Agencias
MÉXICO, DF.- Si en la cancha, según palabras de Jorge Valdano, Hugo Sánchez siempre mantuvo intacto ?su instinto homicida latente? a la hora de resolver las jugadas de gol, fuera del campo ha construido el edificio de su propio liderazgo.
Hugo encarna perfectamente la descripción que el escritor peruano Mario Vargas Llosa hace sobre los nuevos héroes de la cultura popular, al afirmar que ?los pueblos necesitan héroes contemporáneos, seres a quienes endiosar. No hay país que escape a esta regla. Culta o inculta, rica o pobre, capitalista o socialista, toda sociedad siente esa urgencia irracional de entronizar ídolos de carne y hueso ante los cuales quemar incienso?.
Explica que ?políticos, militares, estrellas de cine, deportistas, cocineros, play boys, grandes santos o feroces bandidos, han sido elevados a los altares de la popularidad y convertidos por el culto colectivo en eso que los franceses llaman con buena imagen los monstruos sagrados?.
Hugo fue un futbolista idolatrado, más por sus glorias en el extranjero que por sus conquistas con la selección mexicana. Sus cinco ligas consecutivas, la Copa del Rey, sus cinco títulos de goleo, la Copa de la UEFA, el Botín de Oro y la consideración como uno de los goleadores históricos del futbol español y del Real Madrid, le colocaron sobre las sienes la corona de la idolatría popular.
Como entrenador, aunque en cinco años ganó dos títulos con Pumas, su corta vida está llena de claroscuros. La actuación reciente con el Necaxa fue para el olvido, igual que sus dos últimos torneos con Pumas. Pero Hugo conserva el capital acumulado de sus años de gloria deportiva, aunque como escribe Vargas Llosa, en el mundo del deporte ?el culto al as dura lo que su talento?. Y en el caso de los futbolistas, ?las estrellas se queman pronto en el fuego verde de los estadios?, por lo tanto, ?los cultores de esta religión son implacables: en las tribunas nada está más cerca de la ovación que los silbidos?.
Hugo concluyó su carrera dejando un listón inalcanzable para otro jugador mexicano, por más que ahora Rafael Márquez o Carlos Salcido estén haciendo su propia historia de logros personales, muy lejanos ambos a la categoría de estrella universal que alcanzó Hugo en sus años de esplendor con el Real Madrid.
Hugo encarnó, como dice Vargas Llosa, a ?una de esas deidades vivientes que los hombres crean para adorarse en ellas?. Es la aspiración máxima de millones de futbolistas de llano que lo ven como un ídolo.
Por eso su nivel de recordabilidad es tan alto. Sus goles, el cliché del festejo, sus chilenas, la huguina y la facilidad de contactar con la red, son elementos imborrables en la mente no sólo del aficionado común, sino en el millonario mundo de la mercadotecnia.
He ahí otro valor agregado de Hugo como técnico de la selección mexicana, es un plus en la negociación comercial, las marcas saben que el elemento aspiracional de sus productos va de la mano de un mexicano triunfador, que todavía tiene sonrisas, poses y guiños que hacer para recomendar tal o cual marca.
El marketing de la selección nacional se multidimensionó porque Hugo no es sólo un elemento casero, como lo fueron en otros tiempos Ignacio Trelles, José Antonio Roca, Raúl Cárdenas, Miguel Mejía Barón, Manuel Lapuente, Enrique Meza, Javier Aguirre o el mismo Ricardo La Volpe, entrenadores todos ellos ?made in México?.
Hugo es un producto universal, con gran impacto en México, en Estados Unidos y en Europa, cuando menos. Por lo tanto, asociar su marca a la sonrisa de Hugo puede resultar un boom comercial. La socióloga Janet Lever, en su libro La Locura por el Futbol expresa que las élites de los negocios, los medios de información, los gobiernos y los dirigentes políticos reconocen el potencial (del deporte) para lucrar, diseminar propaganda y provocar orgullos.
Hugo Sánchez cumple con todos los requisitos de la gran industria, del negocio, del comercio, del uso político y de alimentar una esperanza en millones de mexicanos. Esa era una gran diferencia en relación al ?Tolo? Américo Gallego que los dueños de equipos sabían y reconocían. Pero Gallego, un entrenador serio, de gran palmarés, resultó un fuerte opositor porque en lo deportivo, como técnico, quizá tenga mayores méritos que Hugo, pero le falta valor de marketing.
El gran secreto de Hugo es que su elección incluye una extensa gama de beneficios adicionales. Los dueños de equipos, los dirigentes de clubes, los federativos y los grandes intereses creados, no sólo ven el negocio que puede representar Hugo, sino que se quitaron el problema de encima, pasándole la papa caliente de los resultados a Hugo.
Depositaron en él la esperanza de los mexicanos por la grandeza que nunca ha llegado. Y si Hugo no consigue títulos y el pasaporte a la historia de los grandes del futbol mundial, los dueños simplemente lo eliminan de la baraja y le prohíben, tácitamente, el derecho a criticar a cualquier otro que sea electo en su lugar porque él habría desaprovechado su oportunidad.
Como se dice en México, con la elección de Hugo, los dueños de equipos mataron dos pájaros de un tiro: la selección será un exitazo económico y si no hay resultados, el culpable será Hugo.