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Sobreaviso/Fox y su laberinto

René Delgado

Dos importantes cuerdas de la política -como son la diplomática y la de seguridad- se le están deshilando al presidente Vicente Fox. En cualquier momento y circunstancia rehacer el tramado es una tarea inmediata pero -en la coyuntura electoral- es obligado actuar más pronto que inmediatamente, de manera inteligente y cuidadosa. Si esas cuerdas se tensan más, su eventual chicotazo podría golpear el proceso electoral. Resulta increíble que frente a temas tan sensibles para Estados Unidos como migración, narcotráfico, violencia y seguridad, el presidente Fox diga una cosa, el canciller declare otra, el Ejército guarde silencio, la Procuraduría agregue confusión, mientras el portavoz presidencial contradice al mandatario o le pone palabras en su boca para después aclarar que no quiso decir lo que dijo.

*** Por su naturaleza toda contienda electoral subraya las diferencias entre los concursantes, no las coincidencias. Es parte consustancial de ese proceso. Ese juego, sin embargo, exige estabilidad en las otras esferas de la política para que el concurso electoral no impacte, más allá de lo tolerable, el curso del país. No puede darse un sano juego electoral, si no hay esa garantía por parte del Gobierno. Cuando no la hay, el juego electoral se complica. Las diferencias vulneran el mínimo de unidad que requiere una nación y, al final, se vulnera la condición del país. Cuando eso ocurre, la perinola política siempre deja arriba la cara donde todos pierden: el Gobierno saliente y el entrante, los partidos y los candidatos. El Gobierno de Vicente Fox está descuidando aquella obligación. La falta de coordinación en el diseño y la instrumentación de y entre las políticas exterior y de seguridad amenaza con golpear la estabilidad que exige el concurso electoral. El presidente de la República no está ofreciendo la garantía a la que está obligado y, peor todavía, está tentado por el afán no tanto de favorecer al candidato de su partido, Felipe Calderón, como de desfavorecer al candidato perredista, Andrés Manuel López Obrador. La desobligación y la tentación son un coctel en extremo peligroso.

*** Si bien el fracaso de la política exterior y de la política de seguridad responde a la falta de visión y diseño estructural que, desde su origen, afectó al Gobierno foxista, en ambos casos el problema se ve agravado por el uso preelectoral que el presidente Vicente Fox hizo de ellas. En el afán de impulsar la frustrada candidatura presidencial albiazul de Santiago Creel, Vicente Fox echó mano de posiciones y políticas de su Gobierno que nunca debió meter al juego preelectoral y, cuando tuvo la oportunidad de corregir, perdió o dejó pasar la oportunidad de hacerlo.

En agosto de 2004, cometió un grave error. Ante la salida de Alejandro Gertz de la Secretaría de Seguridad Pública, se reaccionó con infinita torpeza. Ahí estaba la posibilidad de replantear estructuralmente esa política. No se trataba simplemente de sustituir la plaza, sino de aprovechar la oportunidad para reagrupar en Gobernación tanto la inteligencia como la fuerza de la política de seguridad. Fox no vio, quiso o pudo aprovechar esa oportunidad. La perdió y además, perdió a un operador político, a Ramón Martín Huerta, que ya había superado la curva de aprendizaje en Gobernación. El natural sucesor de Santiago Creel, cuando éste se fuera de precandidato, fue desperdiciado en la Secretaría de Seguridad Pública. No acababa de tomar posesión el nuevo secretario, cuando el deterioro de esa política hizo crisis.

No había control sobre los penales de alta seguridad, no había capacidad de respuesta frente al desafío del narco, no había Inteligencia para frenar la violencia y el derrame alcanzó y comenzó a golpear la relación con Estados Unidos. Absurdamente, en vez de replantear integralmente esa política, se optó por desarrollar programas -como México Seguro- diseñados para tender una cortina mediática sobre el fondo del problema. A los disparos del narco, el Estado respondió con ráfagas de disparates.

*** En esa coyuntura vino otro error, éste en la política exterior. El secretario Luis Ernesto Derbez, oyó el canto de las sirenas electorales, se anotó en la lista de los precandidatos, Vicente Fox lo borró a cambio de apoyarlo para ocupar la secretaría general de la OEA. Derbez aceptó y concentró su actividad en la búsqueda de aquella posición, descuidando la política exterior nacional. En razón de su interés personal y con el beneplácito presidencial, hizo chuza con muchas de las posturas del Estado mexicano.

Se quedó mal a diestra y siniestra, al norte y al sur y, además, Derbez perdió. Maltrecha la política exterior e invalidado el canciller, Fox lo retuvo en su puesto. Jugar con la política exterior para preservar las posibilidades electorales de Santiago Creel tuvo un costo alto, pero no se quiso pagar.

*** En paralelo al deterioro de la política exterior vino el de la política interior, producto también del uso preelectoral de las instituciones de Gobierno. En el afán presidencial de eliminar a Andrés Manuel López Obrador de la elección, Fox echó mano del procurador Rafael Macedo de la Concha y del secretario-precandidato, Santiago Creel.

Fracasó la intentona con enormes costos para el Gobierno, pero el presidente Fox sólo hizo pagar el error al responsable de la estrategia jurídica y no al de la estrategia política. Corrió a Macedo de la Concha y protegió a Creel. La política en materia del combate al narcotráfico quedó al garete. Al despacho de Rafael Macedo de la Concha llegó un amigo y colaborador de Santiago Creel, el abogado Daniel Cabeza de Vaca, que casi tuvo que preguntar el domicilio de la Procuraduría General de la República.

Luego vino la tragedia de Ramón Martín Huerta y un error más. A sustituirlo fue Eduardo Medina Mora que, como Martín, ya había cubierto la curva de aprendizaje en materia de Inteligencia pero no sabía mucho del uso de la fuerza. Había cuadros con conocimiento en la materia, pero el mandatario prefirió descabezar el Cisen y mandar a ensayar al titular de ese Centro a la Secretaría de Seguridad.

*** El desastre en materia de seguridad empató con el desastre en materia de política exterior. La falta de dirección y coordinación de y entre esas políticas dejó ver ahora el tamaño de sus crisis. Se puede, desde luego, disparar ráfagas de ocurrencias, baterías de boletines y sonantes declaraciones, pero la obligación presidencial del momento no se cumple con eso. El presidente Vicente Fox está obligado a dar garantías al proceso electoral y evitar que otros factores políticos vulneren el concurso para desatar una crisis de mucho mayor envergadura.

Hacer campaña en territorios disputados por el narco, es jugar con fuego sobre todo si la polarización sella esa contienda. Guardar una postura rijosa en vez de una política seria frente a Estados Unidos en medio de una campaña electoral, es abrir la puerta a los malentendidos. Vicente Fox puede disfrutar el laberinto donde se encuentra, pero su porvenir inmediato está cifrado en dos fechas: dos de julio y primero de diciembre. Ante la primera tiene que ofrecer las garantías para el sano desarrollo del proceso electoral, ante la segunda está obligado a entregar el Gobierno en la mejor condición posible. No es hora de darle rienda suelta a la ocurrencia.

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