Un día de invierno de esos días fríos y lluviosos todo estaba en silencio, solo solía silbar el viento y caer las gotas una a una en el suelo. Yo miraba el cielo, mis hermanos estaban junto al bracero dentro de la casa; mi madre había salido a conseguir algo de alimento, ya que mi padre estaba buscando trabajo en ese tiempo y hoy este día viene como recuerdo a mi mente. Ese día lluvioso en esa casa que no era más que una pieza cubierta de cartones y de hules de distintos tamaños, los cuales estaban colocados tratando de sostener y aguantar la fuerza del viento; el agua caía y se metía por todos los rincones, el piso se deshacía bajo mis pies y los de mis hermanos, ellos se subían a un cajón a mirar por la ventana por si mi madre venía con lo que fuera entre sus manos; al fin llegó, traía en una bolsa unos panes y unos huevos, los cocinó y de inmediato nos los dio. Estábamos muy contentos porque ya nos encontrábamos todos juntos. Al llegar la tarde ya no llovía, se reflejaba el sol débil y escaso en la calle donde vivía. A lo lejos se veía la gente, yo salí y fui a ver quiénes eran. Había varios vehículos con gente bonita y bien abrigada que traían muchas cosas, yo me fui acercando tímidamente poco a poco, había realmente mucha gente rodeándolos, apenas podía ver, saltaba, me pisaban y empujaban, me alejé retrocediendo poco a poco, de pronto sentí que alguien suavemente mi mano tomaba, miré con susto y vi que era una dama, me sonrió, no la conocía, por lo que tuve temor, sin embargo, ella se inclinó y algo me dijo; no la oí de inmediato, pues pensé que no me hablaba a mi ¿cómo te llamas? Yo como niño asustado balbucée y dije mi nombre, ella me miraba de arriba abajo y me acarició, ven, dijo y sin soltarme de la mano me condujo hacia a uno de sus autos, llamó a sus compañeras y por mi madre esta vez preguntó, no supe qué contestar, sabía que estaba en casa y no quería que la vieran, ni a mis hermanos ni a mi casa. Eran personas muy bonitas, sus rostros tenían definidos colores, una de ellas me llevó hasta una llave que había por ahí, sacó mi ropa sucia delgada y ya sin color y lavó mis manos, cara, pies y algo más, me llevó esta vez en sus brazos hasta el auto, yo no quise mirar ni hablar; no sabía qué decir, tampoco qué iba a ser de mí. Tomó una de las bolsas que traía en el auto y sacó de ellas unas ropas y me las puso, calcetines y zapatos ahora cubrían mi cuerpo y mis pies, encima de todo me puso una chaqueta bien abrigada y todavía me regaló dos bolsas con ropa y me dijo ve a casa y lleva esto a tu madre. Caminando medio confuso miraba hacia atrás a esa gente que regalaba cosas a todos los vecinos, llegué a mi casa corriendo de alegría, avisé a mi mamá que Dios estaba regalando cosas, ella me miró con cara de pena al llegar, sería por verme hermoso o por lo que nunca ella me pudo dar, salió medio desorientada que alcanzó a cerrar la puerta, al rato regresó con varias cosas en las que incluía una despensa, ropas de abrigo y zapatos para mis hermanos y otras cosas más para pasar el invierno. Mi mamá ya no lloraba, sonreía y nos acariciaba. Fue toda una semana de sol, será por esos ángeles que vinieron a calmar mi pena y la de mis vecinos de ver el suelo y deshacerse bajo nuestros pies ahora abrigados. Pasaron los años, y ahora soy todo un hombre, es una tarde de lluvia y muchos ventarrones, veo las noticias las desgracias que causa el mal tiempo y declaran a las ciudades como zona de desastre; ya no vivo en el mismo lugar donde hace algunos años pasé mi infancia ni mis hermanos ni mi madre.
Por eso hoy en día me es grato mandar una gran felicitación por toda aquella gente que se dedica a servir a nuestra comunidad a la gente de escasos recursos dándonos cuenta que para ellos no existe mayor satisfacción que dar algo sí mismos.
¡Una historia...!
Una pareja de novios que se conoció hace años en su tiempo de estudiantes. Todo era felicidad, puesto que vivían el uno para el otro. El tiempo pasó y con ellos se fueron los años, los besos y las caricias pasaron a segundo término. Pero un día ella dijo a su amado estoy embarazada, a partir de ese momento empezaron las preocupaciones, puesto que ambos eran estudiantes. ¿Cómo podrían enfrentarse a la realidad a sus padres? ¿Cómo decirle lo que estaba pasando? ¿Qué iba a suceder? Desesperados no les quedó más remedio que acudir con sus amigos y uno de ellos les recomendó que él tenía un amigo que era doctor y así ella podría abortar ese ser, que traía ella en sus entrañas. Y así pasaron las cosas por lo que todo continuó igual. Tal vez la misma inmadurez de la pareja hizo que cometieran esa estupidez. Han pasado los años y hoy me entero que aquella relación terminó. Me pongo a pensar qué fue de esos años, en que decían cuanto se amaban y que habían nacido el uno para el otro. Los dos casados y cada uno por su lado, recordando aquellos momentos en que ambos se decían, te amo tanto que por ti soy capaz de perder mi vida. ¿Crees tú eso? Mi consejo a los jóvenes ámense quiéranse pero ante todo respeten su integridad. Al fin y al cabo que tienen muchos años por delante para complementar su felicidad.
?Reflexión?. No te avergüences de ser humilde. La humildad es el conocimiento perfecto de lo que somos y podemos sin ilusionarnos con cualidades que no tenemos. Humildad no es postura del cuerpo ni tono de voz, es una actitud del espíritu, que sabe lo que es y lo que puede, y que no requiere que los demás la vean; vale por sí misma. ¡Por lo tanto, sé humilde!
?Seguimos presentes?.