Todos los días recibo en mi correo electrónico personal, de dos a tres mensajes en contra de Andrés Manuel López Obrador.
En ellos se manejan distintas ideas, pero con un mismo denominador: El temor a que llegue a la Presidencia.
Supongo que arreciarán después de la visita que el jueves pasado hizo a La Laguna y en cuyo evento central se reunieron en el lecho seco del río Nazas alrededor de cuarenta mil personas (según datos de El Siglo de Torreón). Esta concentración va a alarmar más a los alarmistas.
La única concentración parecida a ésta, que yo recuerde, fue la que se realizó en 88 con motivo de la visita de Cuauhtémoc Cárdenas, cuando andaba en campaña.
No son las mismas condiciones, por la que dudo que López Obrador pueda lograr en nuestra Comarca tantos votos como los que, proporcionalmente, alcanzó en aquel año el ahora llamado líder moral del PRD.
Y de ahí para abajo. Porque en Coahuila el partido del Sol Azteca se encuentra muy dividido y desalentado por la forma en que se repartieron las candidaturas a las senadurías y diputaciones.
Sin embargo, la cantidad de votos que aquí se obtenga vendrá a sumarse a la que se alcance en otras partes del país y es bien sabido que Andrés Manuel puede levantarse con el triunfo y llegar a la Presidencia a pesar de lo que sostengan sus detractores.
Aún más. En este orden de ideas, es dable considerar que Roberto Madrazo podría resultar triunfador si como está sucediendo muchos electores libres se desencantan de López Obrador y Calderón por los pleitos que éstos están escenificando.
La gente está harta de las confrontaciones, pleitos y descalificaciones, por lo que entre los ciudadanos sin partido se está generando la impresión de que ninguno de estos dos sería capaz de concretar un gran acuerdo nacional para darle rumbo y sentido al país.
Porque además, Madrazo ya declaró enfáticamente que respetará el resultado de la elección y no lo impugnará. Lo que no han hecho los otros candidatos.
En una verdadera democracia todo puede suceder y la incertidumbre de quién ganará la elección, es parte de las reglas de ese juego.
Sin embargo, no hay por qué temer a que llegue a la Presidencia López Obrador.
Primero: Porque en la democracia manda la mayoría; y si la mayoría dice que él debe ser, todos tenemos que sujetarnos a esa voluntad.
Segundo: Porque este es un país de instituciones sólidas y a ningún presidente, por más popular que fuera, le resultaría fácil violentarlas.
Tercero: Porque casi con seguridad el Congreso federal quedará dividido y se requeriría de una mayoría calificada para realizar cambios de fondo. Esa mayoría parlamentaria sólo se puede lograr en base a consensos y si éstos no se construyen realmente, nada se podrá hacer. Y cuando decimos que “nada” nos referimos no sólo a pretensiones caprichosas, sino lo que es peor, a reformas necesarias para el desarrollo del país.
Cuarto: Porque no es válido ahora que, quienes hicieron más fuerte a López Obrador, por atacarlo tanto, se quejen en estos momentos de ¡cuánto ha crecido! En efecto, es bien sabido que, en política, golpe que no mata fortalece y a Andrés Manuel sus enemigos lo golpean sistemáticamente y después de cada golpe queda más fortalecido.
Es también lo que pasa con los famosos correos en su contra, pues cada uno de ellos hace presente al tabasqueño y le da, quiérase que no, difusión a su figura. No en balde se afirma que “lo peor que le puedes hacer a un político es ignorarlo”.
O dicho en términos de Salvador Dalí, a quien sus críticos atacaban frecuentemente: “Que hablen, Aunque sea bien, pero que hablen”. Y lo decía así, porque lo común es que se hable mal.
En una democracia lo importante es que la ciudadanía vote mayoritariamente. Que no sea una minoría la que emita su sufragio; pues si así sucede, terminará decidiendo una pequeña minoría dentro de la minoría y eso es lo peor que le puede pasar a un sistema electoral.
Que si gana uno u otro, eso no importa tanto, si se logra que las distintas fuerzas políticas participen en un esfuerzo de Gobierno.
Claro está que aquellos que gozan de privilegios, prebendas y canonjías; los que están acostumbrados a ganar mucho dinero y no pagar impuestos; los que quieren que nada cambie, que todo siga igual; los que acostumbran vivir del poder sin justificar un trabajo y los que hacen negocios traficando influencias. Ésos sí temen que las cosas puedan ya no ser como antes.
A todos ellos simplemente les diremos que, en el México de aquí y ahora, esas cosas no pueden seguir independientemente de quién gane la próxima elección.
Por tanto, a lo que deben temer es a la verdadera democracia y no a una persona en particular.
Pero a quienes el dinero los enferma y envilece; a los que sólo piensan en ellos y en nadie más; ésos no entienden de democracia y menos de valores republicanos.
Ésos nunca van a cambiar.