“Y a mí enterradme sin duelo / entre la playa y el cielo...”
Joan Manuel Serrat
Bajito, con los ojos llenos de alegría, Joan Manuel Serrat entró al escenario del Auditorio Nacional como lo ha hecho tantas veces en el pasado. La Orquesta Sinfónica Nacional tocaba los acordes iniciales del arreglo de Joan Albert Amargós a “La Paloma”. Serrat vestía un traje gris que le quedaba grande en las mangas y los pantalones, y una camisa blanca de vestir sin corbata. Parecía un oficinista descuidado recién salido de una larga jornada de trabajo. Nada que ver con el vestuario impecable o dramático de otros artistas que se presentan usualmente en este escenario. Sólo que en el caso de Serrat los detalles del vestuario o la escenografía cuentan para poco. El protagonista real de sus conciertos es un repertorio de canciones populares sin comparación en el mundo de habla española.
Dos veces ha estado Serrat en México este año. La primera, hace apenas unas semanas, se presentó en Bellas Artes con su espectáculo Serrat 100x100. Acompañado sólo de su guitarra, y del imaginativo piano de Ricard Mirailles, su director musical de hace años, el concierto ofrecía un Serrat austero, puro, en que las letras y melodías de sus canciones no tenían que competir con los teclados, guitarras, bajo y percusiones habituales en sus discos y en sus conciertos.
Los conciertos en Bellas Artes fueron como una zambullida sin equipo protector en lo más profundo del legado literario de Serrat. Este pasado fin de semana en el Auditorio Nacional, en cambio, tocó el turno a un Serrat sinfónico antípoda del anterior.
Las letras y melodías del compositor catalán compitieron ahora con las complejas orquestaciones de Amargós. No son los arreglos fáciles de la música popular que meramente acentúan la melodía y el ritmo de la tonada. Se trata de intrincadas variaciones que se convierten en contrapunto de la melodía principal y en ocasiones le dan una textura completamente distinta.
Escuchar el Serrat sinfónico de este fin de semana fue como oír canciones nuevas con evocaciones melódicas familiares que daban un nuevo vestido a poemas de enorme belleza y sutileza mil veces repetidos. Serrat ha tenido siempre una gran capacidad para innovar sin traicionar sus orígenes, lo cual quedó de manifiesto nuevamente este fin de semana.
En el concierto estuvo presente el Serrat lírico de “Cancó de matinada” (“Canción matinal”) y “Mediterráneo”, el comprometido políticamente de “Pare” (“Padre”) y “Disculpe el señor”, el amoroso de “Lucía”, el nostálgico de “Barquito de papel” y “Mi niñez”, el narrador de historias de “Penélope” y “Benito”.
En dos horas de concierto Serrat ofreció unas pinceladas alucinantes de la diversidad y profundidad de su obra. Pero cualquier conocedor, que muchos había en el Auditorio este fin de semana como los hubo en Bellas Artes hace algunas semanas, sabía que por cada canción elegida para ser interpretada muchas más de la misma calidad se habían quedado guardadas en los cajones en espera de una nueva oportunidad de seducir a un público.
A los 62 años de edad, salido de una operación de cáncer apenas en noviembre de 2004, Serrat sigue siendo en el escenario una bocanada de aire fresco. La alegría que le provoca su profesión de músico está presente en cada interpretación. Su explicación de la dos veces transformada canción juvenil, “Fa vint anys que dic que fa vint anys que tinc vint anys” (“Hace veinte años que digo que hace veinte años digo que tengo veinte años”), arranca una inevitable sonrisa del público que ha madurado con él y nos presenta a un músico que, como su público, gusta de hurgar en los cajones para reencontrarse con su viejo repertorio.
En el concierto de Bellas Artes, de hecho, interpretó “Señora” después de dos décadas porque, como explicó, ya no se siente incómodo con la imagen del “soñador de pelo largo” que seductoramente busca convencer a su suegra de que no se oponga a los amoríos con su hija. Ese soñador de pelo largo sigue estando presente. No sólo porque su melena, ya rala por el tiempo, sin tintes que oculten el entrecano, cae ondulada y descuidada sobre su cuello, sino porque Serrat sigue siendo ese mismo que en 1969 rompió esquemas en México al cantar en televisión bajo una cruz la andaluza “Saeta” de Antonio Machado: “No quiero cantar ni puedo / a ese Jesús del madero / sino al que anduvo en la mar”.
Para mí, como para muchos de quienes acudimos a Bellas Artes y al Auditorio, Serrat es el viejo amigo que con sus visitas nos alegra la vida de vez en vez. Como los personajes de “Juan y José”, nos reunimos hoy como hace cuatro décadas para intercambiar historias y echarle un ojo a la moza que pasa. Y como Juan a José podemos decirle hoy a Serrat: “pero a ti, Pepe, que te quiten lo bailado... Y gracias Pepe por llevarme a bailar”.
ACARREADOS
Un angustiado correo electrónico me llega en la madrugada del viernes 17 de febrero de una persona que me pide reservar su nombre: “soy un empleado de la Secretaría de Finanzas del estado de Puebla. Me están obligando a participar en una marcha... apoyando al gobernador Mario Marín Torres. Si no participo en esta marcha, perderé mi empleo. ¡No es justo!”
Correo electrónico:
sergiosarmiento@todito.com