Aparentemente resueltas las dudas que sobrevinieron en un tercio de la opinión pública sobre la legalidad de las recientes elecciones federales, sólo un indeseado siniestro podría evitar que Felipe Calderón Hinojosa ocupara la histórica silla del presidente de la República en Palacio Nacional; ello, pese a las reiteradas amenazas públicas de los extremistas del PRD de impedir la toma de posesión o perpetrar su posterior defenestración del cargo para el que fue electo por mayoría de votos.
Joven, relativamente joven, va a llegar el político michoacano a la jefatura del Poder Ejecutivo Federal: Calderón tiene 44 años de edad. Francisco I. Madero, apóstol de la democracia y el general Lázaro Cárdenas del Río asumieron esa responsabilidad con menor edad, a los 38 y 39 años respectivamente. Luego, en 1988, Carlos Salinas de Gortari llegaría a ser presidente de la República con cuatro decenios a cuestas.
A los 39 años encabezó don Francisco I. Madero el movimiento revolucionario de 1910 contra la dictadura del temible general Porfirio Díaz, quien luego de las primeras escaramuzas antirreeleccionistas dimitió al cargo que detentó durante la última quinta parte del siglo XIX y el primer decenio de la centuria XX. Lázaro Cárdenas, por su parte, tenía 39 años al asumir en 1934 la primera magistratura del país y era cuatro años más viejo cuando decidió expropiar la industria petrolera. Salinas, por su parte, llegó a la Presidencia con 40 años de edad y andaba entre los 42 y 46 al momento de cabildear con Estados Unidos y Canadá para injertar a México en el mercado global.
Pienso que Felipe Calderón desea poner lo mejor de sí mismo en el empeño conquistado, así que parecería ocioso e imprudente tratar de aconsejarlo. Sin embargo, no resisto la tentación de trasladarle el texto que narra un episodio socrático que alguien me hizo llegar cuando iniciaba mi actividad en el quehacer público de Coahuila; creo, sin embargo, que el presidente electo no va a disponer de tiempo, oportunidad o ganas de leer los renglones que mal pergeña este modesto periodista de provincia.
En fin, veamos: Sócrates habló: “Dime, Euthydemus, ¿has ido alguna vez a Delfos? ¿Observaste lo que escribió Quilón de Esparta en la pared del templo? Dice así: Nosce te ípsum ¡Conócete a ti mismo! ¿No tuviste algún pensamiento ante esta inscripción? ¿O hiciste caso de ella y trataste de examinarte para averiguar cuál es tu naturaleza?”.
Después del leer el texto corrí el lápiz al margen del párrafo para anotar lo siguiente: Conócete a ti mismo es un mandamiento de cuatro palabras que todo ser humano debería grabar en su corazón; pero como eso no es posible, quizá fuera útil que los gobernantes lo aprendieran e hicieran, reflexionaran sobre su enseñanza a quienes lo van a acompañar en el trabajo. Propongo, por ejemplo, que la imperativa frase se inscriba en los pórticos de las instancias del poder público y bajo el arco principal de cada escuela de educación básica, media, tecnológica y universitaria.
Un magistrado de las Cortes de Justicia debería pensar, antes de protestar la noble tarea de impartirla, si se encuentra preparado para asumir con sabiduría y ecuanimidad esa grave responsabilidad. Alguien que aspirara a ser representante popular meditaría, al leer la frase, si posee el discernimiento necesario para legislar lo que el pueblo demanda o requiere y no aprobar con simpleza de espíritu cualquier asunto inconveniente que el poderoso jefe del Poder Ejecutivo le someta, por estar seguro de contar con su complacencia. Y un presidente municipal podría dirigir mejor el destino de la parcela social puesta a su cuidado si previamente revisara sus conocimientos, aptitud y vocación de servicio para la tarea de procurar el bienestar, la seguridad y la felicidad de un pueblo.
¿Sabrá el estudiante de medicina si cuenta con la indispensable fortaleza de ánimo para emprender una profesión que reclama una máxima entrega y toda la devoción posible?... ¿Quien buscó destacar en el foro judicial como abogado de causas difíciles y desesperadas habrá pensado previamente en la abnegación que requiere dedicarse en cuerpo y alma a apoyar a los desvalidos de justicia?.. Y un profesor... ¿decidió servir en la docencia por una auténtica vocación o simplemente porque pensó que era la carrera más corta, más a la mano o la más barata?.. ¿Los periodistas trajinamos en lo consuetudinario porque no resistimos el impulso vocacional o porque anhelamos reconocimiento y prebendas que no podríamos obtener en otros oficios?
Para llegar a Ser, hay que conocerse a sí mismo y aceptarse tal cual, o superarse. Para mejor Ser habría que conocerse a fondo y reconocer, además, las propias limitaciones. Si todos conociéramos y calculáramos nuestro carácter, alcances y limitaciones, tal como recomendaba Sócrates, todos estaríamos mejor y las sociedades humanas serían más justas y equitativas.
Cuando rescaté las reflexiones anteriores pensé que seguramente Felipe Calderón Hinojosa ya conocería la frase de Quilón que las inspiró; mas ignoro si habrá leído otra frase de las muchas que los filósofos griegos escribieron en uno de los muros del templo de Delfos, ésta atribuida a Pitaco de Metilene: “Lo que vas a hacer no lo digas”, sentencia puntual y oportuna para el político que va a desempeñar una responsabilidad tan grande como la República Mexicana. Si Pitaco recomendaba: “Nunca digas lo que vas a hacer”, aún podríamos agregarle: ¡Piénsalo dos veces pero hazlo, simplemente!...