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Seguimos Presentes / ESTA HISTORIA TE CONMOVERÁ Y QUIZÁS HASTA TE HAGA LLORAR

Jorge Romero Montañés

El día que nació María, en verdad no sentí gran alegría porque la decepción parecía ser más grande que el acontecimiento que representaba tener una hija. Yo quería un varón. Por lo que resignado pasé por mis dos mujeres al hospital, una lucía pálida y la otra radiante y dormilona. En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisa de mi María, su mirada fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla con locura, su cara, su sonrisa y su mirada no se apartaban ni un instante de mi pensamiento, todo se lo quería comprar, ya que ella significaba todo para mí. Este relato era contado por el padre de la niña. Yo también sentía gran afecto por ella, ya que era la razón más grande de vivir para él. Una tarde estábamos conviviendo cuando la niña entabló una conversación con su papá, todos escuchamos. Papi cuando cumpla mis quince años ¿cuál será mi regalo?, pero mi amor, si apenas tienes diez años ¿no te parece que falta mucho para esa fecha? Bueno papi, tú siempre dices que el tiempo pasa volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí. La conversación se extendía y todos participábamos de ella. Al caer la tarde todos regresamos a nuestras casas. Pasando algún tiempo, una mañana me encontré a mi amigo frente a la escuela donde su hija estudiaba, se veía muy contento y la sonrisa no se apartaba de su rostro. Orgullosamente, mi amigo me mostró las calificaciones de ella, eran notas impresionantes y los estímulos escritos de sus profesores eran realmente conmovedores, felicité al dichoso padre y le invité un café. Su hija ocupaba todo el espacio en casa, en la mente y en el corazón de la familia, especialmente en el de mi amigo. Fue un domingo muy temprano cuando se dirigía a misa, cuando de pronto María tropezó con algo, eso creían todos, por lo que su padre la agarró de inmediato para que no cayera. Ya instalados en sus asientos de la iglesia, de pronto maría fue cayendo lentamente sobre el banco y casi perdió el conocimiento. Al ver esto su padre inmediatamente la tomó entre sus brazos, para llevarla al hospital, donde permaneció por espacio de diez días padecía una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón, pero no era algo definitivo, había que practicarle otras pruebas para llegar a un diagnóstico firme. Los días iban transcurriendo. Una mañana Eduardo se encontraba al lado de su hija cuando ella le preguntó:

¿Voy a morir, no es cierto? Te lo dijeron los médicos. No mi amor, no vas a morir, Dios es tan grande, que no permitiría que pierda lo que más he amado en el mundo. Respondió Eduardo. ¿Van a algún lugar? ¿Pueden ver desde lo alto a las personas queridas? ¿Sabes si pueden volver? Bueno hija, respondió, en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo sobre eso, pero si yo muriera, no te dejaría sola. Eduardo en el más allá buscaría la manera de comunicarme contigo. En última instancia utilizaría el viento para venir a verte. ¿Al viento? Replicó María, ¿y cómo tú harías? No tengo la menor idea hija, sólo sé que si algún día muero, sentirás que estoy contigo cuando un suave viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas. Ese mismo día por la tarde, llamaron a mi amigo, el asunto era grave, su hija estaba muriendo, necesitaban un corazón pues el de ella no resistiría sino unos quince o veinte días más. ¡Un corazón! ¿Dónde hallar un corazón? ¿Lo vendían en la farmacia acaso, en el supermercado, o en una de esas grandes tiendas que anuncian por radio y televisión? ¡Un corazón! ¿Dónde? Ese mismo mes, María cumpliría sus quince años. Fue un viernes cuando consiguieron un donante, las cosas iban a cambiar. El domingo, ya María estaba operada. Todo salió como los médicos lo habían planeado ¡Un éxito total! Sin embargo, Eduardo no había vuelto al hospital y María lo extrañaba muchísimo. Su mamá le decía que ya todo estaba bien, sería él quien trabajaría para sostener la familia. María permaneció en el hospital por quince días más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta que su corazón estuviera firme y fuerte y así lo hicieron. Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá y su mamá con los ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre: ?María mi gran amor: al momento de leer mi carta, debes tener ya quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho, ésta fue la promesa de los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni remotamente cuánto lamento no estar a tu lado en este instante. Cuando supe que ibas a morir, decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás ha hecho. Te regalo mi vida entera sin condición alguna, para que hagas con ella lo que quieras, ¡vive hija! ¡Te amo! María lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente, fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su padre, lloró como nadie lo ha hecho y susurró: ?papá, ahora puedo comprender cuánto me amabas, yo también te amaba aunque nunca te lo dije. Por eso también comprendo la importancia de decir te amo. Y te pido perdón por haber guardado silencio. En ese instante las copas de los árboles se movieron suavemente, cayeron algunas hojas y una suave brisa rozó las mejillas de María. Ella inmediatamente alzó la mirada al cielo, recordando las palabras que su padre una vez le dijo. Se levantó y caminó rumbo a su casa.

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