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¿Sindicalismo democrático?

Juan de la Borbolla R.

Uno de los enclaves que aún quedan de ese México bronco, autoritario, corporativista y corrupto es el que se mantiene en algunos sindicatos que han permanecido como feudos patrimonialistas de personas, familias o grupos que acumulan un poder, una riqueza y un lujo impresionantes, mientras que los trabajadores a quienes pretendieran defender viven en la miseria y en condiciones de trabajo propias de la época del capitalismo manchesteriano más crudo.

Este sindicalismo más preocupado por la actuación política partidista principalmente en el PRI aunque en últimos tiempos también en el PRD, que en la defensa auténtica de los derechos laborales de trabajadores a quienes pretendidamente debieran representar, han tenido en personajes de antaño como Luis Napoleón Morones, Vicente Lombardo Toledano, Fidel Velázuez Sánchez o Leonardo Rodríguez Alcaine leales aliados del poder gubernamental de sus respectivas épocas, para conseguir el control político a través de la dócil subordinación del poder sindical centralizado.

Con los cambios de época de las últimas décadas se erigió el llamado sindicalismo independiente, también autodenominado por ellos como sindicalismo democrático, siguiendo las misma tácticas del popularmente llamado sindicalismo charro o incondicional con el grupo político en el poder.

El referido sindicalismo democrático se ha distinguido por sus posiciones pro socialistas o incluso promarxistas, su desmarcación respecto de las por ellos consideradas como oficialistas y por su propensión a crear mucho alboroto a través de multitudinarias manifestaciones con toma de lugares públicos y con la amenaza constante de organizar paros nacionales de labores que desquiciarían la vida económica nacional, haciendo causa común con cualquier situación de pretendida injusticia social que ellos califiquen como tal.

Ante la enérgica acción de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social y de la Procuraduría General de la República contra uno de esos feudos de poder, el que Napoleón Gómez Urrutia heredara inclusive patrimonialista de su señor padre: el Sindicato de Mineros Metalúrgicos de la República Mexicana, se ha producido la reacción de quienes se autopostulan como sindicalistas democráticos, formulando la afirmación de que se ha montado una “escalada del Gobierno Federal contra el sindicalismo democrático”, luego que el hasta hace unos días dirigente del sindicato minero, fuera desconocido por la Secretaría del Trabajo como líder de ese gremio e investigado por la PGR por un probable desvío de 55 millones de dólares de un convenio que Grupo México suscribió con el Gobierno Federal durante la privatización de las mineras Mexicana de Cananea y Mexicana de Cobre en 1989 y 1990 para ser entregados a los trabajadores sindicalizados.

Los dirigentes Francisco Hernández Juárez (telefonistas), Roberto Vega Galina (IMSS), Agustín Rodríguez (STUNAM) y Martín Esparza (electricistas) afirmaron que la acción de la autoridad laboral de “imponer” a un “seudolíder” y quitar a otro, es algo que no se puede permitir. Por ello exigen la destitución inmediata del secretario del Trabajo Francisco Javier Salazar, amenazando con un paro nacional de 24 horas si el presidente Fox no acata esa orden dada por los “democráticos”, paro que tendría consecuencias nefastas en estos -ya de por sí- difíciles tiempos preelectorales.

Murió el carnicero

de los Balcanes

Slovodan Milosevic murió el pasado 11 del presente mes en una celda del Tribunal Internacional de Justicia en la Haya en Holanda a los 64 años de edad.

Murió como vivió, en medio de una polémica en torno a las posibles causas de su muerte, no confiables para unos cuantos de sus fieles seguidores quienes mantienen la postura del complot, el atentado, el suicidio, o de la falta de una debida atención médica, mientras que el parte oficial después de la autopsia habla de un infarto masivo.

Murió como vivió, suscitando odios y amores apasionados en sus detractores y enemigos y en sus seguidores que durante lustros se enfrentaron en una guerra sin cuartel en plena Europa; guerra en la que se desataron las más oprobiosas profanaciones a la dignidad humana.

El perfil de ese líder nefasto de pleno siglo XX europeo marcó el rumbo de la antigua Yugoslavia en los finales del siglo más sangriento de la historia mundial: “No conozco a nadie que mienta con tanta desenvoltura y sangre fría”, comentó en más de una ocasión el ex embajador de Estados Unidos en Belgrado Warren Zimmermann, tratando de describir al hombre que provocó la desintegración de Yugoslavia a sangre y fuego, que permitió un retroceso de siglos en Serbia y que se aferró al poder con las características de un maniático.

Nacido en 1941 en Pozarevac, en Serbia, Slovodan Milosevic -más conocido como ‘Slovo’- forjó su carrera mediante la manipulación, las mentiras y una silenciosa pero desmedida ambición de poder.

Tras culminar sus estudios de Derecho, su mentor político, profesor y presidente de la República Serbia en la década de los ochenta, Ivan Stambolic, le impulsó al Partido Comunista de Yugoslavia, destituyendo Slovo a su mentor poco tiempo después. Ya desde principios de los noventa, el populista comunista se ganó el apodo del “Carnicero de los Balcanes”, iniciando la sangrienta desintegración de Yugoslavia y provocó durante tres años la llamada limpieza étnica con 250 mil civiles muertos, miles de desaparecidos y violaciones consumadas con un odio étnico impresionante.

Dicen quienes le conocían que carecía de amigos desde su infancia, que tenía un incomprensible concepto de la vida humana -sus padres se suicidaron cuando era un adolescente- y que su esposa, Mirjana, era la verdadera estratega de los genocidios.

El mismo pueblo que lo ensalzó lo derrocó. El cinco de octubre de 2000, perdió en las urnas, pero él se negó a aceptarlo. La respuesta popular fue clara y contundente. Miles de personas asaltaron el Parlamento y le prendieron fuego. Vojislav Kostunica subió al poder.

Ocho meses después el nuevo Gobierno yugoslavo decidió, a cambio de ayudas económicas de occidente, entregar a Slovo al Tribunal Internacional para los crímenes de la antigua Yugoslavia. El 29 de junio de 2001, Milosevic ya dormía en una celda de La Haya.

Desde entonces y hasta su muerte, estuvo sometido a un juicio que finalmente no tuvo veredicto legal, pero sí la sentencia de la opinión pública duramente polémica hasta después de su muerte.

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