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¿Sorpresa?/Archivo adjunto

Luis F. Salazar Woolfolk

Entre las reacciones que ha suscitado la aprehensión de Óscar Arriola Márquez en la ciudad de Torreón, a quien se señala como presunto capo del narcotráfico a nivel internacional, destaca la de un vocero del empresariado lagunero que se refiere al hecho como “balde de agua fría”.

El empresario alude a la sorpresa que implica que se encuentre avecindado entre nosotros un personaje de las características que se le atribuye al detenido, sin que la comunidad ni las autoridades locales se hayan enterado oportunamente.

Lejos de ser una sorpresa lo ocurrido, corresponde a una historia recurrente en casi todas las regiones del país. Las organizaciones criminales son inestables, tanto por la persecución de que son objeto por parte de las autoridades, como en virtud de la violencia homicida que de tiempo en tiempo estalla al interior del hampa, a la que sin remedio están condenados todos los narcos grandes o pequeños.

La expresión que se refiere al “balde de agua fría”, es fruto de cierta hipocresía de gran arraigo en nuestra comunidad y de la cual todos somos responsables.

Lo anterior porque soslayamos que la producción y venta de drogas es un fenómeno que recibe impulso desde diversos espacios culturales, como el cine, la televisión y la industria discográfica, desde los cuales se erigen y difunden patrones a imitar, fuertemente relacionadas con el uso de drogas como factor de moda o modo de vida cotidiana.

Cuando alguna persona o institución alza su voz, advirtiendo los peligros que entraña el arraigo cultural de la droga y la necesidad de promover valores éticos que den sentido trascendente a la existencia humana, suele ser descalificada por una comunidad que presume de liberal, pero que está presta a lanzar la primera piedra en el momento en que la problemática hace crisis.

La expectativa de dinero fácil que acompaña al comercio de drogas, es un atractivo para muchos que obsesionados con la idea de “calidad de vida”, cifran dicho concepto en la disposición de recursos económicos que les proporcionen acceso a bienes materiales en abundancia, sin la contrapartida del cultivo de la paciencia y otras virtudes, y sin el esfuerzo que en condiciones ordinarias supone el éxito laboral, profesional o empresarial.

Bajo tales circunstancias, se explica que personas jóvenes o mayores opten por el camino del crimen asumiendo el riesgo que implica, porque presas del vacío existencial que es el caldo de cultivo de la droga, prefieren la opulencia efímera que les ofrece la actividad del narco, sobre su libertad, su familia y hasta sobre su propia vida. En otras palabras, han perdido el interés por vivir la vida en forma distinta.

Quienes se dan por sorprendidos de la aprehensión que se comenta, soslayan que quienes comercian y consumen drogas no son extraterrestres sino miembros de la comunidad semejantes a nosotros mismos y parte de nosotros mismos. Toda persona involucrada con drogas como distribuidor o consumidor, es padre, madre, hijo, hija, primo, prima, amigo, amiga, vecino, vecina, alumno, alumna, cliente o proveedor de alguien más.

A lo anterior obedece que con toda facilidad, el narco haga cómplices de sus fechorías a autoridades o a protagonistas sociales, que participan por acción u omisión, de manera deliberada o inconsciente.

Por si fuera poco, algunos sectores sociales que piden a las autoridades mano dura en el tema que se trata, no muestran disposición alguna a la autocrítica ni a la prevención del mal. Ejemplo de lo anterior, es la sistemática oposición a que se implementen operativos tan simples y elementales, como los que suponen la revisión de las mochilas en las escuelas, que sabemos penetradas en perjuicio de nuestros niños y jóvenes.

lfsalazarw@prodigy.net.mx

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