Norteamérica es un país de inmigrantes; Estados Unidos nació cuando el barco Mayflower desembarcó en las costas americanas en 1620, y desde entonces millones de individuos de todas las nacionalidades y condiciones sociales llegaron para formar el formidable país que es hoy.
Los mexicanos han emigrado siempre hacia el norte; en tiempos de la Independencia, muchos compatriotas huyeron del peligro viajando hacia Colorado y Wyoming.
En tiempos de la Revolución, hubo otra gran migración, que se situó sobre todo en California, Texas y Nuevo México, así como en Chicago, y en los últimos decenios, millones de nacionales han migrado para trabajar, ganar unos dólares, y enviarlos a sus familias, dado que no hay oportunidades suficientes y no pueden tener ingresos aquí en nuestro territorio.
Hoy forman una de las más grandes comunidades en Estados Unidos, se calcula más de 20 millones, muchos de ellos de segunda y aun de tercera generación, millones de compatriotas inmigrantes que trabajan, consumen los bienes de allá, pagan impuestos, envían a sus hijos a la escuela, y muchos han creado miles de empresas que generan 250 mil millones de dólares al año.
Pero Estados Unidos es un país de contrastes, junto a las libertades hay discriminación, junto a la creatividad hay rechazo, junto a la razón hay sinrazones, y hoy que los norteamericanos negros gozan de (casi) todas las libertades, la discriminación se vuelve hacia los latinos o hispanos.
Hay en el Senado personajes torvos como James Sensennbrenner que pretenden condenar a todos los inmigrantes, encarcelar a quienes los contratan, negarles los más elementales derechos humanos (salud, alimentación, educación) y levantar un muro tan alto como su insensatez para impedir que entren a territorio yanqui.
Por otra parte, hay legisladores como Arlen Specter y Edward Kennedy que han propuesto leyes más sanas, inteligentes y razonables, para beneficio de todos, migrantes, empresas y Gobierno.
Como las cosas se han polarizado, nuestros compatriotas han realizado marchas multitudinarias en todas las ciudades grandes de Estados Unidos, y los inmigrantes de muchas naciones piden una Ley justa y protección de sus derechos más elementales.
El impacto de esas marchas ha llegado hasta la Casa Blanca y, con sus reservas, el propio presidente George W. Bush, ha dicho que se requiere una Ley migratoria razonable.
Ahora se está anunciando un boicot (nombre tomado de Charles Cunningham Boycott, terrateniente insolente y tiránico, cuyos trabajadores se unieron y se negaron a trabajar para él en 1879 hasta que lograron ser escuchados), y el primero de mayo no asistirán a trabajar, piensan no enviar a sus hijos a la escuela y no comprar ni consumir nada.
Las marchas son bienvenidas, porque señalan tanto la importancia del problema como la determinación de los latinos de exigir a los legisladores una Ley justa, y en ese sentido yo en lo personal considero que se debe apoyar y fomentar esas marchas.
Pero el boicot es otra cosa, el mensaje del boicot no va a los legisladores, sino a los comerciantes y empresarios, muchos de los cuales apoyan el movimiento, y no tienen por qué sufrir por ausencia de sus trabajadores o falta de ventas.
Marchas sí, boicot no; creo que si nuestros compatriotas del otro lado lo piensan dos veces, podrán lograr lo que merecen sin afectar la vida y la economía de Estados Unidos.
(El autor es médico y escritor)
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