la sociedad lo esperaba con ansia loca: primero porque le había quedado el buen sabor del encuentro celebrado en el mes de mayo y después porque existía duda sobre la asistencia, o no, del candidato del Partido de la Revolución Democrática. Además iba a ser la última oportunidad de conocer el pensamiento político y el proyecto de trabajo de los candidatos a la Presidencia de la República. Además, del primer debate, se habló mucho durante varias semanas en la televisión, en la radio, en las cafeterías, en las cantinas y hasta en los antros juveniles.
Sin embargo, ayer todo resultó desilusionante y distinto al primer debate: Andrés Manuel López Obrador, el antaño ausente, ahora estuvo presente y tres del total de cinco participantes fueron tan distintos en su comparecencia que hasta parecían haber dejado guardadas su verdadera personalidad en el clóset de sus casas para lucir una identidad diferente.
Los tocayos Roberto Campa y Roberto Madrazo, se despojaron de la actuada agresividad que habían mostrado en el primer encuentro y lucieron amables, sonrientes y propositivos La guapa Patricia Mercado, disfrutó divertida la reprisse de su rol de candidata inteligente y tanto que tuvo que matizarla con el color de su vestimenta; rosa socialista como la izquierda francesa de Francois Miterrand.
Por su parte Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón Hinojosa, se vieron feo, se mojaron las orejas y pintaron su raya en el set, protagonizando a los pendencieros de clase media en subida que parecen ser, como ya los habíamos visto y oído durante los primeros meses de la campaña, claro que ahora sin las expresiones del “slang” juvenil “uno por uno o todos en bolita” “como quieran puedo” etcétera, etcétera.
La novedad de la velada -que resultó aburrida y lenta como película de Juan Orol, gracias al limitado esquema del debate- fue la ensayada inducción de un pacto de civilidad que pareció caer como anillo al dedo en el ánimo de los cinco participantes. Su contenido esencial iba a ser la firma de dos compromisos: uno, para respetar los resultados electorales, cualquiera que éstos llegaran a ser y otro, reunirse después del tres de julio para plantear, analizar y discutir el mejor destino de México en los siguientes seis años.
Quizá con esto la teleaudiencia lograría deshacer el nudo de su angustia, después de haber escuchado con alarma la maniquea presentación del proyecto de la izquierda mexicana, sostenido por AMLO y su oposición al plan de continuidad del actual modelo económico de la derecha panista, representada por Felipe Calderón. En el momento en que pergeño estos renglones escucho a un presentador de noticias afirmar que el presidente nacional del PRI arribaba, no sé a qué sitio, para unirse con sus homólogos de otros partidos y dejar sustanciado, firmado y concluido el citado convenio de civilidad.
Los periódicos del miércoles publicaron los resultados de algunas encuestas realizadas después del debate nocturno del 06.06.06, fecha esotérica que con las fanfarrias de las trompetas de Jericó marcaría, según las profecías de no sé quién demonios, el fin del mundo y el juicio final; con diabólica contundencia los candidatos en pugna pudieron sentir los resultados de la consulta nocherniega: Calderón, López Obrador, Madrazo, Patricia y Campa en orden descendente de preferencias.
Claro que las encuestas, cualesquiera que sean, no definen el triunfo electoral. La verdad por tendencias se sabrá el domingo dos o el lunes tres del mes de julio, una vez que se hayan contado y recontado la cantidad suficiente de urnas para poder conocer quién recibió el visto bueno de la ciudadanía.
Hasta entonces, igual que en el principio, todo habrá de ser una mera especulación entre partidos, candidatos y partidarios. Cuídense todos, señores y señoras sufragantes, de montar tierno al potrillo, de adelantar vísperas y festejar triunfos anticipados: No hay un vencedor sin reconocimiento del vencido.
