Fueron más los ríos de tinta y saliva invertidos en los comentarios mediáticos, que lo que realmente sucedió en San Lázaro.
Una vez más se cumplió lo que solía decir Winston Churchill: ?Me pasé la mitad de mi vida preocupado por cosas que nunca sucedieron?.
Gran parte del pueblo mexicano estuvo estos días en vilo, angustiado por lo que pudiera suceder el día de ayer y a la hora buena, y para bien, la bomba que se pensaba estallaría en el recinto del Congreso se convirtió en una pompa de jabón que se desvaneció en unos cuantos minutos.
Claro está que Andrés Manuel López Obrador, había ya aceptado, a sugerencia de sus asesores más conspicuos, que ir más allá de donde habían llegado era un suicidio político. De todas formas, dejaron al PRD boqueando.
Nos alegramos por ello, pues México no se merecía el espectáculo que dieron muchos de los diputados en los días finales de noviembre.
Contra lo que se pueda alegar, las instancias electorales habían dicho ya la última palabra y ahí no quedaba de otra que ceñirse al dictado de las instituciones.
No existe otra forma de vivir en sociedad.
El ahora presidente, Felipe Calderón, fue mesurado y prudente. Nunca atacó ni denigró. Pero se mantuvo en una firme posición y con mucho temple cumplió con su obligación constitucional.
En escasísimos tres minutos se despachó la protesta de ley y comenzó a ejercer sus funciones como jefe del Ejecutivo federal.
Sólo hubo un momento en que pensé que la ceremonia no se llevaría al cabo por falta de quórum. Fue precisamente cuando diputados perredistas trataron de impedir que los priistas ingresaran al recinto.
Pero una vez que ingresaron éstos ondeando pequeñas banderas nacionales consideré que lo demás pasaba a un segundo término, como así fue.
¡Qué forma de los radicales del PRD de echar por la borda un importante capital político!
Nunca como ahora, bien se ha dicho, habían ganado tanto. Pero se entregaron en brazos del coraje e hicieron su rabieta y acabaron por dilapidar gran parte de lo mucho que habían ganado.
Es cierto. Esto aún no termina. Les quedan diputados y senadores al través de los cuales darán guerra en el Congreso.
Pero ante la mayoría del pueblo perdieron la credibilidad que habían conquistado.
Podríamos decir que en este país es más seria la lucha libre que las bravuconerías de los perredistas belicosos. Cuando menos en aquel espectáculo los lances y costalazos son de adeveras.
Todas las habladas que habían lanzado se vinieron abajo cuando se les pusieron enfrente los del Estado Mayor. Es más, el general secretario de la Defensa, Guillermo Galván Galván, con su puro rostro tuvo para que nadie osara encararlo.
La gente que quería ver correr la sangre por la alfombra del recinto legislativo, se quedó con un palmo de narices. Así es el pueblo. Primero se preocupa porque el presidente no pueda tomar posesión y luego abuchea el que no haya habido una batalla campal.
Somos un pueblo de incongruentes. Porque al final de cuentas, los costos que tendríamos que pagar por ver enfrentamientos de esa naturaleza son muy altos. No valen la pena.
Lo que sea de cada mariachi o diputado, todos permanecieron calladitos mientras se entonaba el Himno Nacional.
Sin duda alguna, el Estado Mayor realizó una limpia operación para posibilitar que Calderón rindiera la protesta prevista en la Constitución.
Todas las especulaciones jurídicas salieron sobrando. Incluidas las de quien esto escribe. Aunque todavía en la madrugada del viernes, cuando vi que Calderón les tomó la protesta a algunos de los nuevos secretarios, me pregunté: ¿Será válido que lo haga sin haberla rendido él? No se me quita lo legalista.
Para que no me quedaran dudas, ayer por la mañana lo volvió a hacer en el evento del auditorio nacional.
Mención aparte ameritará el discurso que ahí pronunció. Sin conocerlo al detalle, me pareció bueno.
Pero en fin. Como dicen por ahí. Después de lo que vimos en San Lázaro, no queda duda que el cargo de diputado dura tres años... y la vergüenza toda la vida.