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Sobreaviso/El mal de Madrazo

René Delgado

La enfermedad de Roberto Madrazo se llama indecisión. Mientras el tabasqueño no decida qué quiere ser -candidato presidencial, coordinador de campaña o presidente del PRI- y se asuma como tal, difícilmente llegará a donde quiere ir. Por lo pronto, Madrazo dirige sus pasos a ningún lugar. Es candidato, dirigente y coordinador, todo eso y nada a la vez... Eso sí, no es un competidor por la Presidencia de la República.

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El mal que aqueja a Roberto Madrazo no es nuevo ni extraordinario. Otros candidatos presidenciales del tricolor también lo sufrieron, pero aplicaron el remedio indicado: deslindes, definiciones y decisiones. Lo sufrieron manifiestamente Luis Echeverría y Luis Donaldo Colosio. No José López Portillo porque su campaña fue, en realidad, un desfile. Tampoco Miguel de la Madrid que apenas tuvo dos sobresaltos: uno, el día de su nominación con la confusión de si el candidato era él o Sergio García Ramírez; y, otro, al arranque de la campaña, cuando el dirigente priista Javier García Paniagua se rebeló y se le bajó de un helicóptero. Ernesto Zedillo se salvó del mal, él fue el remedio. Carlos Salinas también lo sufrió, pero en grado menor. Al explicar cómo Luis Donaldo Colosio se deslindó de él, el propio Salinas de Gortari señala como algo común el deslinde del candidato del presidente en turno e, incluso, cuenta que él se deslindó de Miguel de la Madrid, en enero de 1988.

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Volviendo al caso de quienes sufrieron el mal, el de Luis Echeverría fue sin duda el más delicado. Gustavo Díaz Ordaz y Alfonso Martínez Domínguez sí llegaron a plantearse el relevo de esa candidatura. Sin embargo, Echeverría se echó para adelante. Pronunció aquel discurso en la Universidad Nicolaíta, donde marcó distancia frente al diazordacismo, untó los bálsamos necesarios al propio Díaz Ordaz y, luego, prosiguió su campaña. Luis Donaldo Colosio aplicó tardíamente el remedio. Carlos Salinas lo dañó de muy distintas maneras pero, sobre todo, con aquel “no se hagan bolas” y, aun cuando en el discurso del seis de marzo de 1994 Colosio marcó su distancia, la bala que segó su vida le impidió ver el efecto. Igual que Echeverría, Colosio se deslindó en público de Salinas pero, en privado, le mandó un mensaje al mandatario atenuando el rompimiento. Es más, reservó un Château Laffite Rothschild 1982 para descorcharlo con Salinas, pero esa botella nunca se abrió.

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La diferencia entre aquellos males y el que ahora aqueja a Roberto Madrazo es que quienes lo sufrieron tenían muy claro de quién y cómo deslindarse. Madrazo no. El dominio político tricolor y el presidencialismo todopoderoso establecía de quién había que marcar distancia. El primer priista de la nación no existe más y, entonces, el tabasqueño no tiene claro de quién y cómo deslindarse. Y en su confusión, ha hecho lo contrario. En vez de deslindarse de quienes tendría que hacerlo, los incorpora a su campaña aunque nada tengan que hacer ahí. Parte de un espejismo: si sus adversarios internos encuentran espacio en la campaña, la unidad y la cohesión del tricolor es automática. Falso.

Creyendo sumar, Madrazo resta. El tabasqueño ha hecho de la teoría del muégano una estrategia. No importa que no embonen las piezas, la cosa es que estén pegadas. Y, así, Madrazo se abraza con quien antes se apuñalaba. Da entrada a quien quería expulsar. Jura lealtad con quien comparte un juego de traiciones. Se fotografía con quien no debería aparecer. Así Madrazo se debilita, no se fortalece.

En vez de perfilar su figura, la desfigura. En su lógica, todos los priistas caben en la campaña y la realidad es evidente: no todos caben en ella. Con esa indefinición, Madrazo da muestras de una terrible indecisión.

El juego de apariencias en nada beneficia a Madrazo, pero insiste en él. Y la misma idea la ha llevado a la coordinación de la campaña. A la campaña de Madrazo la coordinan todos y ninguno. La coordina la Alianza, la dirección del partido, los operadores del candidato, o sea, nadie. Ni siquiera el propio Madrazo que, de pronto, ni es candidato, ni es coordinador de campaña, ni dirigente partidista. Cuestión de ver el número de coordinadores nacionales, regionales... hasta seis portavoces tiene, además de dos coordinadores de prensa con diferente nombre pero que no hacen uno. Están todos y ninguno. Madrazo sigue haciendo campaña hacia dentro y no hacia fuera del PRI y, así, no se concursa en una elección nacional y mucho menos se gana.

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A Madrazo le queda poco tiempo para definirse y tomar su decisión. El calendario de su propio partido y el electoral, lo ponen contra la pared. Marzo es clave para el tabasqueño. En marzo tendrá que renovarse la dirección del partido y definirse las candidaturas a las diputaciones así como perfilar las del Senado para presentarlas en abril. Si para ese entonces Madrazo no manda una señal clara de que tiene con qué controlar al partido y con qué competir en la elección presidencial, el tabasqueño culminará su carrera política con una brillosísima medalla de bronce. Quería ser candidato, lo logró y ahí quedó: en distinguido tercer lugar. Si este mes Madrazo no prepara la salida de Mariano Palacios Alcocer bajo el claro reconocimiento de que su llegada a la presidencia del PRI fue producto de una negociación con Arturo Montiel (que hoy no tiene ninguna validez), el tabasqueño ya puede declararse derrotado. Ni el voto duro tricolor lo va a reconocer como el político firme y decidido que dice ser. Además, si ese relevo no se realiza, el PRI podría afrontar un apuro legal: la reelección de Palacios Alcocer no tiene justificación en los estatutos del tricolor. En esa posición, Madrazo tendría que colocar a un político ambidiestro. Con una mano dura y una mano suave. Hábil en la negociación, firme en la decisión. Capaz de romper huesos y colocar férulas. Alguien con la capacidad de frenar la política de reconciliación fatal que Madrazo desarrolla. Alguien capaz de gobernar al PRI para sacar la campaña fuera del partido. Y, desde luego, con fuerza, inteligencia y experiencia para negociar las listas de los candidatos al Congreso. Justamente en esa estación de parada -la integración de las listas al Congreso-, Madrazo mandará su segunda señal. Si el tabasqueño da muestra de debilidad o envía a los porros que lo corean, las candidaturas serán precisamente para quienes sabotearán su campaña presidencial. Llegarán aquéllos, pero no Madrazo.

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La enfermedad que aqueja a Madrazo tiene remedio pero exige decisión y definición. El tabasqueño puede seguir en el juego de apariencias que ha montado, ilusionarse con la idea de que todos caben en el PRI y se suman contentos a su alrededor para apoyarlo. De ilusiones se vive un rato, pero nomás un rato. La suma de Madrazo es una resta. La unidad que promueve es un muégano reseco en extremo quebradizo. A Madrazo se le fue diciembre y parte de enero sin rehacer las alianzas que, verdaderamente, requiere al interior del PRI. Quemó ese tiempo, imaginando que abrazar y sumar a quien se dejara lo fortalecía. No es así. Corre febrero y viene marzo. Si Madrazo no se define ni toma decisiones su mal va a empeorar y, entonces sí, caerá “enfermo” sin remedio. ¿Qué quiere ser Madrazo?

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