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JORGE ROMERO MAGALLANES

¡AGRADECIMIENTO...!

De la manera más atenta me permito enviar un cordial saludo a todos los lectores que domingo a domingo leen esta columna, de todo corazón y enviándoles un caluroso abrazo muchísimas gracias, ya que de una manera sorprendente he estado viendo la respuesta de todos ustedes al recibir cada semana muchas llamadas demostrando el interés porque un servidor siga adelante compartiendo anécdotas y relatando historias de la vida, deseándoles que a sus hogares Dios los llene de bendiciones. Reitero mi agradecimiento.

¡FELICITACIONES...!

El pasado 25 de agosto del año en curso fue un día muy especial, ya que mi queridísima madre, la señora María Luisa Magallanes Nava, celebró su onomástico, por lo cual en convivencia de toda su familia se le festejó con una pequeña merienda, la cual fue organizada por sus hijos Cristina, Mónica y un servidor. Deseando que Dios la llene de bendiciones, enhorabuena, muchas felicidades mamá.

¡CAMINO AL CIELO...¡

Una ánima bendita que iba al cielo para encontrarse con Dios en el juicio sin trampas y la verdad desnuda. Y no era para menos, porque su conciencia llevaba muchas cosas negras muy pocas positivas que le valieran. Buscaba ansiosamente aquellos recuerdos de buenas acciones que había hecho en sus largos años de usurero. Había encontrado en los bolsillos de su alma algunos recibos ?que Dios se lo pague?, por cierto muy arrugados y amarillentos por lo viejo. Ahora todo eso lo veía claro pero ya era tarde, la cercanía del juicio con el Señor lo tenía muy preocupado. Al llegar a la puerta principal del cielo, se acercó sigilosamente y se extrañó mucho que ahí no había que hacer fila, porque tal vez los trámites se realizaban demasiado rápido y sin complicaciones.

Pero lo que más le extrañó fue que las puertas estuvieran abiertas de par en par y además, de que no había nadie para vigilarlas. Golpeó las manos y gritó el Ave María Purísima, pero nadie le contestó: miró hacia adentro y quedó maravillado con la cantidad de cosas que ahí se distinguían, pero no vio a ninguno, ni ángel, ni santo, ni nada que se le pareciera. Se animó un poco más y la curiosidad lo llevó a cruzar el umbral de las puertas celestiales. Y nada, se encontró perfectamente dentro del Paraíso sin que nadie se lo impidiera. ¡Caramba, se dijo, parece que aquí todos son gente muy honrada! ¡Mira que dejar las puertas abiertas sin nadie que vigile! Poco a poco fue perdiendo el miedo y se fue adentrando por los patios de la gloria. Realmente una preciosura. Era para pasarse allí una eternidad mirando, por que a cada momento descubría realidades asombrosas y bellas. De patio en patio, de jardín en jardín, de sala en sala, se fue internando en las mansiones celestiales, hasta que desembocó en lo que tendría que ser la oficina del Señor. Por supuesto, también estaba abierta de par en par. Titubeó un poquito antes de entrar. Pero en el cielo todo termina por inspirar confianza. Así que penetró en su sala en el centro ocupada por el escritorio de Dios. Y sobre su escritorio estaban sus anteojos, nuestro amigo no pudo resistir la tentación, santa tentación al fin, de echar una miradita a la tierra con los anteojos del Señor. Y al ponérselos se maravilló. ¡Qué maravilla! Se veía todo claro y patente. Con esos anteojos se lograba ver la realidad profunda de todo y sin la menor dificultad. Pudo mirar profundo las intenciones de los políticos, las auténticas razones de los economistas, los sufrimientos de las dos terceras partes de la humanidad. Todo estaba patente ante los ojos de Dios, como afirma la Biblia, entonces se le ocurrió una idea, trataría de ubicar a sus socios de la financiera para observarlos en esta situación privilegiada. No le resultó difícil encontrarlos. Pero los agarró en un mal momento. En ese preciso momento su colega estaba estafando a una mujer viuda mediante un crédito bochornoso que terminaría de hundirla en la miseria. Y al ver con claridad la cochinada que su socio estaba a punto de realizar, le subió al corazón un profundo deseo de justicia. Nunca le había pasado en la Tierra. Pero, claro, ahora estaba en el cielo. Fue tan grande el deseo de hacer justicia, que sin pensarlo dos veces buscó debajo de la mesa el banquito del Señor y revoleándolo por su cabeza lo lanzó a la Tierra con tremenda fuerza y con semejante teleobjetivo que el tiro fue certero, brindando un tremendo golpe a su socio que lo tumbó allá mismo. De pronto, en ese momento se sintió en el cielo una gran algarabía, era Dios nuestro Señor que regresaba con sus angelitos, sus santas vírgenes, confesores y mártires que regresaban de un día de pic-nic, realizado en los collados eternos. La alegría de todos se expresaba hasta en los poros del alma, haciendo una batahola celestial. Nuestro amigo se sobresaltó. Como era pura alma, el alma se le fue a los pies, sino que se trató de esconder detrás del armario de las indulgencias. Pero como comprenderán que la cosa de nada le sirvió. Porque a los ojos de Dios todo está patente, así que fue nomás entrar y llamarlo a su presencia. Pero Dios no estaba irritado, gozaba de muy buen humor, como siempre simplemente le preguntó qué estaba haciendo. La pobre alma trató de explicar balbuceando que había entrado a la gloria, porque estando la puerta abierta nadie le respondió y él quería pedir permiso, pero no sabía a quién. No, le dijo Dios, no te pregunté eso. Todo está muy bien, lo que te pregunto es que hiciste con mi banquito donde apoyo los pies. Reconfortado por la misericordia manera de ser de Dios la pobre alma fue animado y le contó que había entrado a su despacho, había visto el escritorio y encima sus anteojos y que no había resistido la tentación de colocárselos para echarle una miradita al mundo. Que le pedía perdón por el atrevimiento. No, no, volvió a decirle Dios todo está muy bien, no hay nada qué perdonar. Mi deseo profundo es que todos los hombres sean capaces de mirar el mundo como yo lo veo. En eso no hay pecado, pero hiciste algo más, ¿qué paso con mi banquito donde apoyo los pies? Ahora sí el anima bendita se encontró animada del todo. Le contó al Señor en forma apasionada que había estado mirando a su socio justamente cuando cometía una tremenda injusticia y que le había subido al alma un gran deseo de justicia y que sin pensar había agarrado el banquito y se lo había aventado por el lomo a su socio. ¡Ah no volvió a decirle Dios, ahí fallaste, no te diste cuenta que si te pusiste mis anteojos te faltó tener mi corazón. Imagínate que si yo cada vez que viera una injusticia en la Tierra me decidiera a tirarles un banquito, no alcanzarían todos los carpinteros del Universo abastecerme de proyectiles, no hijo, hay que tener mucho cuidado con ponerse mis anteojos, sino estás bien seguro de tener mi corazón. Sólo tiene derecho a juzgar, el que tiene el poder de salvar. Vuélvete ahora a la Tierra y en penitencia durante cinco años reza esta breve oración: Jesús humilde de corazón, dame un corazón semejante al tuyo. En ese instante el hombre se despertó todo traspirado, observando por la ventana entreabierta que el sol ya había salido y que afuera cantaban los pajaritos. Como vez hay historias que parecen sueños. Y sueños que podrían cambiar la historia.

?REFLEXION?

Venerar al ser querido, es amarlo para siempre.

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