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Ser Humano / EL AMOR ROMÁNTICO

Psicólogo Ricardo Mercado Dávila

Como los protagonistas de una novela rosa, parece que los amantes que persiguen esta fantasía jamás logran encontrarse. El amor romántico con frecuencia no es correspondido y dulcemente amargo, puede confundir el verdadero sentido del querer.

El amor no es realista: una escena en la que dos enamorados caminan de la mano por la playa, con sus siluetas recortadas a la luz del crepúsculo, transmite todo el idealismo romántico. Sin embargo, las personas, no viven así, salvo durante las (algunas) vacaciones. Antes bien, viven en estrecho contacto y pueden verse los barros, arrugas y demás defectos. La visión romántica separa a los amantes, ya que los induce a aferrarse a un espejismo más que a una persona verdadera. Para gozar de la realidad hay que prescindir de los sueños.

Encontrar el verdadero amor exige renunciar a la mística del amor romántico. ¿Qué cualidades aprecia usted en su pareja? Apegase ellas como a una base de contacto mutuo.

Vivir en el presente proporciona experiencias muy gratas y entonces el amor se finca sobre realidades conocidas, y la simpatía, el afecto y el hecho de compartirlo todo se convierte en parte de intereses íntimos.

El amor espera una excesiva correspondencia: en el matrimonio, se debe dejar cierto espacio para que la relación respire. El cariño consiste en dar libertad a ser amado, no en retenerlo. Sin lugar a dudas, la vida en común implica equilibrio y, como en el caso del sube y baja, una sola persona puede hacerla funcionar. Dar y recibir es lo que la mantiene trabajando. Casi todos los humanos anhelamos un compañero que nos considere como algo especial e importante, pero ser excesivamente posesivo resulta contraproducente.

El amor pide una aceptación incondicional: todos abrigamos la esperanza de encontrar un compañero o compañera que nos dé todo lo que la vida nos ha negado. Y el amor nos hace creer que esta fantasía se convertirá en realidad. Sin embargo, lo más que podemos esperar es una persona compasiva y comprensiva.

Uno de los principales indicios de madurez consiste en darse cuenta y convencerse de que nadie jamás nos comprenderá perfectamente. La pareja debe aceptar y disfrutar lo que posee, por imperfecto que sea, en vez de exigir siempre más y más.

El amor espera que uno sea divino: los esposos gustan de leerse el pensamiento y esperan que su consorte intuya sus estados de ánimo. En el fondo, esto ofende a nuestra integridad independientemente que nos amemos o no. No obstante, es el pan de cada día. Una mujer saluda a su marido que vuelve del trabajo, y se siente ofendida porque él no hace comentario alguno acerca de su nuevo peinado. En vez de preguntarle si le gusta, espera que él se fije. Por su parte el esposo se molesta también porque ella no advierte que pasó un día atroz en el trabajo, aunque no menciona el hecho.

Si las parejas no aprenden a expresarse abiertamente sus sentimientos y deseos, la comunicación siempre será más complicada y confusa. Marido y mujer tropiezan y caen con los mensajes que no expresan. La franqueza trae consigo la refrescante brisa de la intimidad.

El amor engendra sumisión: por tradición se le inculcaba al hombre la idea de que le correspondía proteger a la mujer.

Hoy, hombres y mujeres empiezan a aceptar el hecho de que ambos son seres humanos dotados de inteligencia, necesidades y emociones semejantes. Quizás no posean el mismo talento ni ejerzan las mismas tareas, pero, como personas, tienen las mismas necesidades. Comprendido esto y establecida la igualdad, los cónyuges disfrutarán de unidad. Cuando alguno de los esposos se presentan siempre ante el otro como frágil e indefenso, acaba por crear problemas para los dos. La única clase de amor que da buenos resultados es que la que hace ambas partes sentirse estimadas e importantes. Cuando existe el verdadero interés el cónyuge presta el mejor apoyo con algunas palabras y el deseo de escuchar y no haciendo siempre algo por el otro.

El amor se niega a cambiar: ¿por qué no pueden ser las cosas como antes? ¿Por qué no podemos volver a ser lo mismo que fuimos? Por mucho que llamemos a las puertas del tiempo, jamás recuperaremos un solo segundo del pasado, si la pareja no convive en el presente, sencillamente no convivirá.

Cuando se goza del presente la nostalgia del ayer resulta grata.

El amor significa que uno siempre tiene la razón: los sentimientos o se aceptan o se rechazan, pero no se objetan.

Los matrimonios se meten en problemas cuando no logran establecer la diferencia entre el pesar y el sentir aunque no es posible discutir los sentimientos, si se pueden discutir las ideas. Las emociones están ligadas al amor propio y la igualdad psicológica comienza cuando comprendemos las emociones del otro.

¿Hasta qué grado importa tener la razón? ¿Ha aprendido a respetar los sentimientos de su pareja, aún cuando esté en pleno desacuerdo con sus puntos de vista? Los lazos se estrechan y fortalecen cuando las parejas aceptan mutuamente sus sentimientos sin sentirse amenazadas. Esto significa que el compañero o la compañera tiene derecho a enfadarse, de tener sus propias opiniones y amistades e incluso de obrar a veces en forma irreflexiva.

Los consortes deben confiar mutuamente en su comportamiento (en los gestos, la solicitud, las palabras y hechos) para expresar ese afecto que lleva a la intimidad. El verdadero cariño puede expresarse sin necesidad de repetir una y mil veces ?te amo?.

Cuando dos personas se unen por medio de la bondad, dulzura, la simpatía y el afecto, descubrirán una intimidad perdurable.

Aprender a vivir en pareja, a vivir en amor, nos lleva a vivir como Ser Humano.

Mi correo electrónico:

ser_humano@prodigy.net.mx

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