Si las elecciones se ganaran con marchas y capacidad de convocatoria en las calles, Andrés Manuel López Obrador tendría que ser ya el presidente de este país. La demostración de fuerza que ayer dio el tabasqueño en las calles del centro capitalino, no tiene precedentes en la política mexicana y tampoco deja dudas: en torno a la protesta y a la impugnación de la elección presidencial hay un respaldo popular innegable y pacífico que supera, con mucho, a la estructura corporativa del PRD.
Pero ocurre que las elecciones se ganan con votos y hasta ahora, por mucha fuerza que demuestre en las calles, López Obrador no ha logrado probar, de manera clara y fehaciente, sus argumentos de fraude y su afirmación de que le robaron el triunfo en los comicios del dos de julio. Tiene, eso sí, un alegato jurídico y una serie de recursos de impugnación que presentó ante los tribunales que se reducen a dos grandes reclamos: el conteo voto por voto y la eventual anulación de la elección presidencial.
Ningún político en la historia de este país ha demostrado hasta ahora la capacidad de convocatoria que ayer dejó ver López Obrador. Superó, incluso, el referente anterior que le pertenecía a él mismo y que fue aquella marcha multitudinaria de rechazo al desafuero, cuya dimensión, menor a la que ayer se vio, hizo recular al Gobierno de Vicente Fox en su torpe y costosa intención de utilizar la Ley para eliminar a su mayor adversario político.
Pero en términos reales ni todo ese respaldo social, calculado en más de 800 mil personas, significa que Andrés Manuel tenga la razón o que haya ganado la elección. Será el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación el que decida si procede el recuento de los votos que solicita el candidato perredista.
La impresionante movilización de ayer domingo funciona, en todo caso, como un elemento más de presión para los magistrados del Tribunal. Y aunque la decisión tendría que ser jurídica y no política, en la realidad los tribunales mexicanos han demostrado, en repetidas ocasiones, que sus fallos pueden ser susceptibles de ciertas consideraciones de orden político o de estabilidad social.
El propio López Obrador ha encabezado al menos dos movimientos que hicieron cancelar procesos no sólo del Poder Judicial, sino del Ejecutivo y hasta del Legislativo: su designación como candidato del PRD a la jefatura de Gobierno del DF, que no cumplía los requisitos legales, pero fue avalada por el Tribunal Electoral del DF en una decisión que magistrados de ese órgano reconocen como “política más que jurídica” y el ya mencionado proceso de desafuero, donde los tres Poderes de la Unión recularon ante la fuerza mostrada en las calles por el tabasqueño.
Estamos, pues, ante un escenario cada vez más complicado. De un lado está el resultado oficial avalado por el Instituto Federal Electoral y que da el triunfo al panista Felipe Calderón.
Y con base a ese resultado, Calderón tiene de su lado a una serie de factores reales de poder, desde los empresarios, poderosos medios de comunicación, y también el respaldo de 15 millones de mexicanos que votaron por él; mientras que del otro lado está López Obrador, su conocida terquedad y fundamentalismo -que él llama “principios” - junto a la fuerza y el respaldo social que demostró.
Eso, además de hablar de una sociedad claramente dividida, plantea también un peligro latente de choque entre los dos bandos en que se ha partido el país.
¿Será la decisión del Tribunal estrictamente jurídica o los magistrados valorarán los riesgos sociales que traería su decisión?
Notas indiscretas...
La expulsión de Elba Esther Gordillo acelerará los tiempos de relevo en la dirigencia del PRI.
Si los gobernadores se habían contenido por el conflicto post electoral y le habían dado un “ tiempo de gracia” a Mariano Palacios y al grupo madracista para entregar el partido, la molestia que causó en varios mandatarios el que hayan echado a la maestra hará que varios de ellos presionen para que se produzca de inmediato el relevo, y esta semana veremos movimientos en ese sentido... Los dados siguen en mala racha. De nuevo Serpiente.