Por cómo corre la campaña y más allá del simple ejercicio de renovar los poderes Ejecutivo y Legislativo, la ciudadanía tiene frente a sí una importantísima decisión el próximo dos de julio: elegir, en un solo acto, el modelo de desarrollo económico y el modelo de desarrollo político que podría marcar, por años, el porvenir de la República. Lo curioso del asunto es que, por lo pronto, la llave de ese juego está en manos del candidato tricolor, Roberto Madrazo. De su desempeño en el debate y luego, en el sprint final de la carrera presidencial, dependerá el curso que pueda seguir cuando menos el modelo de desarrollo político.
Si Roberto Madrazo no se posiciona como un auténtico competidor en la contienda, el régimen plural de partidos podría convertirse en uno de carácter bipartidista. Aquél donde el priismo o los priismos tendrían que encontrar su nuevo espacio de expresión y participación en el panismo o el perredismo. De ahí que, si Roberto Madrazo no logra cambiar la percepción de que no compite en la elección presidencial, abrirá la puerta al voto útil de origen tricolor.
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En el afán de asegurar el control del partido tricolor para emplearlo como su personal plataforma de lanzamiento a la candidatura presidencial, Roberto Madrazo desatendió la crisis que el priismo arrastra desde hace años. Esa crisis -como lo define un cuadro priista de peso- se resume en la combinación de la pérdida de identidad, gobernabilidad y credibilidad que afecta a esa formación política.
El descuadramiento político e ideológico que Carlos Salinas de Gortari provocó a su partido quedó irresuelto desde entonces. El espacio donde cohabitaban nacionalistas-revolucionarios y neoliberales no encontró solución a lo largo del zedillismo y entonces, los priistas perdieron su identidad. No eran ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. El partido tricolor perdió su identidad y luego, la derrota de 2000 lo llevó a la crisis de gobernabilidad. Si el PRI no supo replantearse ideológicamente, menos supo estructurar lo que debió ser su nuevo Gobierno luego que el jefe nato del partido -el presidente de la República- desapareció del horizonte tricolor.
Algunos priistas no quisieron y algunos priistas no pudieron abrir y resolver el debate sobre la crisis de identidad que les dejaron por herencia el autoritarismo salinista y la apertura económica y así, menos pudieron ensayar nuevas formas de gobierno de su propia organización. La falta de credibilidad del partido tricolor fue la consecuencia natural de las crisis de identidad y gobernabilidad. De los distintos enclaves de poder que conservaba y conserva el priismo hicieron islas sin llegar a constituir un archipiélago.
No pudo el priismo coordinar el carácter multipolar de su poder y de ahí, pasó a la política del agandalle. Dirigencia partidista, coordinaciones parlamentarias, gobernadores actuaban de manera pragmática sin darle cohesión y coordinación a su movimiento y a sus decisiones. De a poco, el PRI fue dejando de ser un espacio de cohabitación de las distintas corrientes que lo integraban. De aquel histórico frente no quedó ni la fachada.
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Roberto Madrazo y su grupo creyeron que esa confusión era un regalo a su ambición. Lo fue, pero era un regalo envenenado. Sin identidad, Gobierno ni credibilidad, el madracismo creyó que el control de la estructura del partido garantizaba su sobrevivencia y hegemonía. Lo que no calculó ese grupo fue que el carácter bipolar de esta elección, combinada con su triple crisis, terminaría por -valga la expresión- partir al partido.
Sin espacio para debatir hacia dentro del propio partido qué debería ser el PRI en la nueva circunstancia económica -apertura económica y globalización- y en la nueva circunstancia política -un partido nacido desde el poder presidencial exacerbado, pero expulsado precisamente de ese poder-, el priismo, o los priismos, según se quiera ver, fue practicando un panismo o un perredismo vergonzante hasta llegar al lugar donde se encuentra.
El priismo a veces se presentaba como un partido opositor, a veces como un partido cogobernante, a veces como un partido en vías de recuperación del poder. Era las tres cosas y ninguna. Y en el colmo de la ilusión, el espejismo de la elección de 2003 -recuperación en el Congreso y el fracaso del foxismo- les hizo creer que, pese a sus crisis combinadas, la inercia los recolocaría en el Ejecutivo manteniendo su presencia en el Congreso como en las gubernaturas.
El paraíso se le desfiguró a Madrazo. La realidad es otra. Roberto Madrazo soslayó el cambio estructural que exigía su partido y luego, ya en campaña, dejó de hacer oportunamente los cambios y ajustes que exigía la coyuntura electoral. Ahora, a contrarreloj está obligado a insertarse en la competencia por la Presidencia de la República o asumir en toda la línea la derrota. La derrota en la aspiración de ocupar el Poder Ejecutivo y la derrota que podría desmadejar en dos a su partido, dejando para el tres de julio la disputa por los restos del naufragio tricolor.
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Los signos que advierten de la probabilidad de que el país reinaugure un régimen bipartidista son evidentes. La sola posibilidad de que Andrés Manuel López Obrador compitiera por la Presidencia de la República hizo que un sector del priismo se afiliara, acercara o se cargara a favor de la idea. Hubo, desde luego, quienes de tiempo atrás tomaron esa decisión, hubo otros que cuando vieron la probabilidad del triunfo se acercaron y luego, cuando el candidato se perfilaba como el seguro ganador, vino la cargada.
Distintas personalidades del PRI pasaron a formar filas con el perredismo. Luego, cuando Felipe Calderón consiguió efímeramente encabezar las preferencias, otro grupo de priistas salió a manifestar simpatía, apoyo o interés en la candidatura albiazul. Por el tiempo que le tomó a Calderón perfilarse como un auténtico competidor, los priistas que se sumaron formal e informalmente a su candidatura cometieron un grave error. Unos quedaron como auténticos oportunistas en busca de una posición política y otros, por equivocarse en el timing de su decisión, se autoeliminaron como operadores funcionales del Gobierno calderonista si, finalmente, el michoacano se levanta con el triunfo. La realidad ahí está. Abierta o calladamente, una porción importante de la élite priista decidió tomar partido... pero en las filas del panismo o el perredismo.
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Desde esa perspectiva, Roberto Madrazo tiene escasamente un mes para colarse en la contienda electoral que podría dejar por escenario un régimen tripartidista o colarse en la criba política que podría arrojar por escenario un régimen bipartidista. Decir que tiene un mes es un decir. Madrazo tiene apenas un par de semanas para mandar señales de su destino personal y del partido que se apropió. Si esa señal no es la de su inserción en la competencia, aquella crisis de identidad, gobernabilidad y credibilidad pasará a una fase terminal. La de la desintegración de una fuerza con importantes enclaves de poder pero sin posibilidades de articulación. El siglo XIX podría, entonces, representarse ante nosotros: conservadores y liberales en disputa por el poder, no exentos de la tentación de fracturar al país.