El sexo es una estrategia mercadotécnica que vende, lo mismo discos de Madonna, que series de televisión y reality shows. El sexo es un factor de poder, lo mismo en una relación consensual entre dos o más adultos, que entre políticos, empresarios y el clero. El sexo es una estrategia electoral que gana o pierde.
El sexo, el sexo y más sexo. Vivimos en una sociedad sexualizada en la que la privacidad de la cama se vuelve pública en un santiamén. Por exhibicionismo, por voyeurismo, por aburrición, por educación, por motivos electorales o para reformar instituciones el sexo es el pan de cada día.
Los ejemplos están en todos lados: Bill Clinton y Mónica Lewinsky, Marcial Maciel y los seminaristas de los Legionarios de Cristo, Kamel Nacif, el Gober Precioso y diputado Emilio Gamboa, cardenales mexicanos bajo la lupa y Paris Hilton expuesta…
En el más reciente “episodio” de sexo y la política, el Partido Republicano, el mismo que se autocalifica como el partido de los valores y la moral, el mismo que intentó enmendar la Constitución estadounidense para “salvar la santidad del matrimonio” y definirlo exclusivamente en términos heterosexuales, está en jaque.
A fines de septiembre, la cadena ABC divulgó correos electrónicos y conversaciones por chat de contenido sexual entre Mark Foley, un congresista republicano de Florida y varios adolescentes que trabajan en el Congreso. La divulgación de ese material domina la cobertura mediática en Estados Unidos, a un mes de las elecciones legislativas.
Irónicamente Foley presidía un grupo en el Congreso que legisla en contra de los secuestros y la explotación sexual de menores. Bajo su dirección, ese grupo introdujo una iniciativa para penalizar la pornografía infantil y para cazar a los denominados “predadores sexuales”.
Foley renunció a su curul, salió del clóset, confesó haber sido abusado sexualmente de niño por un cura, se internó en una clínica para luchar contra su alcoholismo, rechazó tajantemente haber tenido relaciones sexuales con menores y, por supuesto, pidió perdón.
Los demócratas están a punto del orgasmo político. No sólo los índices de aprobación de Bush y de sus colegas republicanos en el Congreso están por los suelos. Hoy el sexoescándalo de Foley es una poderosa arma para atacar a los republicanos donde más les duele, en el terreno de los “valores” y la moral.
El asunto Foley podría beneficiar a los candidatos demócratas en Florida y, mediante un spin efectivo, penetrar en las mentes de la base conservadora republicana. Hoy la cabeza del líder republicano en la Cámara de Representantes, quien conocía la existencia de los e-mails de Foley desde la primavera y no hizo nada, pende también de un hilo.
Tanto en EU como en México los sexoescándalos dominan la política. La diferencia es que allá el énfasis se pone en sancionar al inculpado, no en denuncias de espionaje, mientras que en México, los presuntos preciosos gobernadores, diputados, cardenales, curas, senadores y empresarios denuncian espionaje del Gobierno, guerras sucias y complós. Arropados detrás del fuero político, la sotana o el dinero, los presuntos criminales mexicanos hacen del sexo y la política un guión digno de Trey Parker y Matt Stone, los talentosos creadores de la serie South Park, y mientras, nosotros, cómplices espectadores de la podredumbre.
Profesor del ITAM
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