Y de pronto, surgieron de todos lados, de las casas, los edificios multifamiliares, de las oficinas y de los comercios, de las escuelas y campos deportivos, de todos los rincones de la Unión Americana miles, millones de individuos que ahora exigen su derecho a tener derechos como todos los seres humanos.
El movimiento que ha cimbrado a Estados Unidos es tan trascendente como el que encabezó Martin Luther King en los años sesenta, cuando las leyes arcaicas y retrógradas y los congresistas conservadores pretendían continuar la discriminación a los negros (no les llamo afroamericanos porque el respeto no está en la palabra, sino en la forma de decirla).
Ellos lucharon para tener un lugar en la sociedad americana, lucharon para que los dejaran subirse a un autobús, lucharon para que los dejaran jugar beisbol, lucharon hasta que lograron la igualdad, de modo que ahora tienen las mismas condiciones de vida que el resto de la población yanqui.
Los latinos o hispanos iniciaron desde hace mucho tiempo una lucha por la igualdad, igualdad que se les ha negado una y otra vez, en parte porque cuando ingresan a ese país lo hacen sin documentos, son indocumentados, y en parte por que debido a esa condición tienen que aceptar trabajos en los que les pagan muy poco, con tal de poder enviar a México unos dólares que alivien la precaria situación de sus familias.
Pero la rebelión comenzó, setenta manifestaciones en setenta ciudades, millones de latinos que dicen silenciosa y ordenadamente “¡ya basta!, trabajamos en este país, consumimos en este país, pagamos impuestos en este país, exigimos los mismos derechos que los demás ciudadanos de este país”.
Y la respuesta se está dando, a pesar de los retrógradas senadores, a pesar de los vigilantes de la frontera que quieren matar a quien pise suelo yanqui, la respuesta se va dando y tarde que temprano lograrán lo que desean.
Es triste que en este movimiento el Gobierno Mexicano se haya portado tan tibio y balbuciente; pudo encabezar o cuando menos secundar con entusiasmo las marchas de allá, pero no lo hizo, perdió su oportunidad.
Y las masas se siguen rebelando; los jóvenes franceses supieron que se había aprobado una Ley injusta, la Ley del Primer Empleo, que daba todas las ventajas a los empleadores y dejaba indefensos a los trabajadores; cientos de marchas -algunas de ellas muy violentas-, sacudieron a Francia como no lo hacían desde 1968, y el presidente Jacques Chirac, que de tonto no tiene un pelo, dio marcha atrás a la Ley, de manera que ahora se discute una opción diferente en beneficio de ambas partes.
Las masas son importantes; aquí en México los militantes del PRI se han rebelado también contra la imposición de personajes siniestros, repudiados o francamente delincuentes, como candidatos a diputados y senadores, y esa rebelión muestra que, cuando los ciudadanos quieren, pueden cambiar las cosas.
Felicitaciones a los hermanos mexicanos que alzan la voz con dignidad y firmeza en territorio yanqui, a los jóvenes franceses que lograron derogar una Ley injusta, y a los militantes de todos los partidos que no aceptan que los jefes se despachen con la cuchara grande ignorando sus legítimos reclamos.
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