En nuestra anterior entrega comentábamos sobre un tema que es fundamental para que el país marche en todos los aspectos; entre ellos desde luego la vida económica, ámbito donde se genera la riqueza, requisito necesario, pero no suficiente, para el bienestar. Nos referíamos a la gobernabilidad, un asunto que cualesquiera que sean el próximo titular del Ejecutivo y los representantes en el Congreso deberán tener muy presente.
Esta es una cuestión que actualmente debe pasar por el replanteamiento del pacto social, y dentro de ello por la forma de gobierno. Como se sabe, el largo periodo de régimen priísta oculto la necesidad teórica y práctica de plantearse el problema de la gobernabilidad, porque ésta existía. Pero de lo que ahora se trata es de configurar el escenario de una gobernabilidad democrática que es, por decirlo así, de un grado superior, y a esa nos referimos desde luego. A partir de 1997 cuando el PRI pierde la mayoría absoluta en el Congreso se comienza a hablar del gobierno dividido y las dificultades que este hecho implicaría para el procesamiento del trabajo legislativo. En el 2000, aunque mantiene la mayoría legislativa, pierde el Ejecutivo y entonces la figura de la ingobernabilidad comienza a tomar mejor forma; ya para este 2006 está totalmente nítida, sobretodo en un escenario de un virtual empate técnico en las elecciones presidenciales, de cámaras legislativas sin mayorías partidarias, y de polarización social y política.
Ya meses antes de las elecciones, ante lo cerrado de los resultados que presagiaban las encuestas, comenzó a circular la idea de la necesidad de un gobierno de coalición, la cual permaneció y ahora comienza a crecer entre ex candidatos presidenciales, funcionarios públicos y analistas en general. Por cierto, el todavía candidato presidencial, Felipe Calderón, recién que transcurrió la jornada electoral mencionó la intención de formar un gobierno de coalición. Después de la determinación del TEPJF veremos si mantiene esta intención.
Dadas las circunstancias, la idea de un gobierno de coalición podría parecer ser una especulación teórica, o un buen deseo, si tomamos en cuenta los supuestos y las condiciones que una figura de este tipo implica en los países en donde ya existe. En efecto, como sabemos, por mencionar algunos ejemplos, en Alemania y en Nueva Zelanda se han formado gobiernos de coalición, tanto para llevar a cabo las funciones ejecutivas, como legislativas, de acuerdo a un programa acordado. Por cierto, se trata de países con sociedades más homogéneas, menos desiguales y en donde los valores de la democracia y los derechos humanos están más interiorizados en las esferas del poder y entre la población en general. Es una figura que se da mejor en sistemas de gobierno parlamentarios. Pero bueno, no sería la primera vez que en este país las ideas se meten a contrapelo de la realidad política, social e histórica. Luego viene el proceso accidentado de adaptación, como el que estamos viviendo con nuestra democracia.
Así pues, la idea de una coalición de gobierno parece imponerse como una necesidad para el país, además sería mucho más sano que aspirar a mayorías artificiales con la pretensión de ganarlo todo y los perdedores nada. Pero el trabajo de construir coaliciones de gobierno, para el Ejecutivo y el Legislativo, necesariamente debe pasar por la búsqueda de coincidencias programáticas (quizá ideológicas sea demasiado pedir) para que tenga sustancia y no sea una figura sin sustento.
Pongamos un ejemplo en donde se tendría que ver cristalizada la coalición, nada menos que la política económica, el modelo económico que se ha aplicado por más de veinte años. Todos están de acuerdo en la necesidad de las reformas que necesita el país, un gobierno de coalición, de auténtico, genuino y consecuente, tendría que discutir la naturaleza, el contenido y el sentido de las transformaciones; de manera que los muy particulares puntos de vista e intereses, hasta los dogmas, que mantiene cada una de las partes estarían en juego. Desde luego, lo que debería prevalecer es el interés de la mayoría de la población, o por lo menos la equidad en la repartición de las cargas. ¿Alcanzarán la voluntad política, la tolerancia y la generosidad para esto? La necesidad misma de explorar las posibilidades de formar una coalición para la gobernabilidad del país sugiere que efectivamente hay una división, lo cual no debe espantarnos ya que en una sociedad plural coexisten diferentes intereses (más en una tan desigual como la nuestra), y que visiones quizás interesadas pretenden negar. Lo que definitivamente si debe preocuparnos es nuestra incapacidad congénita por llegar a acuerdos en lo básico para procesar las diferencias, ¿luego entonces para que sirve la política?, ¿para que nos sirve la democracia?, ¿para que gastamos tanto dinero en esto pues? Hay tareas, y muy urgentes.
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