El Gobierno da tumbos y el país pierde el rumbo. La gobernabilidad se ve en apuros, la Seguridad amenazada y la estabilidad está en peligro. El país discurre en tres planos distintos y su horizonte se desdibuja. La política corre en un plano, la campaña presidencial en otro y en uno más la sociedad. No hay una articulación en la actividad de esos tres planos. Es inquietante. El presente donde los candidatos prometen un mejor porvenir es terriblemente confuso y, en la contradicción, el pasado se asoma como si fuera el horizonte.
El Gobierno de la República -entendiendo por él los tres poderes de la Unión- juega a ignorar o eludir la realidad que lo desafía. Los candidatos prometen el oro en medio del lodo. Y la sociedad de casimir, manta o mezclilla se quiere hacer valer como se pueda. La democracia y el Estado de Derecho se tambalean.
La descomposición es evidente. Si seguimos por este camino, México -parafraseando a Vicente Fox-, mañana no va a ser mejor que ayer, va ser peor que hoy.
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Primer plano: el Gobierno da tumbos. El narcotráfico les fija la agenda a la Policía Federal y a la Cancillería. La acción de Gobierno es una reacción. El narcotráfico lo hace bailar con música de granadas y tableteo de fusiles. Al presidente de la República se le van los días en defender a los hijos de su esposa, encabezar una campaña que no es suya y elevar los spots a rango de obra de Gobierno. A instancias de los diputados, la Corte ya ordenó al mandatario cerrar la boca.
Diputados y senadores legislan al ritmo que les marca el poder fáctico en turno: ni siquiera se representan a sí mismos. Una secretaria presume ser secretaria porque estudió para ser secretaria. Un secretario ruega a Dios en público por el valor del Estado. Otro secretario reconoce la reelección espuria del dirigente del Congreso del Trabajo y equilibra desconociendo por lo mismo a otro. Ese secretario aguanta con estoicismo la acusación de mentiroso que le propina el gobernador de Coahuila, por jugar con la muerte de los mineros enterrados sin entierro. El embajador de Estados Unidos descalifica al canciller y, en contundente respuesta, el secretario de Gobernación y el procurador de la República le invitan café con galletas. Otros secretarios y funcionarios andan distraídos porque les interesa aparecer en la lista de candidatos al Congreso. Entre los desaparecidos políticos se cuenta al fiscal de los desaparecidos.
A la Suprema Corte, los diputados le piden investigar cómo estuvo eso de que un empresario instruyó por teléfono a un gobernador sobre cómo escarmentar a su víctima, y los ministros responden: ¿y yo por qué? Al gobernador involucrado ni le va ni le viene aquel telefonema, él despacha como siempre igual que antes. El gobernador del Estado de México, Enrique Peña, no asume las riendas del poder y no se atreve a pedirle cuentas a su padrino, el ex gobernador Arturo Montiel. Ahijado y padrino se burlan de la ciudadanía.
Los diputados juran legislar de buena fe, niegan doblarse frente a los intereses de los poderes fácticos pero, sin querer, los representan. Los senadores no saben cómo aprobar lo que no deben aprobar. La sal y la pimienta del desfiguro parlamentario, las pone Emilio Chuayffet: a debate nacional eleva su sexualidad y la de un subsecretario. ¡Ah! Y los consejeros electorales tocan con los pies el agua de la alberca y aun no deciden zambullirse.
Su ir y venir desgasta la poca autoridad que tienen. El presidente de la República no entiende ni le interesa esa realidad, él está en campaña personal y de momento, no atiende el Gobierno ni las preguntas que le incomodan.
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Segundo plano: la campaña presidencial ofrece el oro en medio del lodo. Los candidatos fincan el paraíso por venir en un pantano. Bajan los precios de las mercancías que no existen. Garantizan un país mucho mejor y distinto, aunque ahorita esté patas p’arriba. Combaten la corrupción de los otros, pero no necesariamente la de los suyos. El verdadero cambio lo harán ellos, aunque ellos se parezcan mucho a los de antes.
Con ellos, habrá crecimiento con desarrollo pero, por estrategia, guardan con celo la fórmula secreta. A partir de su elección ya no se gastará tanto dinero ni tiempo en las elecciones, por lo pronto hay que aguantar la duración y el gasto. Ahorita agitan mucho las manos, pero ya en el Gobierno no les va a temblar nada.
Los candidatos reeditan las más impresionantes promesas, mientras hurgan en las cañerías políticas a ver qué trapitos o sábanas sucias pueden sacarles a sus adversarios. Denuncian el clientelismo del adversario frente a su clientela, mientras en sus partidos se apuñalan para apuntarse en la lista de candidatos al Congreso. Sin verdaderas dirigencias partidistas, los candidatos reparten su tiempo en la campaña y en la mesa donde se negocia el resto del botín político.
Roberto Madrazo negocia con los gobernadores las listas, Andrés Manuel López Obrador hace malabarismos para que los caníbales no devoren a los aliados y Felipe Calderón nomás no sabe qué hacer con Manuel Espino que, a su vez, nomás no sabe qué hacer consigo mismo. Los candidatos tienen bien claro lo que está pasando con el país, pero no están muy interesados en él sino en el de mañana, aunque no esté muy claro si el país resiste. Su chamba ahorita es hacer grandes promesas, con la mano en la cintura.
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Tercer plano: la sociedad desesperada, haciéndose valer como puede. Una madre anuncia en un espectacular la recompensa por el secuestrador que mató a su hijo. Un supuesto guerrillero marcha por el país, armado de un discurso insostenible pero escoltado por la Policía. Algunos ciudadanos enarbolan la bandera de la participación, aunque más de un funcionario haga escarnio de ellos. Algunos empresarios traen la tentación de salvar el negocio que es la patria, a como dé lugar.
Varios medios de comunicación ventilan pleitos particulares, con disfraz de noticia. Los familiares de los mineros muertos imploran no jugar con ellos. Los más fuertes concesionarios se hacen justicia por su propia mano. Los relatos de las víctimas del crimen ya no conmueven a nadie. La sociedad de casimir, manta o mezclilla está inconforme. Sabe que el país no está funcionando y deja sentir, de buena o mala manera, que no va a dejarse. Cualquier incidente o accidente alarma.
Los canales institucionales de participación están azolvados y no hay un mapa de cómo se mueve el país en el bajoalfombra del tapete donde pisan y juegan el Gobierno y los candidatos. Hay hartazgo frente a los mitos, donde los políticos justifican su incapacidad.
Sin reformas, no se puede hacer nada. No hay otras políticas públicas, más que las actuales. El único modelo de desarrollo sustentable es el que tiene a todos inconformes. El derecho se aplica en función de la circunstancia política. Le va mal al país, porque vamos muy bien. El único acuerdo posible es el permanente desacuerdo. Harta la falta de imaginación política para concretar el país que se aleja.
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La gran interrogante es si el país aguantará el proceso electoral con problemas de gobernabilidad, seguridad e inconformidad. Por lo pronto, el país está a la deriva sin horizonte. Si seguimos por este camino...