1967.
En julio de 1968, el partido Baath volvió al poder bajo el liderazgo del primo de Hussein, el general Ahmed Hassan al-Bakr. Saddam _ su asistente _ sistemáticamente dejó fuera a figuras clave del partido, deportando a miles de chiítas de origen iraní y supervisó la toma de control de la industria petrolera del país.
Pero cuando al-Bakr decidió en 1979 buscar unidad con sus vecinos sirios, las fuerzas de Hussein forzaron la expulsión de su primo, y luego echaron a sus rivales seis días después. Cientos más serían asesinados en los meses siguientes.
Hussein entonces posó su atención en la mayoría chiíta del país, cuyos líderes eclesiásticos durante mucho tiempo se habían opuesto a sus políticas seculares, y en sus vecinos chiítas de Irán.
El 22 de septiembre de 1980, fuerzas iraquíes cruzaron la frontera, declarando la guerra a Irán, la cual duraría ocho años, costaría cientos de miles de vidas y arruinaría los planes de Hussein de traer prosperidad a Irak.
Luego los iraníes contraatacaron, Hussein buscó armas en Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, países que se las vendieron de buen grado para evitar una franca victoria de Irán. Hicieron de la vista gorda cuando Hussein atacó implacablemente a los curdos iraquíes por ayudar a Irán.
Se estima que 5.000 curdos murieron por el ataque con armas químicas contra el poblado de Halabja en marzo de 1988.