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Solo y mi celular ¿y los otros?/Las laguneras opinan...

Laura Orellana Trinidad

La forma en que los teléfonos celulares se inmiscuyen en nuestras vidas parece no tener fronteras. Quisiera compartir con ustedes la experiencia que tuve hace unas tres semanas con relación a esos aparatos. Asistí a una breve liturgia -de antemano sabía que duraría media hora- como conclusión de un retiro religioso de mi hija junto a un grupo de compañeros. Los padres de familia fuimos invitados a compartir esta pequeña ceremonia con ellos, aunque la mayoría no pudo asistir por el horario. En realidad, éramos unos cuántos sentados en la parte de atrás de la pequeña capilla. La liturgia comenzó y también lo hicieron los sonidos de unos cuatro teléfonos celulares que fueron apagados rápidamente por sus dueños –todos padres de familia. Se escuchó uno más y una mujer salió rápidamente del lugar para contestar la llamada. Sin embargo, el colmo llegó después: en plena consagración, mientras todos nos encontrábamos hincados, se escuchó una música alegre, electrónica y sucedió lo inesperado: un papá contestó y tranquilamente tomó asiento mientras dialogaba con su interlocutor. Ni cuenta se dio que el sacerdote, completamente molesto, había parado la celebración hasta que terminara de hablar. Mi hija me comentó al final en un tono medio en broma, medio en serio: “Qué nos enseñan los papás, ¿eh? Todos nosotros apagamos los celulares antes de entrar a la capilla”.

Esta me parece una situación límite, pues considero que estamos (¿o estábamos?) en el entendido de que los templos, aún cuando no profesáramos ninguna religión, son (o eran) de los pocos espacios de respeto que quedaban en los albores del siglo XXI.

Pero incluso los celulares han penetrado en la esfera más íntima, esfera que hasta hace unos años sólo competía a dos personas. Ahora hay un tercio discordante. Según el reporte de Ad Aged, una agencia de investigación, el 14 por ciento de los usuarios de este tipo de teléfonos en todo el mundo contesta llamadas mientras se encuentra haciendo el amor con su compañera/o. La interpretación de estas acciones, según los estudiosos, es que recibir muchas llamadas es una señal de éxito. Los usuarios piensan también que siempre, la llamada siguiente, será “emocionante”. Al parecer es un síntoma de inseguridad.

Hay reportes de personas que se encuentran dando una conferencia y se detienen a la mitad, con el público enfrente de ellos, para contestar una llamada. O por ejemplo, los vendedores prestan más atención a los clientes que llaman por celular que a quienes atienden en persona. Por lo general, quienes contestan un teléfono móvil experimentan un aislamiento -como si se creara una esfera propia- con la consecuente separación de los que se encuentren alrededor; por ello mismo hablan más fuerte y ni siquiera ocultan tantito sus conversaciones.

Para muchos, esas actitudes denotan una falta de respeto, una ausencia de modales, de buenas maneras. Sí, ya sé que los términos remiten al Manual de Carreño, pero la idea no es llegar a tanto, sino a simples reglas de civilidad. Algunos ya están tomando cartas en el asunto de una manera que pretende ser ¿cortés?: la “Society for HandHeld Hushing” (SHHH!) diseñó unas tarjetas que pueden bajarse de Internet, recortarse y entregárselas a las personas que se encuentren hablando por celular enfrente de nosotros para que tomen otra actitud: Por ejemplo, una de ellas dice: “Querido usuario de celular: Ya nos dimos cuenta que mantienes una conversación con: (marcar una opción) tu amigo, tu pareja, tu terapeuta, tu mamá; acerca de: (marcar una opción): lo de anoche, el juego, “él”, “ella”. Es muy importante para ti, pero pensamos que te gustaría saber que a nosotros no nos interesa. De hecho, tu “cháchara” es más que una molestia. Este mensaje es traído a ti por un miembro de SHHH”.

Hay otros que empiezan a ver este fenómeno como una verdadera adicción. Así que probablemente, en muy pocos años encontremos grupos de celulófilos anónimos. En España le llaman “moviladicción” y la padecen quienes tienen pavor a quedarse aislados y necesitan tener contacto constante con alguien. La oficina homóloga de la Procuraduría Federal del Consumidor en España puso espectaculares en donde se ve a una persona con un celular atado a su cuello por una cadena, para que los usuarios tomen conciencia de la enfermedad.

Yo creo, sin embargo, que es necesaria la educación para el uso de estas tecnologías. Algunas letanías de antaño como: “di gracias”, “por favor”, “saluda a tu tío”, “háblale de usted a la gente mayor”, “baja los codos de la mesa”, “no hables con la boca llena”, aunque nos molestaron en la infancia, han sido importantes para nuestra sociabilidad. Tenemos hoy la tarea de educarnos en algo completamente nuevo para todos: adultos, jóvenes, niños. ¿Qué hubiera pasado si en la liturgia todos hubiéramos centrado nuestras miradas en la persona que contestó la llamada durante la consagración? ¿Se sentiría avergonzado de que su hijo/a y sus compañeros lo miraran? ¿Cómo hacer para que los adultos apaguen su celular al entrar a la Camerata? ¿Qué hacer para vencer la ansiedad de un teléfono que suena? ¿Cómo reaprender a disfrutar una conversación en un café, en una reunión, sin que otras personas por celular estén interrumpiendo continuamente? ¿Nuestra percepción del mundo es más terrible hoy y por lo tanto sentimos la necesidad de un celular para estar atentos a una emergencia? ¿Será posible tomar el control de las tecnologías en vez de ellas nos indiquen el camino a seguir?

lorellanatrinidad@yahoo.com.mx

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