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Sobreaviso/Elegir, no eliminar

René Delgado

Parece absurdo decirlo pero es preciso reponer el ring si, en verdad, se quiere disfrutar de la pelea. Si no se repone el enlonado y el encordado, ni se respetan los asaltos de tres minutos por uno de descanso y tampoco se castigan los golpes debajo de la cintura y los cabezazos, además de exigirle a la afición que no arroje objetos a los fajadores, la contienda electoral podrá ser cualquier cosa pero no un auténtico ejercicio democrático.

Los recursos empleados hasta ahora no reivindican la política, la denigran y alejan la posibilidad de consolidar la democracia. Afloran los expedientes y los videos negros. Se hurga en el arsenal de los delitos probables del adversario. Reina la descalificación. Se impone el escándalo sobre el argumento y, de paso, antes de dar oportunidad al debate de fondo, se reviven viejos dogmas como nuevas ideas. Desde luego, un pleito de cantina como ése puede tener algo de gracia pero lo cierto es que, en esta elección, el país se va a jugar algo más que la Presidencia de la República.

En el fondo, se juega el rumbo nacional. Por eso urge reponer el ring y aprovechar el reinicio de la campaña electoral para centrar y ordenar la contienda. Es hora de civilizar los términos en que se tomará una importante decisión, el dos de julio.

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A nadie escapa la idea de que, por los términos de la precampaña presidencial, el proceso electoral mexicano corre en dirección de la polarización política que, en el fondo, sacará a flote la polarización social. Los polos de ese proceso, los encarnan el perredista Andrés Manuel López Obrador y el panista Felipe Calderón. El priista Roberto Madrazo nada en la indefinición y, aunado a ello, la crisis por la que atraviesa su partido vulnera considerablemente sus posibilidades en el concurso electoral. Madrazo coronó -al precio de la fractura de su partido- su ambición de ser candidato pero, si no remonta su circunstancia, es imposible verlo como un auténtico competidor.

La propuesta de Felipe Calderón no está clara y, hasta ahora, ese candidato no ha dado color de qué pretende si, eventualmente, llega a la Presidencia de la República. Más nítido y definido en ello ha sido el perredista Andrés Manuel López Obrador y, justamente por eso, inquieta a “las buenas conciencias” que en busca de su descalificación lo quieren emparentar en automático con el venezolano Hugo Chávez y ahora con el boliviano Evo Morales.

Esas “buenas conciencias” dan por sentado que si se vulneran las posibilidades de López Obrador en el concurso electoral, el mal quedará resuelto: el fantasma del populismo desaparecerá de la faz del territorio mexicano y el país podrá continuar su ruta aunque no tenga muy claro el itinerario ni el destino.

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El problema de fincar en la sola figura de López Obrador la raíz del supuesto peligro del populismo es que deja de lado la sustancia que anima la popularidad del tabasqueño. El proyecto económico impulsado desde el delamadridismo hasta la fecha ha marginado brutalmente a amplios sectores de la población que no ven la hora en que el saneamiento de las finanzas públicas, el adelgazamiento del Estado, la apertura económica, el libre comercio y la globalización desembolse en ellos algo de los beneficios que, supuestamente, acarrearía. Ese proyecto no ha tenido un derrame generalizado y sí, en cambio, dejó trunca la reforma política y social que exigía su instrumentación. Ese malestar social nutre la popularidad lopezobradorista. El salinismo y el foxismo no se empeñaron en reequilibrar los factores económicos, políticos y sociales del proyecto impulsado a partir de los ochenta y, ahora, el candidato perredista cosecha ese descuido: es el emblema no necesariamente de lo que será sino de lo que podría ser.

Y la esperanza como la ilusión juegan en esa idea. La realidad es ésa pero, absurdamente, se está encarando de la peor manera: con la vista puesta en el pasado, no en el futuro y echando mano de herramientas propias de la demolición, no de la construcción política.

Como agregado, se está ignorando lo que ocurre en el subcontinente: con aciertos y errores, pero por la vía electoral y constitucional, se está corriendo a la izquierda.

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Las “buenas conciencias” y el mismo López Obrador se están complementando en el despropósito político que, sin querer -conviene entenderlo así- están armando. Las “buenas conciencias” intentan descalificar a López Obrador, a partir de dos ejes: exhibir el supuesto mal que podría significar su ascenso al poder, sin explicar el supuesto bien que ellos resguardan y sin focalizar su apoyo en otra opción verdaderamente alternativa. Vamos, denuncian sin anunciar. En ese punto, deberían urgir la propuesta de la candidatura de Felipe Calderón, porque se ve difícil que la sola resistencia al proyecto lopezobradorista constituya una opción.

La descalificación no es una propuesta. A su vez, el candidato perredista complementa esa actitud. Ignora o descalifica a las “buenas conciencias” y sus preocupaciones bajo la idea de que, así, no sólo no se contamina la pureza de su propuesta popular sino que se fortalece. Y, sin querer -conviene entenderlo así-, evade una realidad, una legalidad y unos compromisos nacionales e internacionales que no desaparecerán con el eventual triunfo de su candidatura. Se incurre de esa manera en un juego de eliminación que muy poco tiene que ver con la democracia. “Las buenas conciencias” y López Obrador coinciden absurdamente en eso: en convertir el concurso electoral en una lucha de eliminación. En fomentar la idea de que el juego es negro o blanco, de todo o nada. Y es claro que, así, no se construye una nación con vocación plural y democrática. En esas posturas es donde se pierde el ring de la contienda electoral y se abre la puerta a la polarización que no necesariamente encontrará solución en las urnas.

Se entiende desde luego que una campaña electoral subraye las diferencias entre los mexicanos, pero no que se plantee como un juego de eliminación, donde el ganador será quien sobreviva. Si esos vientos se siguen sembrando, ni sentido tiene pronosticar la tormenta por venir. Por eso, es preciso reubicar los términos de la contienda electoral.

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En el fondo, el país está frente a una oportunidad desconocida. Por primera vez, puede votar algo más que política. Puede votar economía y, por consecuencia, un sendero social y rumbo nacional. En 1988, el electorado vivió un fraude. En 1994, el electorado vivió el miedo. En 2000, vivió una alternancia política. En 2006, puede votar economía. Esa es la diferencia con otras elecciones presidenciales. Y no es una diferencia menor.

Por primera vez, el proyecto económico también se cifra en las urnas. Pero si de esa posibilidad se hace un supuesto parteaguas que, en su resultado, puede o no ignorar compromisos básicos de unidad nacional o lastres sociales que exigen urgente atención, la elección puede concluir en una disyuntiva que, sin duda, no se agotará el dos de julio. Por eso, ahora que reinicia la campaña electoral es preciso reponer el ring: recolocar la contienda en el sendero de la civilidad política. Sólo así se disfrutará de la pelea, de otro modo se sufrirá quién sabe por cuánto tiempo.

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